Para los que ya hemos leído el cuento Un error de Ludueña, Gandolfo nos ofrece ahora un regalo inesperado: el pasado de Ludueña. Para los que no lo han hecho, la posibilidad de descubrir su historia completa. En cualquier caso, lectores veteranos o nuevos, agradecemos esta novela. Unos y otros no podemos sino empatizar con el protagonista. A este hombre de “rostro delgado y oscuro, cercano a los cuarenta, una boca delgada, tres arrugas profundas en la frente si levanta las cejas, el pelo muy negro y bien peinado hacia atrás, ojos como botones de vidrio negro” lo comprendemos, lo seguimos, nos solidarizamos con él, hasta deseamos que le vaya bien, que se salve... y eso que es el malo, el delincuente, el bandido a sueldo.
Con la maestría a la que nos tiene acostumbrados, Gandolfo ha transformado el cuento aparecido en 1994 –como parte del reconocido libro Ferrocarriles argentinos– en una novela que lleva su mismo nombre. Escritura precisa y minuciosa, sus frases son colores que pintan los lugares, dibujan los personajes y exponen los sentimientos con crudeza. Una pluma que acomoda las palabras en su justo lugar, las encastra, les da vuelo. Se trata de un libro, por supuesto, pero por momentos es como si fuera un álbum de fotos o una película que nos dice y nos muestra de manera palmaria aquello que el escritor ha querido que veamos, que sepamos y comprendamos de su particular personaje.
Salvo una o dos palabras, ha respetado a rajatabla el texto del cuento original que, como primer capítulo, da inicio a la novela. Luego, sucesivamente y de manera no cronológica, abre el juego sobre los aspectos más importantes de su vida. Y sí, como todos nosotros, los mortales, Ludueña tiene un pasado; anónimo, desconocido, oculto, al menos hasta ahora. Gandolfo, uno de los mejores cuentistas contemporáneos, nos lo revela pero, más interesante aún, ensaya un perfil psicológico de Ludueña que cautiva por su humanidad.
Nos habla de los orígenes de Ludueña, de las penurias económicas de su familia, de la rutina de pueblo chico, de las charlas nocturnas con su padre en el patiecito de la casa cuyas paredes parecían cerrarse sobre sí mismas, achicándola cada vez que un nuevo hermano de Ludueña nacía. Atención, que decir que nacía otro hermano suyo no significa que un nuevo Ludueña, un Ludueñita, digamos, venía al mundo pues, a diferencia de sus tres hermanos, a quienes nos los presenta por el nombre de pila, solo a Ludueña se lo identifica de esa manera, con ese apellido por nombre, ¿o será simplemente su nombre?
Nos cuenta que “había conocido muy pocas mujeres... siempre de manera fugaz, aunque a veces intensa. Solo una de ellas, en un lejano pueblo del norte, había permanecido con él durante casi un año”, a la que ahora nos presenta como Dolores, con quien establece una relación pasional y a quien deja porque “Cuando uno de los dos tiene ganas de matar al otro, hay que largar”. Sus otras mujeres, no más de doce, aclara, las fue frecuentando sucesivamente en el prostíbulo de Pichincha; así aparecen Julieta Jones, Patricia y Miriam, en quienes buscaba no solo sexo sino “una conversación en voz baja” y, con la primera de ellas, hasta tenían horarios combinados para verse “lo que los convertía directamente en una pareja constituida” hasta que ella se casó “con un cliente más rubio y más rico”. Las charlas, también los silencios, eran para él tan importantes como el sexo.
Conocemos a un Ludueña que habla mucho consigo mismo –tomó ese hábito desde que había cumplido los catorce, nos dice–, medita sobre sus experiencias, sobre el paso siguiente; que hace un ejercicio de memoria constante y recuerda su infancia, a sus padres y a su abuela, a sus hermanos –en particular a Sofía, su hermana menor–; un Ludueña que dejó el pueblo alrededor de sus dieciocho años y, junto con el pueblo, a su familia de la que casi prescinde pero que, aun desde la distancia, lo estructura, lo ordena, aunque solo la llame de tanto en tanto y la vea una vez al año, para las fiestas. Nos enteramos cómo, tras trabajar durante años en una tienda de telas y, después, en una pizzería, entra en la organización criminal, la “Red” liderada por Félix, alias Julio, en la que llega a ser uno de sus hombres de elite. Y conocemos a Goncalves, su único amigo de “vínculo mínimo”.
Entre todo lo bueno que ofrece esta novela, cabe destacar el conmovedor capítulo titulado “La valija y el saco”, en referencia a la valija de cartón y al saco azul del padre con los que, entre otras pocas cosas, dejó su casa para llegar a la gran ciudad. A partir de allí, al enterarnos de la infancia de Ludueña, de su relación con los padres –en especial, con el padre, relación de una hondura esbozada con muy pocas frases, apenas con algunos diálogos–, al reconocer su mirada sobre la pobreza y el trabajo, al nadar en esos recuerdos crudos pero fundantes y maravillosos que, en definitiva, lo impulsan hacia adelante y lo sostienen, no podemos sino acompañar a Ludueña, compartir su melancolía, ver pasar los días y los meses en las calles y en las plazas que recorre sin cesar, enfrentar a su lado los momentos cruciales, detenernos en su camino o saltar con él, según el caso y, en definitiva, simplemente, quererlo.
También hay lugar para la reflexión y la poesía en la prosa de Gandolfo, pinceladas de una bella escritura: “Todos tocaban, palpaban un poco más al hermano mayor: abrazos, palmadas, golpes leves, como si guardaran trozos pequeños de existencia, para experimentarlos cuando él ya no estuviera”; “Dentro de sí mismo, sin embargo, despierta una pequeña alimaña práctica: el escepticismo, la cautela... Es una alimaña, sí, que suele arruinarle hasta los mejores momentos, pero también su mejor aliada para no quedar incinerado por la desilusión de las primeras veces”; y “Entró en las sábanas blancas, frescas y limpias como en un lago”.
La vida de Ludueña es una vida de huidas: de un trabajo al otro, ocultando siempre el motivo por el que deja el anterior; de la ciudad a un pueblito riojano, para no ser detenido; de ese pueblito, para escaparse de Dolores antes de cometer una locura; del bar que frecuentaba, para intentar escaparle a la muerte. Una vida de huidas en la cual, sin dudas, la que se insinúa en el relato originario –y retoma en el primer capítulo de la novela– es la más importante, la que dirime su subsistencia o su adiós.
14 de diciembre, 2022
Un error Ludueña
Elvio Gandolfo
Tusquets, 2022
136 págs.