La aparición reciente de dos libros de su autoría con poca distancia en fechas, pero sí la lejanía en cuanto continentes, nos permite revisar un poco cómo llegó hasta aquí la poeta y traductora Bárbara Belloc (modelo 1968). Hablamos de La locura es un bien de familia (Random House) y El sonido (Editorial Cántico), este último editado en España.
En 1993 aparece Bla (Ediciones Último Reino), donde se respira ya el aire de sus poemas mutantes, en los cuales la naturaleza se entronca con saberes pretéritos y en los que la música no es armónica, sino un destello de bullicios y estampidas. “Los tigres hacen ruidos en la casa/ ondulados-automáticos/ vórtices/ ruidos con la voz”. En el siguiente, Ira (bellísima edición de Nusud, 1999), podemos escuchar ecos de Iggy Pop: “Puedo ser tu sombra: tu estrella/ tu tormento/ una cabra mansa al sol de tu mano/ aunque me iré como se va el río/ y el pájaro y la cosecha/ tras el verano”.
En el medio y después, Belloc hizo mil cosas. Mil traducciones. Mil viajes. Mil visiones. Mil estragos. Mil secretos familiares. Mil dichas. Mil desbordes.
Más que recomendables la traducción de Todas las palabras para decir roca, del estadounidense Gary Snyder (Ediciones Gog y Magog, 2008). Y también la colaboración con su compañera Teresa Arijón para parir la antología que realizaron de la brasileña Angela Melim, Días más días menos (Pato en la Cara, 2017).
Hija de músicos y música ella misma con discos en su haber, nos enteramos de que unos meses atrás se edita en España un nuevo libro de poemas: El sonido (Editorial Cántico). Necesitábamos que ahondara en esa combustión entre el lenguaje y la música que todos llevamos dentroPero el libro no es solo esto. Hay más. Lo dice mejor María Moreno en la contratapa: “Este libro es el futuro; una suerte de discurso profético, pasado el cataclismo, de la poeta vidente”.
No es que estemos frente a un Rimbaud meets Jim Morrison ni ante una Patti Smith endiablada, pero en su canto refulge la estepa, el ardor de la arena, la comisura sangrante de los impávidos: “Tal vez nacimos para ser/ ceniza suelta al viento que sopla/ y sentir cómo empuja más fuerte/ que todos nosotros juntos tirando de la soga/ contra el equipo de los dioses”.
Pero esto no termina aquí. El título peculiar, La locura es un bien de familia, no es otra cosa que un encuentro poético en formato diario de su desencuentro con la memoria de su madre. Pero literal. En verdad, estamos ante una suerte de diario del final de los días de los padres. Del acompañamiento y la asistencia de un devenir irreparable.
Entre entradas que consigna el deterioro cognitivo de su madre y la presencia ausente del padre, Belloc va indagando tanto en lo irrecuperable como en la reparación de la historia de amor de sus progenitores que comenzó en París a mediados de los años 60 y que trajo de allí en la panza de su mamá a la futura poeta (¿vieron? ¡Los bebés vienen de París!).
De vez en cuando nos cruzamos con citas tan relevantes como picantes. Desde “en una sociedad totalmente cuerda, la única libertad posible es la locura” (Ballard) a “hay algo verdaderamente extraño en el hecho de ver un piano incendiándose. De algún modo, involucra todas tus ideas acerca de la música” (Staempfli), o “después de una madre así, solo me quedaba una cosa: convertirme en poeta” (Tsvietáieva). Así, en La locura es un bien de familia reconocemos a la poeta, pero también nos cruzamos con ese ojo que observa el volcán; una mirada regada tanto de ternura como de atribulación.
14 de febrero, 2024
La locura es un bien de familia
Bárbara Belloc
Random House, 2023
96 págs.