Jonathan Lethem escribió una novela sobre el amor. Pero lo hizo como sólo puede hacerlo un escritor extraño, que bordea la ciencia ficción, que es dueño de una imaginación weird y que piensa la literatura como un arte del desplazamiento y no como una reafirmación del yo.
Cuando Alice se subió a la mesa es la historia de una pareja en crisis. El narrador, el profesor Philip Engstrand, tiene un lugar en el departamento de Antropología de la Universidad de California del Norte. Convive con Alice Coombs, que se dedica a la física y es brillante. Viven en un delicado equilibrio hasta que un experimento rompe el hilo sobre el que caminaban. Un profesor de la universidad generó un universo Farhi-Guth, una “burbuja de nada” capaz de crecer hasta crear un universo tangencial al nuestro. “El profesor Soft –explica el narrador– simplemente trataba de reproducir el Big Bang”. Y el problema es que ese universo que en el campus de la universidad empieza a recibir el nombre extraoficial de Vacío, se vuelve el objeto de obsesión, primero; y de amor, más tarde, para Alice.
Se trata de una historia que, al menos en sus emociones, bien pudo ser soñada por Carson McCullers. En La balada del Café Triste ella escribe: “Ante todo, el amor es una experiencia compartida por dos personas, pero esto no quiere decir que la experiencia sea la misma para las dos personas interesadas. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo amante lo sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir”.
Pero Lethem pone en la posición del amado a un Universo Farhi-Guth y ubica a una física prestigiosa en el lugar del amante. Vacío puede no ser más que “un estimulo para todo el amor dormido” en Alice, pero eso no implica que la experiencia desesperada del amor no sea todo lo cruel y todo lo abismal que el amor supone.
La geometría del amor que propone esta novela también es idéntica a la que le interesaba narrar a McCullers. El triángulo como la forma brutal del enamoramiento. Philip es a Alice lo que Alice es a Vacío: un amante ignorado, una burbuja de nada.
El deterioro de Alice, su degradación, tiene su origen en el amor no correspondido. Vacío no habla pero puede comunicarse. El procedimiento es sencillo: se le lanzan objetos y él decide si “tragarlos” o ignorarlos. No sabemos a dónde van los objetos que Vacío acepta pero suponemos que en su interior hay otro universo que se expande. Y en esa conversación binaria (Vacío sólo sabe decir “si” y “no”) es donde Alice intenta ser aceptada por él y sólo recibe rechazo. Su obsesión la aparta del mundo hasta un punto sin retorno y entonces Philip le dice: “Te estás alejando de lo humano. Vacío es demasiado poderoso e influyente. ¿No te das cuenta? Te estás convirtiendo en un vacío”.
Sin embargo, la pasión de Alice no es muy distinta a la de cualquier persona que ocupa la posición del amante y mira con ternura y también temor la órbita de influencia que va ganando el amado. La novela de Lethem nos hace preguntarnos qué hubiera pasado si el Dr. Frankenstein se hubiera enamorado de su criatura en vez de abandonarla. Cuando Alice se subió a la mesa es el reverso perfecto de la novela que escribió Mary Shelley a comienzos del siglo XIX.
Se suele asociar la ciencia ficción a viaje espaciales y seres extraterrestres. Pero lo que hace Lethem es distinto. Él usa la ciencia para imaginar nuevos lazos, nuevas intimidades y nuevas pasiones entre seres humanos y eventos extraños. Su ficción es, como quería J. G. Ballard, un verdadero viaje al espacio interior.
4 de enero, 2023
Cuando Alice se subió a la mesa
Jonathan Lethem
Traducción de Alberto Rodríguez
Caballo negro, 2022
244 págs.