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La azotea

Fernanda Trías


María Lobo


En las notas reunidas en Lo raro y lo espeluznante, Mark Fisher se aventura a señalar que, tal vez a partir del concepto freudiano de unheimlich, lo raro y lo espeluznante empezaron a ser concebidos como nociones intercambiables en el plano del arte. Pero no lo son, dice Fisher, en tanto lo raro, lo espeluznante y aquello que Freud define como unheimlich son miradas que se diferencian entre sí por el modo en que cada una se relaciona con lo extraño. Mientras que la idea del unheimlich entiende que lo familiar deviene en extraño, de manera que el mundo doméstico no coincide consigo mismo, lo raro y lo espeluznante actúan a la inversa: incrustan dentro del mundo reconocible algo que no forma parte de esa familiaridad o, en palabras de Fisher, “algo que no debería estar allí”. Esta distinción alumbrada por el filósofo británico resulta en un anclaje posible para la novela La azotea, de Fernanda Trías. Reeditado recientemente –aunque se trata de la primera obra de ficción de la escritora uruguaya–, el libro avanza sobre los escombros de lo siniestro conocido de Freud a partir de la voz de una mujer que mantiene en cautiverio a su padre en la habitación de una casa. Narración de un estado de locura o loop desquiciado de la vida de una familia sin origen ni nombre, ningún elemento del mundo exterior irrumpe dentro de esas cuatro paredes. Desde esa voz de aliento violento y torpe, la narradora ejercerá el dominio de este universo, atravesado también por una marca que arrastran las mujeres que lo habitan: en ese territorio, todas ellas parecen haber caído en un desequilibrio, no ocultan el desprecio que se tienen entre sí ni tampoco el odio que profesan hacia los hombres.

“Si llegaran en este momento me encontrarían sobre la cama boca arriba, en la misma posición en la que me dejé caer cerca de medianoche”, anuncia la narradora en el inicio de esta historia, en un ejercicio de esa autoridad con la que Clara –tal es su nombre– arrastrará los destinos de quienes la merodean esporádicamente. Emerge así la presencia de su padre, a quien ella ha arrinconado en una de las habitaciones de ese departamento situado en algún piso alto de una ciudad cualquiera. A través de la construcción de esa voz, una voz concreta y autoritaria, se irán desempolvando y confundiendo las historias de los demás personajes. Clara tiene una hija que quizá haya sido producto de una violación o de una relación incestuosa con su padre. Luego, una vecina que aparece para impacientar a Clara. Si hubo un pasado violento, si esa relación con el padre existió o no, es algo que en la historia nunca se esclarece, como tampoco la razón de la imposibilidad de la narradora para establecer conexiones humanas. Porque La azotea parece, en efecto, la narración del devenir de una mente desquiciada. De esa imposibilidad, y de ese perfecto estado de trance construido a partir de los despojos de una mujer deshumanizada, se desprenden miradas. Las mujeres, en este mundo, son personas agresivas, avasallantes, y por qué no un término infantil: malvadas. Así vemos a la narradora maltratar a su padre –lo alimenta mal, le habla como una tirana, quizá incluso pueda llevarlo al borde del suicidio; es ella un personaje por momentos cercano a la Annie Wilkes de Misery–. También la vemos recordar con crueldad a una madrastra –“La miré y me resultó gorda, ¿cómo podía ser Miss Primavera?”–. Clara lleva al extremo también esa mirada despreciativa hacia una vecina que aparece, cada tanto, para proveerla con los alimentos que ella, su padre y su hija necesitan para sobrevivir en ese encierro físico y metal que la narradora ha dispuesto, casi inexplicablemente –“Carmen me envidiaba porque era demasiado vieja y nunca había tenido hijos”–. Ella y la vecina, además, tienen en común un odio visceral hacia los hombres: la narradora lo pone de manifiesto a cada instante, a partir de ese trato animal hacia su padre. Narrada desde ese estado de locura, el origen de esa forma de ser alienada –“Como una mujer loba, víctima y victimaria a la vez”, escribe Olivia Gallo sobre Clara–, también se confunde. La novela es, en sí misma, un debate sobre el origen de la violencia, un ir y venir, un adivinar si las violencias dan origen a la locura o si es la locura lo que desencadena la bestialidad.

A partir de una prosa cristalina y por ello, precisamente, más punzante, Trías construye una narración sobre las deformaciones de las vidas familiares, ordinarias. Se ubica así en el territorio del unheimlich. Una zona que, siguiendo a Fisher, no pretende más que mirar hacia adentro. Escarbar en las posibilidades de la mente humana. No hay rareza en La azotea. Hay, por el contrario, una realidad doméstica que, de pronto, desencadena en prepotencias a la deriva. Retazos de lo que fue una mente familiar. Confusiones sin descanso ni tregua. Golpes de palabras que avanzan hacia un inevitable final.

5 de noviembre, 2025

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La azotea
Fernanda Trías
Marciana, 2025
132 págs.

Crédito de fotografía: Andrés Galeano.


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