Una forma que busca su inestabilidad, explora su desequilibrio, para desde allí restaurar un centro y mostrar su imposibilidad o su disolución. O una forma que libera sus variables para que busquen otras sociedades y se escindan entonces de su matriz. Como sea, Anexo Lindsay, de Ezequiel Alemian, a quien podemos seguir en el mapa de la literatura argentina al menos desde la revista 18 whiskys hasta El sueño de la vaca y el tatuador de camellos (2022), presenta allí su campo de maniobras y uno de sus recursos puede ser la progresión permanente e inacabada, quizás también la suspensión, el sentido y la lengua ovillándose para asomar a la plenitud de su vacío, pero seguro se trata de un trabajo en las fronteras de las formas (y las formas aquí son los géneros) no para disolverlas sino para abrirlas y que entonces se contaminen, se mezclen, se inficionen y busquen trasvasarse en los canales del lenguaje. Parece que se asienta en la fragmentación, como un texto que acumula instantáneas y las deshilvana en su hilván, pero se trata de un continuo, una frecuencia que implica muchas cosas, pero una, sin dudas, es que todo lo que ingresa toca su magnetismo y queda orbitando en lo que podemos llamar el movimiento a perpetuidad. Es una gravitación que se desentiende de su centro o lo interpela o lo desgaja y a eso, justamente a eso, es lo que podemos llamar Anexo Lindsay.
¿Qué es lo que hace posible todo esto o qué es, al menos, aquello que podemos pensar como su condición? En principio, sus resonancias y sus formas de adscripción en el terreno de la literatura, la lengua con la que podemos leer la lengua de este Anexo, y allí encontramos algo de Néstor Sánchez. Pero sobre eso, sobre esa superficie y ese sistema de resonancias que deja trabajar, con las que dialoga y cita o desliza en forma velada, tenemos un juego de tres preguntas que organizan y sedimentan este texto de Alemian. Una pregunta se refiere al lenguaje, pero a la posibilidad de que el lenguaje pueda ser una dynamis, una fuerza que opere en la realidad y las cosas, constituya la realidad o la transforme. Otra pregunta, la segunda, estriba en la forma, en los límites y las fronteras de las formas líricas y narrativas. Y la tercera se dirige al sentido, a la posibilidad de que el sentido sea una fuerza al mismo tiempo nómade y sedentaria, trashumante y enraizada.
Anexo Lindsay reflexiona en ese campo, hace de todo el texto un campo de reflexión sobre esto que es la santísima trinidad de lo que llamamos literatura, pero coloca ese campo en la fusión de dos verbos, discurrir y fluir, y un principio, el movimiento perpetuo, sin descanso, sin otra respiración que aquella que nos depare el lenguaje en una ondulación que no busca la velocidad ni la morosidad sino un deambular incesante, casi parsimonioso, que no encuentra fin ni principio, no empieza ni termina, se anexa, y entonces una de sus fantasías vitales es la perpetuidad, el movimiento infinito, la cadencia inagotable. Algo de esto podíamos leer, por ejemplo, en El regreso (2017), pero aquí se trata del lenguaje puesto en ese movimiento continuo en el cual por un lado discurre, porque esa es la forma que elige la reflexión para desplazarse y liberar sus fronteras, pero fluye, porque es un movimiento constante que tiene en el movimiento su principio y su objetivo. El texto busca formas de la literatura, nombra a Samuel Beckett, se mueve entre las palabras, explora recursos y se refiere al diario y la carta, a la filosofía y la aventura, y por eso, porque se mueve entre esos recursos y entonces reflexiona, los verbos son dos, discurrir y fluir, pero el tema es uno, el movimiento, y cuando la literatura opta por el movimiento perpetuo algo está resolviéndose contra sí misma, algo empieza a confrontar con sus coordenadas y sus sedimentos.
El movimiento de esas tres categorías –lenguaje, forma y sentido– es el campo de acción de este texto, el movimiento perpetuo es su condición de posibilidad, y en la intersección de esos conjuntos se desplaza esa junción entre formas liricas y narrativas que le permite absorber el mundo y organizarse como un conjunto de dioramas o tableau vivant (y estas son palabras del Anexo). De eso está hecho, ese es su teatro (y por eso en una zona lo define la experimentación y en otra la experiencia) y es también su laboratorio (y por eso puede pensar en el mismo giro el lenguaje, el virus y la pandemia). Experimentación con las formas y experiencia de la lengua y el sentido. Cada categoría se mueve dos veces: el lenguaje es un vector de exploración, pero es el campo a explorar; el sentido es la fuerza que se desprende, pero al mismo tiempo se sujeta; y la forma, en este caso el género, toma la cadencia y resuelve su instancia narrativa. Es una cadena de asociaciones y disociaciones y en esa confrontación, en ese acuerdo y disidencia, encuentra su razón y su propósito.
Entonces, Anexo Lindsay va a trazar su acción y su aventura –que siempre es una aventura en la lengua y en la reflexión de lo que llama la unidad mínima de sentido y el índice o nivel de realidad– cada vez que dinamiza el siguiente mecanismo: tomar el poema y separarlo de las formas liricas y sus límites para dejarlo fluir en la lengua de la narración y sacar la narración de sus coordenadas y secuencias para hacerla fluir en el poema. En ese camino, en ese deambular por los géneros, las formas y la lengua, el texto de Alemian encuentra un rumbo posible que implica, en sus distintos niveles, una cadena de asociaciones que progresa, avanza, pero nunca se desentiende de su remisión y una cadencia que parece organizarse en una sola frase, una, extensa, sinuosa, hecha de texturas, resonancias y unidades que buscan derivar hacia la próxima unidad para fusionar y romper ese principio de unidad.
Formas líricas y formas narrativas que se deshacen de sus límites, se mezclan y se interceptan para darle al texto ese rumbo que no es otro que el movimiento buscando su razón y su propósito en la naturaleza del movimiento. A esto el texto de Alemian le da un principio vital, porque se trata de formas vitales, y por eso va a encontrar una de sus figuras en los organismos, los microorganismos, el principio de producción y organización de la vida, todo lo que puede ingresar en la dinámica del lenguaje para dejar que esa dinámica trabaje en su fuerza, no necesariamente liberada, sino haciendo de su fuerza la condición de esto que presenta el Anexo, que piensa menos los límites de la literatura que la posibilidad de una literatura que abra sus límites y deje que todo, entonces, ingrese, se mueva, busque su forma y quizás también su sentido.
Por eso se trata de la experiencia de la lengua y la experimentación de las formas, no para buscar una fórmula nueva, sino para correr sus fronteras y contaminar los territorios y sus límites horadando todo eso que llamamos géneros, núcleos sedimentados, las pequeñas ilusiones de lo que sabemos está llamado a disolverse. Las formas abren sus límites para encontrar un curso vital y en la experiencia de la lengua, en su fluencia, discurrir entre los géneros y abrirle, entonces sí, a las fórmulas sus variables para liberarlas. Las variables liberadas para asociarse en una nueva dinámica donde rige esa fuerza que llamamos, muchas veces por comodidad, lenguaje.
20 de septiembre, 2023
Anexo Lindsay
Ezequiel Alemian
Caleta Olivia, 2023
66 págs.