Luego de un fugaz inicio descriptivo en el que vemos, en detalle, formas y colores de diferentes frutas y verduras –bananas, manzanas, duraznos, papas, acelga, lechugas, peras, sandías, frutillas–, en La verdulería, la primera novela de Diego Cano, se plantea el hecho central de esta historia: resulta que en la cámara frigorífica de la verdulería hay –apareció– un muerto bigotudo.
A partir de este evento, Evaristo, el gallego encargado del negocio, junto a Tonio y Nano, sus laderos, se transforman en “verduleros detectives” y emprenden una investigación que es, a la vez, una desopilante huida de la policía.
Escritor y ensayista –autor, entre otros, de Roberto Arlt. El monstruo y Kafka. Una literatura del absurdo y la risa–, Diego Cano escribe una novela urbana –con una geografía que va desde el barrio de Devoto, en la Ciudad de Buenos Aires, hasta el Mercado Central, en las afueras de la ciudad–, conformada por capítulos breves. Una novela con aires de policial y toques de humor absurdo, donde, además de los diálogos y la acción, se destacan los diminutivos y los aromas.
Da la sensación de que, por momentos, en “La verdulería” todo se reduce. Los diminutivos, que abundan –camioncito, patroncito, jefecito, motorcito, tardecita–, no solo jibarizan, sin más, sino que remiten a eso que dice César Aira con relación a Copi y la miniatura, a cómo la miniaturización –el empequeñecimiento de las cosas, tanto de los objetos como los sujetos y los planos– acorta distancias y provoca que la narración, oportunamente, cobre velocidad.
Por otra parte, más allá de lo visual del inicio, de las formas y colores de las frutas y verduras, esta novela involucra a los sentidos, con especial atención al olfato. Los aromas que imperan son nauseabundos (hay un trabajo marcado en ese aspecto), con una excepción: el Old Spice de Tonio, un aroma persistente y reconocible, que no solo apela a la memoria afectiva, sino que también oficia como contraste y extraña al relato.
La narración, a su vez, se ve intervenida por una pregunta recurrente: “¿Qué hacer?”. Cuando Evaristo llega a un callejón sin salida en esta hilarante investigación, se pregunta a sí mismo: “¿Qué hacer?”. Una pregunta que, cada vez que aparece, habilita una serie de posibles caminos a tomar y da pie a marchas y contramarchas que hacen a la peripecia.
La aparición de un muerto bigotudo (alguien –o algo– que, vale aclarar, no está del todo claro quién –o qué– es; quizá se trate de un humano, quizá no), una anécdota esencialmente lúdica, sugiere que para Cano no importan tanto el tema ni el argumento. Lo que importa, sobre todo, parece ser que la escritura avance. Escribir y seguir escribiendo y que, en esta fuga hacia adelante, haya una sucesión de hechos que, entramados, funcionen por acumulación.
Este planteo da como resultado una novela breve, ligera, con humor y destellos grotescos. Una novela que, desde su escenario principal –una verdulería–, se ubica deliberadamente en las antípodas de la literatura con mayúsculas (de la literatura como cosa seria, afectada) y verifica, en la práctica, una toma de posición por parte de su autor, que parece estar convencido de que la literatura debe ser, ante todo, una zona de placer y disfrute.
5 de junio, 2023
La verdulería
Diego Cano
Trapezoide, 2023
114 págs.