El sol entra por una ventana e ilumina unas frutas que están en una fuente sobre la mesa; y entonces el cuadro es el de una naturaleza muerta en una casa de campo, en una cocina de casa de campo. Se ve o imaginamos el polvo, las partículas se evidencian con el sol. De alguna manera vemos el entorno y adivinamos una fragilidad latente. Si seguimos el recorrido de esos rayos, si miramos por esa ventana, el cielo que hoy es limpio castiga y produce una aridez que sólo parece retroceder a fuerza de trabajo. Si nos detenemos en algunos detalles vemos la delicadeza para convertir ese hermoso pero duro entorno en un lugar de vida. Y más allá, en el cultivo, casi como un capricho, la voluntad de afincarse. El deseo de hacer productivo ese espacio. Y en ese deseo está el tiempo y quienes lo habitan.
Volvamos a empezar. Alguien vuelve al lugar que fue epicentro de vida de varias generaciones de la familia. Un lugar inabarcable dominado por fuerzas de atracción y repulsión en el que tiene que moverse a partir de restos. Construir como hicieron generaciones anteriores desde los escombros, “hacer de los añicos una incumbencia”. Hay relatos, objetos y casas que interpretamos al habitarlas. Aparecen distintas voces, aparecen cacharros y lugares. Grandes y pequeños. La cordillera imponente y el galpón de las herramientas. Nada es estable en esta zona de sismos. Nada es estable en las zonas que comienzan a desarrollarse. Y si algo lo es, si algo es estable, es el entretejido que se forma en el tiempo entre quienes tienen la capacidad de compartir momentos de trabajo y ocio. Entre quienes deciden construir lazos de vida.
Nuevo comienzo. Las voces de mujeres que recorren este agreste e inestable suelo construyen un texto puertas adentro, como si ese hermoso libro de Clara Janés Guardar la casa y cerrar la boca viviera aquí dando cuenta de los saberes que se transmiten en la intimidad; y otro texto hacia fuera, a la luz de una sociedad que con todas sus desigualdades se construye. En esa puja los sismos se suceden. Sismos naturales, sociales y personales. Formas de reinventarse, de seguir deseos. Comenzar viajes sin recorrido previo, proponerse proezas, acercarse a un cuerpo o luchar por la libertad del propio. Todas tienen en común ser parte de una historia de libertas.
En Botánica sentimental se cuentan fragmentos de doscientos años de historia en un territorio de sismos en el que conviven hechos ficticios y reales; personajes de estas páginas y personajes que ingresaron a ellas para dar cuenta de momentos históricos. Como, por ejemplo, el de la aviadora Adrienne Bolland que cruzó los Andes en un artefacto precario o el del paleontólogo Auguste Bravard que murió en un terremoto que predijo. Vidas individuales que acontecen en la Historia de un territorio, geográfico y político, que se desintegra y se recompone. El golpe del 55 y la corta vida de un estudio de cine en ese desierto montañoso son algunos de los escenarios de esta novela que va de lo íntimo a lo social.
En esta segunda novela de Mercedes Araujo la aridez está omnipresente. En ella conviven naturalmente los dichos de quienes pueblan esta historia con citas de autores clásicos, antigüos y modernos. “No se aflija que la vida ocurre también en su sombra, como tantas cosas suceden en la espera”, dice en una carta una de las mujeres que habita este libro. Están presentes con breves incursiones: Ovidio, Séneca, Benjamin. También hay fragmentos de la historia de esta zona cordillerana de viñedos. Todo converge para construir un texto con personajes, sobre todo femeninos, potentes. Algunas de ellas deseosas de quedarse, otras de partir y otras en búsqueda, como es el caso de Antonia con quien comienza el primer movimiento de esta novela; pero en búsqueda de qué, quizás este fragmento de Nácares de Hélène Cixous nos ayude: “¿Dónde está mi casa? Mi casa es este camino, bajo el viento”.
Ya en La hija de la cabra (Bajo la luna, 2012) la autora aportó una escritura que tiene la capacidad de ser un viento seco con notas de hierbas de alta montaña. Lo que allí sucede cuando logramos ponernos al abrigo del sentido es la manifestación de una prosa que mientras erosiona disemina. Y lo que brota cuando encuentra cobijo son hermosas flores silvestres que se muestran en medio de la desolación. O mejor, de un clima de montaña que conoce los contrastes. Que de esos contrastes hace su lugar, y al hacerlo muestra la posibilidad de una belleza frágil y con capacidad de reproducirse en entornos extremos. El sol intenso y el ambiente seco, la nieve y su devenir en río correntoso. La de Araujo es una escritura enraizada en una geografía. Su poesía funciona de manera similar. Los valles que construye son atravesados por un ramalazo de escritura que los interrumpe. La fuerza natural aparece, no de forma inesperada para quienes conocen esas geografías, sino como la inevitable resolución de un conjunto de fuerzas que estaban en tensión. Nunca como sentencia final, nunca una última palabra. Trae consigo lo que en su camino fue encontrando, una convivencia de registros que se habitan y fortalecen porque no son estancos. Una escritura libre que aporta asperezas.
29 de marzo, 2023
Botánica sentimental
Mercedes Araujo
Lumen, 2022
240 págs.