Sabemos que Borges se deslumbró con Oriente. ¿Pero qué le pasó a Oriente con Borges?
Mil gotas acaba de publicar La mitad de la mitad, un antología poética de Ouyang Jianghe, nacido en Fuzhou, China, en 1956, y en el primero de los poemas pone a Borges en el título: “Los tigres de Borges”, dice y sabemos que es una invitación imposible de rehusar, Borges oficiando de guía, como Beatriz con Dante.
Cuenta Pablo Rodríguez Durán, traductor de este libro y a cargo del prólogo, que Ouyan Jianghe es conocido como “uno de los cinco grandes maestros de Sichuan”. A pesar de ser una de las figuras más resonantes de la poesía china de la actualidad, su obra es poco conocida fuera de su país y prácticamente inédita en castellano. La edición de Mil gotas es bilingüe, invita a detenernos en esos trazos chinos que en occidente evocan más una pintura que palabras. Es un gesto que agradecemos como lectores.
Una de las claves poéticas de Jianghe, siempre a beneficio de inventario, a tenor de los textos aquí compilados, pareciera ser el uso y la transformación de referencias, citas y alusiones, que recorren el globo entero. En esta antología hay expresiones e imágenes occidentales, cercadas por budas, ideogramas y sutras. Imágenes imposibles, como un tigre alzando vuelo en una selva, y también imágenes que conocemos bien, como Maradona extendiendo la mano al cielo para volverse leyenda. Aparecen el tigre y el jaguar, quizás los dos símbolos que más se reiteran. El prólogo destaca esa “variedad felina de metáforas” y les asigna un sentido. El jaguar podría ser la metáfora del hambre por la supervivencia. El tigre, dice Rodríguez Durán, podría evocar aquí la codicia incesante que envuelve al mundo moderno. Pero ha aparecido Borges, se ha pronunciado su santo nombre. Cuesta hacerle lugar a la posibilidad de que en Oriente el tigre ya no traiga la escritura de Dios. Para muchos de nosotros, todos los tigres son el tigre de Borges.
Otros temas recurrentes de Jianghe son la soledad, el silencio en un mundo sobrepoblado, la imposibilidad de comunicarnos. “Todas las cosas que bailan en el horizonte tienen labios, pero solo hablan a las demás cosas, creando los oídos, fundando las palabras”.
De ese Borges primordial del primer poema, hasta el cierre con una pequeña selección de “Ataúd suspendido”, un largo poema en prosa, Ouyan Jianghe es un feliz descubrimiento.
Se llamaba ataúd suspendido al rito funerario del sudoeste de China, y de otras regiones de Asia, que consistía en colgar los ataúdes de madera en abruptos acantilados o insertarlos en sus grietas. La evidencia más antigua tiene 3000 años. Se sabe poco de los pueblos que enterraban a sus muertos en ataúdes colgantes, cómo lo hacían, o por qué. Algunas hipótesis de los arqueólogos son de orden práctico: buscaban impedir que los cuerpos fueran capturados por depredadores y animales carroñeros. Otras conjeturas tienen más poesía y belleza: los acantilados eran una escalera al cielo. Con los ataúdes en lo alto, el difunto estaba más cerca de su destino.
Dice Jianghe en el capítulo uno del poema, Un libro celestial carente de palabras: “El libro celestial que ahora lees tiene letras por ojos; cada ojo es una lengua extinta o una pila de paisajes fragmentados, propagando tabús y subterfugios. El eco flota, la cordillera descansa en sus picos cual bella y dormida mujer”.
Los símbolos, una vez más, son lo suficientemente intrincados como para que no podamos estar seguros de pisar tierra firme. Lo que jamás podemos dudar es que los hemos sentido con el cuerpo. La verdadera poesía no se entiende, sino que se vive. El único lamento es que los fragmentos no sean más extensos. ¿Será posible, algún día, leer en castellano una edición completa de “Ataúd suspendido”? Queda asentado este deseo, que hasta apenas algunos días no podíamos desear. Este lamento, entonces, es una de las formas del elogio, por la China desconocida que, libro a libro, nos está revelando Mil gotas.
16 de febrero, 2022
La mitad de la mitad
Ouyang Jianghe
Traducción de Pablo Rodríguez Durán
Mil gotas, 2020
120 págs.