Contaba el poeta y periodista Esteban Peicovich que su padre, croata, hablaba mal el castellano y que una vez, para describir una tormenta que había asolado La Plata, donde vivía, dijo: “Hubo tronos y fusilamientos”. Quería decir, desde luego, “Truenos y refucilos”. El padre de Peicovich ya sospechaba que en la palabra “refucilo” (“fusilamiento” en su idioma personal) latía la idea de una bala. Ahora viene a confirmar esa hipótesis la editorial Refucilo, dedicada a la literatura policial, y por lo tanto, al resplandor de las balas en la literatura. Hace un par de meses sus editores (Román Setton, Leticia Moneta y Gerardo Pignatiello) dieron a conocer El falso Burton Combs y otros cuentos policiales, de Carrol John Daly, y ahora le ha llegado el turno a este volumen de Fredric Jameson, en elegante traducción de Jerónimo Ledesma.
Decía Borges que todo cuento tiene un argumento lógico y uno poético. Lo mismo podría decirse de todo ensayo. Fredric Jameson, crítico de inspiración marxista, busca entablar un vínculo entre la obra de Chandler y la sociedad de su tiempo, y se preocupa por recorrer los espacios que ordenan sus novelas: las autopistas, las casas de las afueras, los hoteles baratos, las desangeladas oficinas. Pero por debajo corre el argumento poético: Jameson describe la ciudad de Los Ángeles como un lugar desierto, espectral.
El libro es una delicada despedida al estructuralismo. Cada momento de la trayectoria crítica de Jameson se hace presente, ya no como urgencia sino como nostalgia. Desde el título mismo, hay una promesa de sistema y en la página 64 descubrimos uno de esos cuadros con flechitas que yo nunca he podido entender. Sin embargo, lo que perdura en la memoria del lector son las luminosas intuiciones de Jameson. En lugar de negar el equipaje de la biografía, como pretendía el estructuralismo, Jameson se permite recordar que Chandler estudió en Inglaterra, y que para él el inglés que se hablaba en Los Ángeles fue siempre una lengua extranjera. Jameson lo compara con Nabokov. “El escritor de una lengua adoptada es ya una especie de estilista por fuerza de las circunstancias. El lenguaje nunca dejará de ser autoconsciente para él, las palabras nunca volverán a ser aproblemáticas”.
Jameson se asoma con sutileza a las diferencias entre el policial clásico y el norteamericano. En el policial inglés, nos advierte, el crimen es la interrupción violenta de la vida cotidiana. En el género negro, en cambio, “(...) la violencia del hampa de la gran ciudad estadounidense se siente como un destino secreto, una especie de némesis que acecha bajo la superficie de las fortunas velozmente adquiridas, el anárquico crecimiento de la ciudad y las vidas personales inestables”. El policial inglés: el quiebre de la rutina de una vida apacible; el policial norteamericano: la aparición de un destino que había permanecido oculto. Así la novela negra, con esta visita de la némesis, queda emparentada con la tragedia. (Pero podríamos decir que también hay una némesis específica del policial de enigma, y que descubrimos sobre todo en las aventuras de Jane Marple, una de cuyas más extrañas novelas se llama así: Némesis).
Jameson no solo pasea por los hoteles y las mansiones y los tugurios de Los Ángeles; también visita los monumentos teóricos de su propia vida: el marxismo, el estructuralismo, Barthes, Lukacs, Greimas, Sartre, Heidegger. En las novelas de Chandler, sugiere Jameson, la figura del detective es la encargada de unir espacios que no tienen conexión entre sí. Y así como Marlowe conecta lugares separados, Jameson vincula marcos teóricos desconectados a través de la figura de Chandler.
En la mayoría de los escritos sobre el policial sus autores se sienten obligados a trazar una historia del género. Lo mismo ocurre con la historieta o con la ciencia ficción, o con cualquier zona cultural que sufra alguna clase de complejo de inferioridad con respecto a las otras formas narrativas. En busca de legitimación, el “género bajo sospecha” intentará instalar una cronología que consta en esencia de un solo momento: la fundación. El género policial, igual que los otros, siempre está presentando su acta de nacimiento, a la espera del sello que lo convalide para poder cruzar, de noche, la frontera de la gran literatura. En la frase inicial de su ensayo, Jameson se desentiende, felizmente, de esa cuestión, y aborda la literatura de Chandler como una cosa ya definida. Aunque todo el tiempo se pregunta por la completitud en las novelas de Chandler –un punto más bien oscuro de su argumentación– lo cierto es que aborda la obra como algo sofisticado, poderoso y total. Es curioso que Jameson admita que el concepto de completitud con el que se ha de juzgar la obra literaria está en sí mismo incompleto.
Las últimas páginas –donde Jameson habla del final de El sueño eterno– son un ejercicio de melancolía. Como en todo policial, en esta primera novela de Chandler hay una historia enterrada, pero aquí está tan enterrada que Jameson señala el contraste entre el frenesí investigativo de la historia y la ausencia definitiva de la persona buscada. Jameson nos hace notar que Chandler “es capaz de hacernos tropezar, sin previo aviso, con la realidad de la propia muerte”. El final de El sueño eterno es la explicación de su título (The Big Sleep): “¿Qué importaba donde uno yaciera una vez muerto? En un sucio sumidero o en una torre de mármol en lo alto de una colina –reflexiona Marlowe–. Muerto, uno dormía el sueño eterno, y esas cosas no importaban”. Jameson descubre un aire gótico en las novelas de Chandler, y nos susurra que bajo los tiros y los indescifrables vericuetos de la trama solo hay historias de fantasmas.
8 de noviembre, 2023
Raymond Chandler: detecciones de la totalidad
Fredric Jameson
Traducción de Jerónimo Ledesma
Refucilo, 2023
146 págs.