• Cartografías
  • Sobrescritos
  • Pretextos
  • Secciones
  • Volver a inicio

Manija

J. P. Zooey


Juan F. Comperatore


Hace ya tiempo que el paisaje contemporáneo no es, como anunciaba el clásico del ciberpunk Neuromante, el de un cielo sintonizado en un canal muerto. La ubicuidad inapelable de la pantalla ciñe hoy un horizonte pixelado en el que el reajuste ontológico a las pautas del flujo informático y la concomitante estandarización de la experiencia representan sus signos más conspicuos. Consignas apodícticas, lo sabemos, hay de sobra. Más difícil es ampararse en la indefinición. Con sus artefactos resbaladizos, pródigos en atribuciones cruzadas, desfachatez inventiva y un humor ácido como cítrico en el ojo, ese revoltijo de identidades que es J. P. Zooey procura leer la cifra del presente desde un irónico estrabismo.

Si en libros anteriores sus personajes, avatares bidimensionales empachados de contemporaneidad, barajaban desopilantes teorías de sesgo paranoide, o repetían como un mantra nombres de empresas porque era lo único seguro que encontraban en el mundo; si estaban tan pegados al presente que la única iluminación en sus vidas provenía de la pantalla de un celular; en Manija, su más reciente novela, el espacio-tiempo se achata aún más.  

Teo, a quien no le gusta analizar demasiado las cosas y sólo quiere sostener una pareja más de un mes, abre ventanas de una red social como si gestionara extensiones de sí mismo. Chatea con sus contactos: Agustín, que está convencido de que algunos restaurantes colocan droga en la comida para aumentar la clientela; Cato, que en ocasiones es hombre, mujer o varios a la vez, según la ventana por donde escriba, aunque suele confundir las conversaciones como resultados de la falta de atención y el embrollo de identidades; Má, la madre con persistente ideación suicida que considera que los argentinos en el exterior se comportan como un personaje de Francella; Nico, empeñado en encontrar vínculos entre los comienzos de las canciones más dispares; Rocio, la novia que acaba de conocer por Tinder; y el inefable coach emocional.

Impostando artimañas académicas, J. P. Zooey había teorizado en Sol artificial, que el capitalismo afectivo era “la forma de acumulación y captura de afectos” que “no se preocupa por la profundidad de los vínculos, sino por la cantidad de los contactos”. Bien vale tal concepto para dar cuenta del regusto a incomunicación que los intercambios dejan en Teo. Todavía más: lo que queda es un vacío que se ahonda a medida que se lo llena. Si al menos se aburriera... Pero la elisión de los momentos ajenos a la instantaneidad del chat crea el efecto de una interfaz continua, sin intervalos, pura presencia virtual. Todo sucede en el abanico de ventanas desplegadas en la pantalla, y el exterior, si cabe, solo tiene lugar a condición de desmaterializarse en la virtualidad de la conexión. Si Teo se aburriera, eso significaría una cierta disponibilidad, un tiempo de espera no codificada; algo nada desdeñable dado nuestro cada vez más acuciante habito de rifar los intervalos significativos, incluso los microinstantes necesarios para procesar vivencias, a la temporalidad algorítmica. Como también dice Zooey, las luces artificiales “abren un mundo sin lugar para las sombras.”

Una intuición que Zooey viene deslizando en todos sus libros es la consideración de la electricidad como sustrato de lo real. El contacto íntimo con gadgets electrónicos debe haber producido algún tipo de modificación bioenergética, por lo que resulta probable que el roce de los cuerpos produzca un chispazo de violencia. Esta elocuencia un tanto socarrona se transmuta en la ficción en un acelerado caos entrópico. Desde comer carne cruda, peces o el corazón vivo de una rana como forma de sentir algo que agite el formateado repertorio expresivo de emoticón, hasta vengarse del coach emocional que finge apertura para sonsacar datos y ofertarlos a empresas interesadas (en palabras del CEO de Apple Tim Cook: si algo es gratis, el producto sos vos); todo se licua en el zafarrancho virtual.

Cierto también que el tono liviano repleto de referencias pop y un gusto por la bobería ayudan a descontracturar. La mirada estrábica que combina la distancia crítica con la aceptación cínica es el trazo ambiguo que Zooey parece haber tomado de Pynchon (y no solo la invención cosmética de nombres estrafalarios). Cada uno de sus libros arroja miradas en ambas direcciones. Cabe preguntarse si no hay un tercer ojo mirándonos. 

9 de enero, 2020

ahorasicuartenta.jpg

Manija
J. P. Zooey
La pollera, 2018
96 págs.


Compartílo:


Para que sigamos siendo una revista semanal, gratuita y de calidad

Apoyanos

Donar

Trabajos relacionados:

Hija biográfica

Romina Paula
NovelaValeria Sager

Desde el comienzo hay una voz, una de esas voces que inventa Romina Paula en sus novelas. Nunca entiendo bien de dónde salen, cómo las hace. ...

Leer

Diario de menopausia

Laura Wittner
DiarioSantiago Craig

“Soy hombre”, dice la frase escrita por Terencio en el siglo II A.C., “y nada de lo humano me es ajeno”. Decir que era hombre, para Terencio, ...

Leer

El libro de todos los libros

Roberto Calasso
EnsayoTomás Villegas

Suele afirmarse, y no sin razón, que uno de los intereses mayores de Roberto Calasso (y allí, para confirmarlo, están entre tantos, tantos otros...

Leer

Historia del auténtico niño barbado de la China

Daniel Tevini
NovelaFernando Núñez

Como ya lo hicieron Gabriela Cabezón Cámara, Martín Caparrón, Emilio Jurado Naón o Michel Nieva, “Historia del auténtico niño barbado de la C...

Leer

Suscribite para recibir novedades


2018. El diletante, Reseñas, ensayos literarios y entrevistas

  • ¡Seguinos!

Para que sigamos siendo una revista semanal, gratuita y de calidad

Apoyanos


$1000 $2000
$3000 $5000