Si con las novelas que componen Cuarteto estacional (2016-2020) –un experimento único que convertía la Historia inmediata en crónica viva del presente, colmada de espesor poético y político–,la ficción de la escocesa Ali Smith evocaba el Brexit, los refugiados, Trump, la pandemia para interrogar la realidad mientras sucede, ahora en Fragua explora el lenguaje, la soledad y el modo de estar con otros.
En tiempo de aislamiento de la epidemia de Covid-19, la compañía es aún más crucial que en tiempos de circulación normal. A eso remite el título en inglés, Companion Piece, que juega con la polisemia de una obra de arte que complementa otra obra existente. En la literatura, esa relación se vuelve intertextual: los textos dialogan entre sí, unos responden a otros. La palabra piece, por su parte, sugiere lo fragmentario, una pieza dentro de un conjunto. El título original predispone al lector a aceptar la inconclusión, lo episódico. A la vez, companion activa la lectura íntima: la necesidad de compañía, de voces y relatos compartidos en un tiempo de aislamiento físico. El título entonces contiene una ambigüedad fértil que oscila entre lo artístico (pieza que acompaña) y lo vital (alguien que acompaña). La novela habla de esa necesidad de estar con otros, aunque sea a través de palabras.
En castellano, Magdalena Palmer optó por traducirla como Fragua, lo que desplaza el énfasis desde la compañía hacia la idea de forjar sentido. Fragua nos remite al taller del herrero, al espacio donde el metal se transforma bajo el calor y toma nueva forma: una metáfora sugerente para el acto de escribir y crear. Esta elección cobra especial sentido cuando aparece la segunda historia que atraviesa la novela: la de una herrera del siglo XVI que desafía a su época (también de peste) forjando el hierro a la vez que su independencia, que resuena con la de las mujeres actuales. Ella no está sola; un pájaro sobre su hombro la escolta en todo momento y le muestra el significado de la libertad.
El modo en que Smith entreteje estas historias revela su particular relación con el lenguaje: un juego y una resistencia. Su prosa se carga de ironía, humor, dobles sentidos. Lee y deforma el idioma como materia dúctil, lo que lo convierte en un desafío para la traducción. La protagonista que encarna estas preocupaciones es una artista de mediana edad que tiene a su padre internado por una afección cardíaca y no puede verlo por el riesgo de contagio. De pronto, recibe una llamada inesperada de una antigua conocida de la universidad con la que no tenía trato hace años. Le cuenta que en un control fronterizo la demoraron por transportar una hermosa y extraña cerradura antigua de hierro. Lo hacía a pedido del museo para el que trabaja, pero generó sospecha entre los policías de aduana. Mientras esperaba la resolución de su caso, oyó una pregunta enigmática que no puede sacarse de la cabeza: “curlew or curfew”.
En inglés, la diferencia de una letra abre un abismo: entre el canto de un pájaro y la represión del toque de queda. Esa tensión entre lo casi idéntico y lo absolutamente distinto condensa el corazón de la novela: el lenguaje como espacio de juego y, a la vez, de opresión. En castellano, ese equívoco sonoro se pierde –“zarapito” y “toque de queda” no guardan parentesco–, de modo que la traducción desplaza el acento: ya no en la confusión fonética, sino en el dilema vital y político que late detrás. Ahí es donde Fragua cobra sentido como título: el idioma se transforma, se forja, para mantener la potencia de la novela aunque se modifique su punto de apoyo.
Dice la narradora: “Bueno, esa es la clave... Hay una elección. Y esa elección es entre tiempo y pájaro. Me refiero a la noción o realidad de tiempo y la noción o realidad de un pájaro. El zarapito es un pájaro y cubrefuego es un galicismo por toque de queda, la hora del día después de la cual las personas tienen prohibido salir, por orden de la autoridad. Antiguamente el toque de queda era una campana que sonaba de noche e indicaba a la población que tenía que cubrir los fuegos de sus hogares.”
Ese pasaje concentra los dos ejes que Smith explora: el lenguaje como enigma y la tensión entre lo natural y lo represivo. Palmer traslada el sentido del juego de palabras: la tensión entre lo casi idéntico y lo absolutamente distinto se convierte en dilema existencial de las opciones vitales. En castellano, la novela se apoya más en la atmósfera poética y política que en el juego sonoro. La soledad cotidiana en confinamiento, los paseos con el perro, la desesperación por la compañía se vuelven el centro de la experiencia. Al mismo tiempo, la novela se pregunta –continuando con el Cuarteto estacional– por la compasión y la empatía. ¿Podemos hallar sentido en plena incertidumbre?
Fragua, además, arriesga en la forma sin caer en la incomunicación. No hay líneas de diálogo; el tiempo se fragmenta y se desorganiza hacia adelante y hacia atrás. No obstante, Smith consigue que el lector permanezca como testigo perplejo, incapaz de apartarse de las páginas, sostenido por esa mezcla de desconcierto y expectativa que solo produce la gran literatura. Es esa capacidad de ser experimental sin perder al lector, de crear una prosa que desafía pero también seduce. Y lo hace partiendo del presente absurdo para asirse a un pasado remoto, no menos cruel y hostil. Es un libro exigente que rompe la lógica narrativa tradicional hasta convertirse en espejo de la dificultad humana para aprender de los errores.
Por último, Fragua también subraya la función de la literatura como refugio. Aunque la pandemia haya quedado atrás, la fragmentación persiste bajo otras formas: el ascenso de nacionalismos, la hostilidad hacia el diferente, la construcción de muros tanto físicos como simbólicos. Smith recuerda que la literatura puede ser un territorio de encuentro, donde las voces se entretejen y la empatía resiste.
24 de septiembre, 2025
Fragua
Ali Smith
Traducción de Magdalena Palmer
Nórdica, 2025
216 págs.
Crédito de fotografía: Gary Doak.