El punto de fuga es una técnica que permite crear sobre una superficie plana, pensemos en una hoja en blanco, la sensación de profundidad y volumen. Un artificio. Dos líneas oblicuas convergen en ese punto que fuga al infinito, permitiendo disponer cualquier objeto y verlo en sus tres dimensiones espaciales. Iluminarlo desde distintos ángulos y observar sus diferentes características. Federico Ferroggiaro (Rosario, 1976) con su libro de cuentos “Punto de Fuga”, a diferencia de otro de sus libros “El pintor de delirios” (2009), recorta un espacio (el urbano), un tiempo (el de la urgencia y lo coyuntural), y un objeto muy claramente determinado: un sujeto en la función de hijo, heredero, y en relación con un legado, una herencia, un mandato, cuya característica excluyente es el de una exigencia insatisfecha que lo excede.
Esta tensión se pone de manifiesto desde lo político, donde el autor parece atrapar arquetipos sociales y clavarlos con alfileres en un bestiario ideológico muy fácil de identificar, sin caer por esto en una caricatura panfletaria impregnada de progresismo culposo. Así, bajo las vitrinas, podemos encontrar una viuda millonaria, un médico militar, el hijo de un diputado, un oscuro concejal que apadrina a un joven aspirante a mozo, un empleado bancario acorralado por los militantes e hijos de militantes que llegaron durante el kirchnerismo, el hijo de un sojero (ex intendente menemista) enriquecido en la última década, una pareja aquejada económicamente por la apertura indiscriminada de las importaciones, etc.
Collage de Raúl A. Cuello
El autor también propone lo político desde la escritura, donde prima la urgencia por contar, por dar cuenta. El lector no necesitará correr el follaje del estilo (muy propio de ciertos autores que buscan de esta manera señalar gustos y forzar filiaciones literarias) para encontrar los sucesos, sino, que por el contrario, estos saltarán (y asaltarán) al lector, como animales agazapados detrás del título de cada relato, donde el autor parece capturar en el núcleo de cada relato, una inversión en las relaciones de poder, pero dentro de un marco/macro que no hace otra cosa que garantizar la unidireccionalidad historia del mismo. Como un sistema que permitiera en lo más oscuro e íntimo contradecir sus dogmas, a los fines de sostenerlos. Una dialéctica de amo y esclavo de uso privado y acotado en tiempo y alcance, de los que será testigo el lector que, como el protagonista de Big Fish de Tim Burton, acudiera al funeral de Fukuyama y viera llegar todo aquello que nos resistimos a creer. Ferroggiaro nos interpela, ya lejos de la exigencia del compromiso, la denuncia, y hasta de la ironía, mostrándonos desde una heredera que asalta su futura herencia, un hijo mayor de treinta a quien hay que sacar de problemas, un hombre cuya relación amorosa está condicionada por un paradigma cultural que sigue acatando, hijos que no pueden cumplir la ultima voluntad trivial de su padre, hijos que parecieran no poder con el mandato de ser padres, y hasta un personaje de otro libro, que parece cumplir con creces la condición para aparecer en estos relatos siendo hijo y nieto de médicos pero conformado en veterinario que ejerce de manera clandestina la medicina (al fin y al cabo se trata de mamíferos) ensuciando y truncando la línea de un apellido.
Ferroggiaro da cuenta así de una generación que como sujetos políticos e históricos (si esas categorías todavía pueden ser tomadas en cuenta) los sucesos le llegan apenas como el eco de una onda expansiva de hechos que acontecen todavía en el pasado, y por lo tanto lo experimentan como algo dado, ajeno, que tan solo sucede a sus espaldas mientras miran ese punto, porque allí están las dos líneas que convergen, fingiendo ser paralelas y fugando al infinito. Sujetos de espaldas a los acontecimientos y mirando hacia un futuro que no es más que un artificio: dos lineas oblicuas que fingen ser paralelas.
26 de febrero, 2019
Punto de fuga
Federico Ferroggiaro
Casagrande, 2019
124 págs.