"Pasen y vean, damas y caballeros, esta impresionante, impredecible, extraordinaria galería de monstruos tan contemporáneos como temibles. Una mujer que pare hijos cada dos semanas, un hombre que se ha licuado y vive en su propia casa dentro de un tanque, otro que va perdiendo partes de su cuerpo a medida que pasan los años, un doctor “¨que se vuelve cada vez más pequeño, hasta que quedó reducido a la nada¨”. Con estas palabras, proferidas a voz en cuello y ataviado con un frac colorido y una alta galera, debería comenzar una reseña que haga honor a El libro de los monstruos de J. Rodolfo Wilcock, recientemente publicado, con traducción de Ernesto Montequin, por La bestia equilátera. Aunque, por qué no, además de como a una feria de excentricidades, podríamos entrar en este libro como si ingresáramos a un museo o a una galería de arte.
De esta última manera, observaríamos como si fueran pinturas los sesenta y dos retratos que componen la colección de este volumen, y que son un muestrario cabal del talento inventivo de Wilcock. La descripción del personaje monstruoso, cuyo nombre y apellido da título a cada uno de los textos ─en algunos casos, también, precedido de la profesión u oficio─, es seguida por un breve y ocurrente relato que, en una página y media, a lo sumo en dos, se resuelve con una ironía o con una humorada o con una sentencia desconcertante. O con todo eso a la vez.
Apenas empezamos nuestro recorrido, pueden venirnos a la mente los bestiarios medievales o esa joya contemporánea: Animalia Exstinta (Ediciones Tres en línea, 2015), solamente que aquí, en lugar de toparnos con una mezcla de animales fabulosos y naturales, veremos delinearse el perfil de monstruos humanos, que empezaron como tales y que siguen siéndolo a pesar de haber perdido uno o todos los rasgos que caracterizan a los hombres. Sin embargo, no hay razones explícitas, ni explicaciones científicas, ni la preparación de un clima que propicie las delirantes transformaciones. Ocurren y ya, no hay que complicarse la vida buscándoles motivos.
Es claro que, como sostén, como pilar sobre el que se apoyan o descansan estos monstruos está ese hito de la literatura que marca el pasaje de Gregorio Samsa de hombre a cucaracha. Si el viajante de comercio kafkiano pudo sufrir ─o experimentar─ esa metamorfosis, ¿por qué el estudiante Mano Lasso no puede despertar cubierto de plumas blancas o Melo Merino descubrir que se vuelve luminoso en plena oscuridad o Caro Addobbone poseer “una frecuencia natural de noventa vibraciones por minuto”? Apelando al bagaje teórico, podríamos afirmar que estamos en el territorio del fantástico, más precisamente, en lo que Jaime Alazraki denominó “neofantástico”. Por tanto, es importante recordar que estos monstruos fueron escritos originalmente hace más de cincuenta años y que el clima literario de la época ─alcanza con recordar el auge de Julio Cortázar, Juan Rulfo y García Márquez─ permitía que proliferaran los lectores dispuestos a dejarse seducir por los frutos de las imaginaciones arborescentes e inagotables.
De cualquier modo, esa aparente deshumanización de sus personajes le sirve a Wilcock, muchas veces, para acentuar algún aspecto particularmente despreciable de la naturaleza humana o de nuestras conductas habituales. En otras ocasiones, las aprovecha para deslizar con ellas una ácida crítica a las instituciones, a las ideologías y a las costumbres burguesas. Como en el caso del Mariscal Cono Liscarello que “se ha transformado en poco a poco en un diablo del Infierno” y va por todas partes contando que en el Infierno la propiedad ha sido abolida, que allí son todos iguales, que todos trabajan... para un Infierno común". O como es el fenómeno del Cardenal Mondo Tuto que “una hermosa mañana despertó encerrado en un gran bloque poliédrico de plástico transparente” y así, devenido en viviente reliquia milagrosa, rueda dentro de su bloque de plástico sobre los enfermos acostados en fila en el atrio: “algunos se curan, otros quedan aplastados”. Pero no solo la propaganda comunista o la iglesia católica se impugnan o son objetos cómicos en estos perfiles. Otras veces hay veladas alusiones, como en el cuadro de Berlo Zenobi, el crítico literario que es “una masa de gusanos, un amasijo de forma indefinida” que va dejando “siempre a su paso algún nematelminto muerto, sobre las sillas o los almohadones”; y otras, como se dijo, críticas lapidarias contra nuestra horrible especie. Por ejemplo, Mesto Copio quien, tras volverse tan chato como “un trozo de papel o la hoja de una planta”, deja expuesta en su “chatura repugnante”, las características “de las cuales todos los demás mamíferos están afortunadamente exentos: la estupidez, la maldad, la codicia, en suma, las cualidades humanas más notorias”.
Wilcock es, por otra parte, de esos escritores que hacen tambalear las rígidas grillas que arma la crítica. Inscripto en la columna de “literatura argentina”, no solo dejó el país en 1957, lo que no sería problemático, sino que abandonó el castellano para escribir y destacarse por su escritura en lengua italiana. Antes de este libro, La bestia equilátera publicó la célebre recopilación de cuentos El caos (2015) y la novela El estetoscopio de los solitarios (2017) aunque, personalmente, después de este Libro sugeriría continuar con mi obra favorita de J. R.: esa inquietante sucesión de cartas que forman la novela epistolar titulada El ingeniero.
Como sucede en los museos, no es aconsejable proponerse atravesar esta galería en una sola e ininterrumpida lectura, para evitar sufrir eso que Cortázar llamó “la náusea de los ojos“. Sería preferible detenerse frente a cada uno de los cuadros, observarlos desde diferentes perspectivas, intentar desentrañar la alegoría que quizás nos está proponiendo esa imagen compuesta de palabras y frases. Avanzar de a poco, descubriendo los símbolos, disfrutando de las ironías, sorprendiéndonos o riéndonos inocentemente de ese humorismo despiadado.
Extender mi reseña, continuarla, sería ofender el culto a la concisión que practican los textos de El libro de los monstruos. Por lo tanto, solo me resta insistir con la invitación que escribí al principio de este texto: “Damas y caballeros, pasen y vean...”
9 de enero, 2020
El libro de los monstruos
J. Rodolfo Wilcock
La bestia equilatera, 2019
168 págs.