A diferencia de los diarios personales, las cartas de escritores no aspiran a tejer un horizonte de sobrevida póstuma. Por sus características inmanentes, se ciñen a motivos coyunturales, y redundan en un ajuste de la perspectiva: mientras que el diario obliga a dialogar con uno mismo, la diversidad de destinatarios epistolares invita a variar el tono.
Sin ser único, el caso de Kurt Vonnegut presenta algunas peculiaridades. Porque ya sea de joven soldado, dando noticias de vida a familiares luego de salir airoso tanto de la captura por parte de los nazis como del bombardeo a Dresde por parte de sus compatriotas –episodio capitalizado en su célebre novela Matadero cinco–, como adulto padre de familia buscando trabajo o intercambiando cuitas con viejos amigos, o como maduro escritor consagrado, el tono dicharachero, humorístico al punto del gag y siempre indulgente de Vonnegut resulta infalible.
Esta generosa selección de la correspondencia privada del autor de Desayuno de campeones –cuya escrupulosa curaduría estuvo a cargo de Dan Wakefield, fiel amigo de Vonnegut– abarca seis décadas, de 1945 a 2005, e incluye un amplio abanico de destinarios, que no sobresalen en su mayor parte por su renombre, sino por su cualidad de partenaire invisible para que el autor de Cuna de gato despliegue su imparcial magia oratoria. Porque, claro, la escritura de Vonnegut siempre destacó por sus marcadas inflexiones orales. En respuesta a una pregunta de un lector en 1990 sobre la relación de su estilo con el “jazz y los cómicos”, Vonnegut respondió: “No pienso demasiado en ello pero, ya que lo preguntas, me parece adecuado decir que mi escritura va de la mano con el exhibicionismo de los clubes nocturnos (...); es de clase baja, intuitiva, ciclotímica, y está ansiosa por no perder la atención de un público potencialmente hostil”. Como dice el curador: “Entre los héroes de Vonnegut se encontraban los cómicos Lauren y Hardy, y los comediantes satíricos radiofónicos...”.
No sorprende, en un escritor tan poco aquejado de solemnidad, la ausencia, en sus cartas, de referencias literarias y de problemas teóricos concernientes a la escritura. Su mayor preocupación, sobre todo en los primeros años, se circunscribe a obtener tiempo para escribir. Es decir, a cómo ganar dinero sin que ello implique la entrega total a un trabajo insípido. En otras palabras, el problema de cualquier escritor.
Si bien pronto encuentra un filón en la venta de sus cuentos a revistas satinadas entonces de moda, será a partir de 1969, año en que se publica Matadero cinco, cuando Vonnegut logre asentarse económicamente. Para entonces, se había paseado por una cantidad considerable de empleos y habituado a una frugal estrechez. Las cartas, en este sentido, ofrecen un testimonio crudo, no exento del humor y la ironía propias de su narrativa, de sus primeros días como novel escritor en apuros hasta los años venideros en que supo acariciar las mieses de la celebridad. Tanto en un polo u otro del arco temporal de la vida, sin que lo conmuevan ni el destinatario de turno, ni la depresión o las dudas sobre sí mismo, se alza ese tono zumbón, inconfundiblemente suyo, y que provoca más de una sonrisa de complicidad.
Las cartas revelan a un hombre que a menudo dudaba de su talento, que luchaba contra el rechazo y la crítica, y que estaba profundamente afectado por los acontecimientos de su época (en particular, su oposición a la guerra y su apoyo a los derechos civiles). Sin embargo, incluso en sus momentos más oscuros, el sentido del humor de Vonnegut y su amor por la vida relumbran, como cuando intenta venderle a un amigo la idea de fabricar una corbata de moño atómica y, a otro, un kit para asaltar refugios blindados.
Probablemente, Kurt Vonnegut haya sido el menos literario de los escritores del siglo pasado, pero eso no le resta un ápice a su valía. Los contados comentarios de esa naturaleza, por lo general, no iban dirigidos a editores o compañeros del oficio, sino a sus alumnos de escritura creativa, a quienes aconsejaba que sus textos sean tan cínicos como religiosos, que eviten el uso de palabras rebuscadas y que el secreto de la buena escritura radica en la empatía. Todo eso que, a pesar de sus dudas proverbiales, nunca faltó en sus cuentos y novelas. Todo eso que, sin dudas, también se encuentra, en dosis no siempre parejas, en estas cartas.
7 de junio, 2023
Cartas
Kurt Vonnegut
Introducción de Dan Wakefield
Traducción de Milo J. Krmpotić
Ediciones B, 2023
528 págs.