Basta con evocar a Virginia Woolf, a Silvia Plath, a Alejandra Pizarnik, para arribar a una reflexión tan manida como seductora: la escritura puede convertirse en una (dramática) profesión de riesgo. Bette Howland (Chicago, 1937-Tulsa, 2017), que despertó a sus 31 años en una cama de hospital luego de embucharse una caja entera de somníferos, tal vez sostenga una hipótesis ligeramente diferente –aunque igual de afecta al drama– respecto de la escritura. Con su primer libro, S-3 Una memoria, rescata la experiencia posterior a aquel sobresaltado despertar; S-3, la sala psiquiátrica en la que Howland atravesó una temporada, a la que fue enviada luego de ser dada de alta en terapia intensiva y que reconstruye, desde el presente de la enunciación, con una escritura emocionalmente aséptica, despojada de rabia o resentimiento.
En S-3 los pacientes tienen, obligatoriamente, un compañero de cuarto: los directivos entienden que la soledad, como escribiera Saccomanno, no viene sola: estos hombres y mujeres deben construir vínculos, preocuparse por su vestuario, interactuar en las zonas comunes, compartir historias y juegos de mesa, partidos de ping pong y de billar. Se los requiere participativos y afuera de sus habitaciones porque, se supone, es allá, allá afuera, en la interacción –y no en su interior, en el interior de sí mismos–, donde habita la vida. Hacia ella, entonces, deben ir.
Howland es pródiga –y hábil– en el retrato pasajero de sus compañeros de sala. Pululan por el recinto los más variados especímenes: la majestuosa Iris, una joven maníaco-depresiva de 27 años, atenta al modo en el que funciona el poder en el dispositivo psiquiátrico; la infatigable y clamorosa Trudy, capaz de enrostrarle a cualquiera sus deseos y necesidades; la coqueta Simone, preocupada por el cuidado de su imagen aunque impotente frente a las reacciones –indecorosas– que le suscita la medicación; la retraída Cootie, sólida en su aislamiento y en su mutismo. Y la galería se extiende. La autora centra la mirada en sus compañeros para adelgazar, claro, su propio protagonismo. Aún así afloran, aquí, allá, su percepción personal y la moderada expresión del sentir, la tensa relación con su madre, el recuerdo de un padre cuya forma de ausentarse era, sin más, echarse a dormir, la culpa por el trauma que la estadía en la sala pudo haber causado en sus hijos y la revisitación de una escalofriante escena infantil que involucra un femicidio, aunque narrada, de nuevo, con una elaborada distancia emocional.
Instantes posteriores al intento de suicidio, luego de haber ingerido la caja de sedantes, Howland escribe, desde el presente, sin aspavientos: “Una cosa me sorprendió. Morirme no fue lo que esperaba; no se pareció en nada a lo que me había imaginado que sería en la infinidad de veces en las que me lo había imaginado (...). Inmediatamente me arrepentí de lo que había hecho y llamé al doctor; no era posible dar con él. Le conté a la voz del contestador automático lo que había pasado y me senté a esperar a que él contestara el llamado. Eso fue todo”. Desde su ingreso a terapia intensiva y durante los primeros días de su estadía en S-3 una simbólica secuela marca a la autora: su voz parece haber desaparecido. Emitiendo únicamente susurros débiles, su capacidad comunicativa se ha deteriorado. A contrapelo de la hipótesis que supone un riesgo fatal, la escritura en Howland se unge de orden, de sentido, de vida. De hecho, volver a contar una y otra vez la propia historia personal –afirma– la convertiría en un relato gastado, soporífero. “Te cansarías de ella” –asegura– “te aburrirías de ella, te hartarías –la dejarías ir, la soltarías– y podrías tomar vuelo y liberarte”.
A raíz de una esclerosis múltiple, Howland muere a los 80 años. La sobreviven dos hijos, dos volúmenes de cuentos que Eterna Cadencia publicará en breve y claro, S-3. Una memoria, ese libro que despide un aura dolorosa aunque serena, como una herida imposible de cicatrizar, curada sin embargo por la palabra escrita.
28 de diciembre, 2022
S-3. Una memoria
Bette Howland
Traducción de Inés Garland. Prólogo de Yiyun Li.
Eterna cadencia, 2022
256 págs.