En su último libro, José Eduardo Agualusa muestra una faceta distinta a la de su obra precedente –aquella que lo llevó a ser candidato por Portugal para el premio Nobel 2016–, ahora más ligada al ámbito periodístico. El más bello fin del mundo incluye crónicas, relatos, memorias, textos inclasificables que proponen un viaje por Brasil, Angola, Mali y otros rincones del planeta e historias de vida que, salvo nombres de resonancia actual, parecen quedar suspendidas en esa zona indeterminada donde se cruzan ficción y verdad, procedimiento que, por momentos, recuerda a Vidas imaginadas de Marcel Snow y a Historia universal de la infamia de Borges.
Esta faceta, quizá, no deba ser escindida del terreno literario teniendo en cuenta la importancia que el periodismo ha tenido para la escritura, desde el siglo XIX a la fecha. La lista de grandes autores que comenzaron su oficio dentro del periodismo y continuaron con esta labor en paralelo con su actividad poética es enorme. Recuérdese que Ruben Darío trabajó para el diario La Nación durante más de veinte años; que Arlt desde 1928 hasta 1942, año de su muerte, publicó más de 2.000 columnas diarias para el diario El Mundo –sus exitosas “Aguafuertes”–; que Juan José Saer trabajó como periodista en el diario El Litoral desde 1954 hasta su radicación definitiva en Francia. A partir de ahora dicha lista debería incluir al autor nacido en Angola.
Será porque en algunas ocasiones los lectores proyectan por mera nostalgia las voces de los antiguos maestros en ciertos escritores actuales, lo cierto es que algunas narraciones de Agualusa tienen el tono y la gracia particular con la que García Márquez describía la desmesura de ciertos personajes. En “La imbondeira escandalosa” se relata un fenómeno que acapara la curiosidad de un pueblo africano: un árbol, conocido como baobab, tiene la forma casi perfecta del sexo femenino. Un pastor brasileño, escandalizado por la noticia, se dirige a Angola para intervenir en una situación que considera demoníaca. A partir de un sueño, se propondrá vestir al lúbrico árbol, razón por la cual contrata a un sastre. El final de la historia es digno de Gabo: “Otra señora denunció la existencia en un bosque próximo de una mulemba (higuera africana), o mejor, de un mulembo priápico y exhibicionista, para el cual el sastre diseñó unos pantalones magníficos. De no ser por la intervención de los poderes públicos que lo arrestaron y deportaron Passarinho habría vestido todos los bosques del país”.
En la piel de un cronista ávido de historias hay espacio para la denuncia. El escritor angoleño se permite analizar a los gobiernos de derecha emergentes, la violencia que circula en las redes sociales y, sobre todo, las consecuencias de la desigualdad económica que afecta a buena parte del planeta: “Regresé ayer a la Isla de Mozambique, donde he vivido algunos meses desde 2016. Quien quiera vivir en un lugar como este tiene que acostumbrarse a vivir con poco. Naturalmente, una cosa es vivir bien, con menos gastos y menos desperdicio, y otra es sobrevivir en situación de pobreza, como ocurre con gran parte de la población africana. No hay ninguna belleza en la miseria”.
El más bello fin del mundo acerca fronteras. Pone en evidencia que muchos de los problemas que se piensan en términos vernáculos o propios de un espacio acaecen en otras latitudes. Cada debate inexorablemente divide aguas y deja grietas, como lo demuestra el escritor en lo que respecta al independentismo catalán: “Encontré a los catalanes muy divididos. En Barcelona escuché quejas que estaba habituado a escuchar en Brasil: ʽDejé de ir a los almuerzos familiaresʼ, me dijo un amigo, ʻme hacían mal. Terminaban siempre en grandes discusionesʼ”. En consonancia con esto, aunque a un nivel más extremo, se relatan hechos terribles como el crimen de la militante brasileña Marielle Franco, confirmando que la violencia social es parte de un fenómeno global: “Hoy, otra muerte me tomó de sorpresa: la de Marielle Franco. Incluso para quien, acompañando la violencia que se instaló en la sociedad brasileña, creer estar preparado para todo, esos nueve disparos fueron de una brutalidad y de una insensatez mucho mayor que las peores previsiones”.
El más bello fin del mundoestá hecho con ecos de voces, historias mínimas y lugares recónditos y entrañables. Casi sin proponérselo, Agualusa ofrece un libro simple y ameno que el lector podrá reservar para aquellos momentos que demandan poca concentración y escaso tiempo. Una obra con la simpleza narrativa y encantadora de El libro de los abrazos de Eduardo Galeano, con la que nos recuerda que existen profetas del odio, pero también del amor.
5 marzo, 2025
El más bello fin del mundo
José Eduardo Agualusa
Traducción de Claudia Solans
Edhasa, 2024
364 págs.