¿Qué sostiene la última película estrenada de Wim Wenders? ¿Qué logra con la narración del día a día de un hombre que limpia baños públicos? ¿Cómo hace el film para disparar el pensamiento hacia nuestra propia vida, sus anhelos, vértigo, sinsentido a través del protagonista, Hirayama? ¿Acaso esta historia viene a afirmar que el empleado de Tokyo toilet ha logrado días perfectos? El personaje despierta en un tatami, lo pliega, se compra un café, se calza su uniforme de trabajo y viaja cada mañana escuchando cassettes, ni siquiera cedés, cassettes que ha conservado, así como una cámara analógica. Realiza la limpieza minuciosa de baños situados en los parques de Tokio, recintos que por diseño y sofisticación compiten por el asombro. Y, una vez cumplida la tarea, toma su ducha cotidiana en un local público, come, bebe y se dedica a sus hobbies, varios y sensibles.
A medida que los días laborables y los fines de semana se suceden –y Wenders tiene el oficio para dar ritmo a este transcurrir, aunque no se trata de un film apto para ansiosos– pequeños sucesos dan al espectador indicios de la vida anterior del personaje; una vida que –se vislumbra– puede haber sido muy diferente a la actual. Y hacen sospechar una historia, una circunstancia clave, aunque la película no la develará en ningún momento, que lo llevó a elegir –o acaso asumir– este trabajo pedestre de limpiar baños, a optar por esta situación que no parece disgustarle en absoluto, hasta lo divierte, aun cuando lo ubica en los márgenes de la sociedad. Porque, estamos habilitados a suponer, no se trata de alguien que carezca de formación, incapaz de hacer otros trabajos, todo lo contrario: Wenders nos hace conocer la calidad de música que escucha Hirayama, desde Lou Reed a Nina Simone, la elección de sus lecturas, desde Faulkner a Patricia Highsmith, su colección de plantas o tal vez bonsáis, la aplicación en los hábitos, sus búsquedas de fotógrafo, el aprecio de quienes lo frecuentan y lo atienden en bares y restoranes, el respeto por su amable silencio.
También sabremos, gracias a la inmediatez de las imágenes, lo que ven, pero sobre todo lo que observan sus ojos, cómo se detienen en el juego de luces que aparece cuando los rayos de sol se filtran a través de las hojas de los árboles movidas por la brisa, para el que los japoneses tienen una palabra, komorebi; sabremos de la atención que puede prestar este hombre al pedido de auxilio de un niño, de la solidaridad que mostrará frente a su joven compañero de tareas cuando intenta seducir a su chica, o de la habilidad para poner a jugar y hasta hacer reír a un hombre que padece una enfermedad terminal.
Con un trasfondo de sabiduría budista, un clima pincelado de notas Zen, Wenders nos hace ver, en tanto espectadores y sin casi necesidad de texto, cómo es, cómo sería posible vivir otra calidad, otra textura del tiempo. Cierto es que el contexto, la pujante ciudad de Tokio en el desarrollado y eficiente Japón, donde además la cultura del servicio y del bien común aún es honrada, colabora en mucho con las prolijas rutinas del hombre que limpia obsesivamente estos baños. Sin embargo, algo en el devenir de sus días, ritmado por sugestivas secuencias de planos de claroscuros en blanco y negro que Wenders usa para acompañar sus sueños, nos invita a preguntarnos si, más allá de las diferencias con Occidente, no sería posible gozar de cierta plenitud, vivir con más sentido, si soltáramos tanta enfermiza necesidad de correr detrás de toda clase de cosas y experiencias, sin estar presos de la necesidad de consumir, de calmar el ego con una exigencia insaciable de abarcarlo todo, progresar en todo, ser más esto o lo otro. Si no sería posible acompañar la vida sin ese énfasis de ruido y atropello que nos agota, que tironea hoy de cada uno de nuestros momentos del brazo férreo de un capitalismo exacerbado, en medio de una loca y gran confusión sobre hacia dónde dirigir la mirada, hacia dónde el esfuerzo. Wenders dice: miren por aquí, y lo dice en un mundo olvidado de que, lo que nos falta desesperadamente en tanto sociedad no es “progreso” material y tecnológico como se lo entiende vulgarmente, sino un crecimiento de otro orden, sensible al hábitat, moral, espiritual y político; un progreso en otra dirección que, desafortunadamente, ante la ceguera obtusa de la ambición y la avaricia se vuelve cada vez más difícil, más lejano. El paisaje cambiante de los ojos a menudo dichosos y de las expresiones lúcidas del personaje de Perfect Days, nos trae, con humildad y arte, con gestos sencillos, briznas de humanidad en el mejor de los sentidos que podrían, ¿por qué no? embellecer y orientar nuestros días.
10 de abril, 2024
Perfect Days
Win Wenders
Master Mind Limited/ Wim Wenders Productions
125 min