Marxista lacaniano, rockstar intelectual, comunista hegeliano, gesticulador compulsivo, el eslavo Slavoj Žižek ha sabido interrumpir en la escena del pensamiento actual con la espectacularidad inherente a la provocación. Por su agudo tamiz se filtran nombres y productos culturales de lo más heterogéneo: de Platón a Sloterdijk, de Chaplin a El caballero de la noche, de Goethe a J. K. Rowling. Luego de Chocolate sin grasa, con Hipocresía Godot suma una nueva antología de artículos que parten del 2000, alcanzan el 2018, y rondan motivos ya clásicos para los iniciados en el pensamiento del autor. Žižek analiza los fenómenos políticos, sociales y los consumos culturales como un analista el discurso de su paciente: olfateando una arista del fenómeno que se le escapa al hablante y que él, y sólo él, es capaz de interpretar e interpelar; y de hacerlo a los efectos de que el interesado asuma una nueva posición, obtenga un nuevo grado de conocimiento que –por otra parte– tenía desde el principio aunque, claro, no era consciente de ello.
No se trata, no obstante, de captar el sentido último, el contenido latente de los distintos acontecimientos históricos, políticos y culturales en una determinada época capitalista (recordemos que Žižek piensa desde categorías psicoanalíticas las disposiciones de la Ideología); sino de capturar las formas, los modos en que obra el Capital o el sueño. En suma, por qué la materia onírica latente adopta las figuras del sueño y por qué –para citar su reconocido El sublime objeto de la ideología– “el trabajo asumió la forma del valor de una mercancía”.
Tanto en los artículos de Hipocresía como en muchos de los debates públicos en los que ha intervenido (por ejemplo el de 2019, que libró con el psicólogo canadiense Jordan Peterson y que, para mantener brillante la aureola del estrellato, se tituló “El debate del siglo”), la intervención de Žižek opera, en principio, de una misma manera: captando algo que se le escapa al hablante, a los actores, a los fenómenos. Esto es posible, desde luego, porque por más que un discurso se presente ya como una síntesis final, una reflexión última o una definición específica, siempre habrá un plus inherente a todo discurso, independientemente de cuán cerrado o irrefutable se presente. Y allí está el esloveno, entonces, para asirlo y elaborar su lectura, esa que sólo alguien por fuera del fenómeno (discursivo) puede elaborar.
Žižek, una y otra vez, confirma su apoyo a todo tipo de minorías y, sin embargo, tiene algo para decir, fundamentalmente, respecto de los discursos dominantes en los campos progresistas. Por ejemplo con el fenómeno #Me too y la necesidad de explicitar sin rodeos el consentimiento sexual se pierde, para nuestro analista, los silencios, insinuaciones, flirteos que perviven en un ámbito de erotismo sigiloso (“El sexo en el mundo moderno”, “Sexo, contratos y modales”). A su vez, reclama el derecho a la pasividad al reflexionar sobre la “risa enlatada” –las carcajadas y aplausos artificiales que brotan luego de un chiste en cualquier sitcom y que ríen por nosotros– (“¿Quieres reírte de mí, por favor?”). Condensa y articula en el huevo Kinder las nociones de mercancía, de deseo y sujeto lacanianos. “La mercancía –escribe en “Los derechos humanos y los huevos de chocolate”– es una entidad misteriosa llena de caprichos teleológicos, un objeto particular que satisface una necesidad particular, pero es, al mismo tiempo, la promesa de “algo más”, de un goce insondable cuya verdadera ubicación es la fantasía”. Y considera, por último, que las respuestas humanistas al problema inmigratorio europeo trazan los límites mismos de la democracia en tanto que suponen repensar la forma, la medida y el accionar del Estado (la democracia, justamente, de los Estados Nación) (“¿La respuesta de la izquierda al populismo de derecha debería ser realmente “Yo también”?”).
Žižek emerge allí donde hay una paradoja que subrayar, una pretensión que ridiculizar, una ideología que desmontar. Un crítico, verdaderamente; esto es, alguien dispuesto a rever los límites y alcances de una teoría, de un sistema, de una idea, de un posicionamiento. Al reflexionar sobre la razón cínica, Žižek sostenía que en nuestra contemporaneidad, la célebre frase marxista encargada de cifrar la ideología (ellos no lo saben pero lo hacen) debería reemplazarse por esta otra: ellos saben muy bien lo que hacen, pero aún así, lo hacen. Es que nada permanece oculto hoy día; el lawfare opera a la vista de todos, la privacidad se desarma en público y los perfiles que configuramos en las redes sociales encuentran su razón de ser en la más completa exterioridad. Nada que develar, entonces, nada que desfondar, nada que desenmascarar, puesto que es en la superficie de la máscara donde se inscriben las líneas que configuran nuestra atribulada identidad.
8 de marzo, 2023
Hipocresía
Slavoj Žižek
Traducción de María Paula Valle
Godot, 2023
96 págs.