Cultor del espamento y la contradicción, Witold Gombrowicz (Maloszyce, Polonia, 1904 – Vence, Francia, 1969) hubiera festejado (festejado y renegado, celebrado y vituperado) el auge que hace décadas lo tiene como una figura incuestionable dentro del campo argentino; el mismo que, por medio de un sinfín de operaciones críticas, lo ha convertido en objeto de culto y, como tal, digno de adoración. Baste recordar, en este sentido, algunos títulos más o menos recientes que giran en torno suyo. El exilio procaz: Gombrowicz por la Argentina, de Pablo Gasparini; Incomodar con estilo, de Nicolás Hochman, y Extranjero en todas partes, de Mercedes Halfon. Se suma ahora, como parte de la colección destinada a su obra a cargo de El cuenco de plata, Testamento, una entrevista –escrita– entre el autor y Dominique de Roux, a fin de presentar póstumamente su genio, su figura, su obra.
En el volumen, las respuestas de Gombrowicz avanzan para apropiarse de las preguntas, del reportero y del reportaje; de todo aquello que pueda ser, en verdad, devorado. Menos que una auténtica conversación en la que el diálogo alumbra un conocimiento antes velado, Testamento es la imposición de una voz –la del autor, por supuesto– que tiene todo en claro desde antes de proferir la primera palabra. Y que sabe, fundamentalmente, que el desconcierto es un estado que se maquina con precisión programática.
De plasticidad planeada, las intervenciones de Gombrowicz han seguido siempre una táctica de descolocación –propia y, por tanto, del otro. Ser lo insospechado: porfiar ante lo evidente; callar cuando se espera un discurso; vociferar cuando se demanda silencio. Devenir como fuere, y a cualquier costo, para evadir la Forma, esa fuerza que por medio de ritos, convenciones, conceptos y prácticas lleva a la Madurez, un estado rígido y prefigurado, que homogeniza y obstruye cualquier potencial para encorsetarlo en el gregarismo de las costumbres. Se jacta así –cuándo no, Gombrowicz– de, en este caso, su ductilidad contextual. Se opta por escandalizar toda expectativa ajena y hacer uso de la más impertinente de las máscaras. “Yo estaba hecho de pegotes de mundos diversos, ni carne ni pescado. Indefinido.” –afirma– “Dependiendo del lugar, la persona, las circunstancias, yo era listo, tonto, un simplón, refinado, taciturno, un causeur, inferior, superior, superficial o profundo, era vaporoso, pesado, importante, insignificante, vergonzoso, desvergonzado, tímido o audaz, cínico o noble... ¿qué no era yo? ¡Yo lo era todo!”.
Gombrowicz llega a la Argentina a mitad de 1939 en calidad de periodista. Días más tarde estalla la Segunda Guerra Mundial, el regreso a Polonia no figura ya como posibilidad y termina por instalarse en el país hasta 1969. A medio camino entre un enclenque linaje aristocrático y la prosaica realidad que atraviesa en la Argentina, el autor remarca la indefinición desde los orígenes de su historia. Rememorando la infancia, sostiene: “(...) éramos una familia desarraigada, cuya posición social no estaba demasiado clara, entre Lituania y la Polonia “del Congreso”, entre el campo y la industria, entre las esferas y las medias”. Para concluir: “Y esos son los primeros “entre”, que en lo sucesivo se multiplicaron alrededor de mí hasta tal punto que casi se convirtieron en mi lugar de residencia, en mi propia patria”.
Testamento recorre la experiencia personal de Gombrowicz, demorándose en el vínculo con la madre –personificación de una auténtica escuela de la que se graduó con creces, dice, en el sinsentido, la estupidez y el cretinismo–; y repasa los pormenores detrás de su obra –de Memorias del tiempo de la inmadurez, su primer libro de relatos, de 1933, hasta Cosmos, novela publicada en 1967. Repleto de boutades, este soliloquio denuncia –aunque para enfatizar, y no necesariamente acusar– la inevitable artificialidad que impregna todo accionar humano; al mismo tiempo, resalta la simbiosis entre artista y obra y termina –como no podía ser de otra manera, tratándose de este polaco estridente– con una paradoja: la de un yo íntimo e informe que, desde las entrañas del lenguaje y las postrimerías de Testamento, aspira a rebelarse contra la identidad pública –en este caso, el Gombrowicz oficial–, esa Forma que ciñe todo a su gusto con la paciencia de quien sabe que tiene la partida ganada de antemano.
8 de octubre, 2025
Testamento. Conversaciones con Dominique de Roux
Witold Gombrowicz
Traducción de Pau Freiza y Bożena Zaboklicka
El cuenco de plata, 2025
160 págs.