Uno de los ocho sufrimientos de la filosofía budista es separarse de los seres queridos.
Mi madre, la novela de Yasushi Inoue, comienza con la muerte del padre del narrador, con ochenta años. Su historia no necesita demasiadas páginas, los reflectores van a irse pronto con la madre, que vivirá muchos años más. Pero hay un último gesto entre padre e hijo que proyecta su sombra hacia adelante. El narrador se refiere a ese evento como el “incidente”. Sin testigos, la última noche, el padre saca su mano demacrada de entre las sábanas y la alarga hacia él. Nunca había hecho nada semejante. Las manos de los dos permanecen tímidamente enlazadas por unos instantes, hasta que el padre la aparta. Dice el narrador: “No supe cómo interpretar aquel gesto, pero tuve el presentimiento de que había querido decirme algo”.
Ese gesto mínimo, sin estridencias, parece operar como un motor en la historia. ¿Cuál es el significado de esa mano estrechada? ¿Por qué su padre se apresura a apartarse? ¿Se avergonzó después de ese instante de intimidad? Su padre trataba a todos en el pueblo de la misma manera, lo que llevaba a los extraños a pensar que era un hombre cordial; y a sus hijos, que era frío y distante.
Una de las manifestaciones del sufrimiento budista de tener que abandonar lo que queremos viene con la idea de que nuestras expectativas no fueron satisfechas porque echamos a perder las oportunidades que se nos presentaron para conectarnos de otra manera.
Como una última charla que no tuvimos con nuestros padres.
Los hijos se esfuerzan por acompañar a su madre en esta nueva etapa. Por turnos le hacen un lugar en sus casas, con sus nuevas familias, mientras avanza implacable la vejez.
Ya nada parece convocar el interés de la madre, salvo las defunciones. Cuando se entera de que alguien murió, corre en busca de su libreta donde tiene anotado el dinero que ha dado y recibido. No hay nada macabro en esa actitud. Ella parece tener una misión secreta: devolver todos los donativos recibidos el día que la tragedia le tocó a ella. Después sí, con la cuenta otra vez equilibrada, sin ganadores ni perdedores, morir.
Seguimos de cerca su historia, la vemos saltar de casa en casa de los hijos, que se esfuerzan por acompañarla mientras los recuerdos se enrarecen en su cabeza y la demencia avanza. Dan con una teoría para justificar el olvido: su madre está retrocediendo hacia su infancia. No es que olvidó su matrimonio, sino que volvió a ser la niña que alguna vez fue, en un tiempo anterior a casarse y tener hijos. “Era como si mi madre hubiera empezado a borrar con una goma uno de los extremos de la larga línea de la vida que había dibujado hasta entonces”.
Pasan las páginas y los años, y nunca olvidamos aquel gesto último del padre, anhelamos volver a saber de él. Si se tratara de un cuento occidental, ese gesto aparecería en el final, como la célebre escopeta de Chéjov.
Dice la máxima de Chéjov, un mandamiento, o mantra, para escritores: “Si en el primer acto hay una escopeta colgando de la pared, en el último acto esa escopeta debe ser disparada”.
Pero esto es Oriente. Yasushi Inoue nació en Hokkaido en 1907, murió en Tokio en 1991. Estudió Estética y Filosofía, fue católico y practicante de judo, conoció el hechizo de Paul Valéry. Todavía sigue siendo un escritor secreto en castellano, esperando ser descubierto.
2 de noviembre, 2022
Mi madre
Yasushi Inoue
Traducción de Marina Bornás
Sexto piso, 2020
160 págs.