Ocean Vuong nació en Saigón, a los dos años emigró con su familia a Estados Unidos, el país enemigo, después de pasar un año en un campo de refugiados en Filipinas.
En la Tierra somos fugazmente grandiosos es su primera novela. Como Kim Thúy, que también dejó Vietnam para vivir en Canadá y abrazar el francés, Vuong no escribe en el idioma de sus antepasados, sino en inglés.
Resulta difícil distinguir ficción de memoria en la literatura de Vuong. En la Tierra somos fugazmente grandiosos tiene la forma de una larga carta, de un hijo a una madre.
El que escribe es “Perro Pequeño”, así lo apodó su abuela. La historia del nombre tiene algo de fábula. En el pueblo de su abuela, se le ponía un nombre despreciable al chico más pequeño y débil: demonio, hijo de mono, cabeza de búfalo, morro de cerdo... Perro Pequeño fue el nombre más tierno que se les ocurrió. Los malos espíritus, que erran por el mundo en busca de chicos sanos y bellos, saltean la casa, siguen de largo cuando oyen que llaman a cenar a chicos con nombres horribles. Así, amar era dar el nombre de algo tan falto de valor que se pudiera ignorar.
Perro Pequeño logró salvarse de Vietnam, escapó a Estados Unidos junto con su madre y su abuela, dejó esa tierra que “trece años después de la guerra aún estaba en ruinas”. Pero la guerra viaja con su gente. Se trepa al cuerpo, se pega a la memoria y al idioma. Perro Pequeño siente que hablar en vietnamita es hablar en el idioma de la guerra, aunque el vietnamita es lo único que su familia puede comprender. Tiene mucho para decirle a su madre analfabeta, sin embargo le escribe en inglés, el idioma que asocia con el presente. Ya se sabe que una carta sin destinatario permite decir verdades. Y aparece entonces la memoria del napalm y de los muertos, los vínculos de sangre, el árbol genealógico dudoso que deja cualquier guerra, la vida que vino después, con el descubrimiento del deseo por otro muchacho, en un granero en las afueras de Hartford, Connecticut.
En vietnamita, “echar de menos a alguien” y “recordarlo” se dice con la misma palabra: *nh*ớ. Perro Pequeño echa de menos más de lo que consigue recordar. Le escribe a su madre porque escribir es para él un ejercicio de libertad. Aunque sospecha que la libertad es apenas una pequeña ventaja antes de ser cazado. Es la distancia que separa la presa de su cazador, como dice el poema de Bei Dao.
La mariposa monarca es un símbolo poderoso, que aparece una y otra vez en las páginas que escribe para su madre. La monarca que vuela al sur no volará nunca de regreso al norte. Cada partida es definitiva. Solo sus hijas vuelven, solo el futuro vuelve a visitar el pasado. Algo transfieren de generación en generación, de sobreviviente en sobreviviente. ¿Qué queremos decir cuando decimos sobreviviente?, se pregunta Perro Pequeño. Un sobreviviente es quizá el último que llega a casa, la monarca final que se posa en una rama ya cargada de fantasmas.
La carta alterna la primera y la tercera persona. Cuando es la propia voz de Perro Pequeño la que escuchamos, el relato es desgarrador. No hay distancia con el horror, no hay mediación posible.
Leemos por ejemplo que una noche, uno o dos días antes del 4 de julio, los vecinos comenzaron antes los festejos por el Día de la Independencia. Los fuegos artificiales reverberaban cerca, las explosiones se sentían dentro del departamento. Él despierta y busca a su madre. La ve arrodillada en la cama, arañando las sábanas. Antes de que pueda preguntarle qué pasaba, ella le tapa la boca, le pone un dedo en los labios. Chsss, le dice. Si gritas, los morteros sabrán dónde estamos.
Dice Perro Pequeño en su carta: “¿Qué es un país sino una condena a cadena perpetua?”, y también: “A veces no sé lo que somos o quiénes somos. Hay días en que me siento un ser humano, y otros en que me siento más un sonido. Toco el mundo no como yo mismo sino como un eco de quien fui”.
Y se le ocurre pensar que quizás las monarcas no huyen del invierno sino de las nubes de napalm de su infancia en Vietnam.
Ocean Vuong, que conoce los límites del lenguaje, construye una novela conmovedora sobre la identidad y el idioma: acaso dos imágenes del mismo asedio.
10 de agosto, 2022
En la Tierra somos fugazmente grandiosos
Ocean Vuong
Traducción de Jesús Zulaika
Anagrama, 2020
264 págs.