I.
Arte de reducir cabezas:
Duchamp es el “piola” que trasladó un mingitorio a un museo.
Pizarnik, la oscura, la suicida.
Thoreau, el pastorcito anarca.
Y nunca, pero nunca, faltará quien diga que John Cage era no más que un provocador, cuando no un farsante. Y convengamos, a qué negarlo, que su 4:33, y el desperdigar tuercas, tornillos y arandelas en un piano contribuyeron a esa figura.
Como quiera que sea, parafraseando a Sartre, piola, oscura, suicida, pastorcito, provocador o farsante, es cualquiera ─menos anarca, que ya no quedan─, pero no cualquiera es Duchamp, Pizarnik, Thoreau y Cage.
II.
Según la biografía de David Nicholls (2007), el papá de Cage era nada más ni nada menos que inventor (no se andaba con chiquitas: tiene en su haber hasta un submarino). Agréguese a la nómina de elementos a considerar, que, cantante una y profesora de piano la otra, sus tías por parte materna sirvieron de influencia para que el niño Cage se acercara muy tempranamente a la música. Dos más dos no es cuatro en materia de legados, pero por razones que ni él podría explicar, unas y otro marcaron un camino, el de la invención musical, un desafío mucho más perdurable que el de un mero provocador.
Porque le interesaba más el piano que cualquier otra cosa ─cuentan que quería experimentar con ese instrumento y odiaba las tortuosas e ineludibles escalas─, en el colegio se mofaban de él (confiesa que se veía a sí mismo como un “mariquita” frente a sus compañeros de curso): “Me tendían una emboscada para golpearme y yo nunca me defendía porque había asistido a la catequesis de los domingos y allí me habían dicho que pusiese la otra mejilla, cosa que me había tomado muy en serio”. Luego de haber abandonado la universidad en el segundo año “para seguir mi educación sin asistencia de ninguna organización“, un día comió frío el plato de la venganza: nadie recuerda a sus compañeros (ni los del colegio, ni de universidad) y sí a él, que junto con Morton Feldman, es uno de los músicos norteamericanos más importantes del Siglo XX.
Editado por Caja Negra, Escribir en el agua. Cartas (1930-1992) compendia una importante selección de textos de Cage, escritos íntimos que, como es de prever, dan cuenta de sus desvelos, caprichos y ─repito, no cualquiera es Cage─ genialidades.
El intercambio epistolar es con familiares, críticos, académicos, escritores, músicos y hasta médicos. Amén del ingreso “al alma de un artista” que supone toda selección de este tipo, ésta depara también entrar en el banco de pruebas de sus escritos, que son únicos (escribía usando el blanco de la página como un poeta, como el poeta zen que era y se ve acá), al igual que su música; pero además permite conocer sus pareceres sobre sus maestros (de Schönberg a Suzuki, pasando por el I-Ching, por supuesto) y compañeros de ruta vivos (Pierre Boulez, Morton Feldman y Henri Michaux) o vivísimos (Mallarmé, Artaud, Eric Satie).
“El éxito es polvo”, escribe en una Cage.
“Dejar actuar a los sonidos. [...] No ejercer poder sobre los sonidos [...] no ejercer poder sobre las personas”, se propone en otra.
Cage cree que el azar no es más que “una relación fluida con el resto de la creación”, y que “la composición consiste en hacer preguntas”.
Esta es una mínima selección de mi subrayado, que podría seguir al infinito dado el peso específico de estas cartas que, por suerte, no quedaron en un arcón.
La edición está a cargo de Gerardo Jorge, quien hizo la selección y tradujo las cartas, el mismo que, con paciencia de monje, escribió un sinnúmero de notas al pie ─a cada cual más necesaria─ y despachó un prodigioso prólogo, imprescindible diría. De ese prólogo, retomo una idea sugerente.
III.
En el prólogo se destaca que Cage veía a América y a Europa como dos mundos enfrentados.
Como el Colón de Whitman, Cage acaso cree, como Tocqueville, que en América corremos con ventaja, pues no tenemos los mismos vicios con los que lidia Europa.
En particular, “la idea del arte como atención e inmersión en la multiplicidad de la vida” está más cerca de los pueblos originarios que de cualquier escuela estética venida del viejo mundo. Si el “estar”, antes que el “ser” dirá Rodolfo Kusch, es la quintaesencia de lo americano, y el juego adivinatorio es constitutivo del pensamiento popular y del sujeto mítico, (refractarios, uno y otro, a la racionalidad occidental y al sujeto lógico), pues su propuesta está más cerca de la experiencia americana.
Una de las cartas Cage la escribe a un líder tribal y narrador oral que interpreta una pieza basada en Thoreau, ese escritor americano que es guía en ese respeto a los verdaderos dueños de la tierra acribillados por un imperio que terminó siendo más desalmado (no sólo con ellos) que los que asolaron a Europa.
Las ideas de Thoreau, y como lo fueron para él también las de Duchamp, no son incompatibles con las formas de concebir el arte de los pueblos de América. Si algo nos hace ver algunas de estas cartas, es que están más cerca de ellos de lo que pensamos. El concebirla o ejecutarla con un “oráculo de monedas” o con una computadora, no hace a la música incompatible con la necesidad de “entrar en estado de calma y sobriedad” propuesta por Cage, una propuesta no muy lejana al sentir americano.
Contra la concepción de “música de fondo” (Cage creía que lo que conocemos como música clásica se había transformado en eso; algo no muy distinto pensaba Adorno), su música es tormenta que se recibe en estado de gracia. Insto al lector/a de esta reseña a que pruebe ahora mismo en el marasmo de Youtube o Spotify. Verán que, cuando escuchamos algún pasaje de sus obras, sentimos la inminencia, y hasta el desplome de rayos y centellas, no menos que cierto estado de gracia y de calma, necesarios unos y otros en esta duermevela a la luz de las pantallas que aún seguimos considerando como progreso y, peor, como bienestar.
Entre tanto ruido blanco, la apuesta de Cage por escuchar el silencio, por hacer que la música sea intervenida por el latido de la naturaleza, y también por el mundanal ruido, va a contramano de los tiempos que corren.
Valgan estas cartas para volver donde tomamos el camino equivocado. Cuanto menos, para saber que otro modo de escucha es posible.
19 de enero, 2022
Escribir en el agua. Cartas (1930-1992)
John Cage
Traducción, selección y prólogo de Gerardo Jorge
Caja Negra, 2021
472 págs.