No es del todo cierto el dictum de David Viñas que afirma que la literatura argentina comenzó con una violación. Sí es cierto que, al menos desde “El matadero”, nuestras letras han hecho de la representación de la marginalidad una de sus tradiciones más fecundas, integrada por Esteban Echeverría, los poetas gauchescos, Eugenio Cambaceres, Roberto Arlt, hasta llegar a estéticas tan diferentes entre sí como las de Dolores Reyes o Esteban López Brusa. Irónica y delirante, Chicos de la calle, de Derian Passaglia, se inscribe problemáticamente en esta línea. Lo hace eludiendo las formas y los tonos dominantes que suelen utilizarse para caracterizar la vida de los márgenes: los del naturalismo, los del paternalismo condescendiente, los de la fascinación horrorizada. Ambientada en el Harlem, la novela presenta temporalidades conviviendo en un presente difuso: comunicaciones por teléfono público, revistas eróticas de la década del setenta, RKT, referencias al “presidente Milei” y al “paso a paso” de Mostaza Merlo.
A pesar de lo anterior, Chicos de la calle no deja de tomar algunos lugares comunes de la narrativa sobre la marginalidad: están presentes el tráfico de drogas, la prostitución, la violencia sanguinaria, las disputas por el liderazgo mafioso. Archie, su protagonista, es un adolescente negro que está iniciando su carrera como dealer de baja monta que sueña con escapar con su vida en la miseria. Con Rico, su mejor amigo, se verá envuelto en una puja de intereses entre bandas rivales. Esta situación inicial funciona como disparador de una trama trabajada a partir de la lógica de la acumulación. Por sus páginas se cruzan lo popular y lo culto (menciones a María Becerra, Kafka y Rimbaud, entre otros), los disparates que décadas atrás se adjetivaban como “surrealistas”, la lengua de las traducciones españolas y el registro popular (¿populista?) que no les teme a expresiones de extrema contemporaneidad como “random” o “flow”.
El humor delirante aleja a la novela de cualquier forma de pietismo. Aun cuando inicialmente la vida de Archie sea una sumatoria de desgracias (su madre es prostituta, su mejor amigo ha sido descuartizado) el tono de la novela nunca deja de ser festivo. El eje de Chicos de la calle es menos la denuncia de la miseria que la parodia de la novela realista. Parodia que se despliega en diferentes niveles: desde las escenas absurdas hasta la proliferación burlesca de reflexiones centradas en las posibilidades (e imposibilidades) de la representación literaria de lo real. Como en El alma en las colinas, su novela anterior, Passaglia apuesta a cruzar la ironía al interior del campo literario con un humorismo que no le teme al trazo grueso. Así, la búsqueda de la risa no escatima algún que otro chascarrillo adolescente: “como escribió Borges: 'Ten cuidado hasta de tu sombra, puede que te des vuelta y te la ponga.”
El alma de las colinas... presuponía un lector versado en literatura argentina, capaz de decodificar la parodia a Juan L. Ortiz y Juan José Saer. Chicos de la calle, en cambio, no apuesta necesariamente a un lector conocedor de nuestro canon: el gesto de desacralización paródica sigue presente, sí, pero los dardos no apuntan a figuras autorales reconocibles sino a la generalidad de las formas realistas que han abordado la vida marginal, desde “El matadero” hasta The Wire. Fantaseando un futuro próspero, Archie imagina una fiesta en la que habría “barbacoas y fernet”. Ese sintagma parece sintetizar la apuesta estética del autor: una suerte de spanglish con inflexiones locales y la comunión entre el imaginario marginal argentino y el norteamericano. Ambientada en Nueva York, Chicos de la calle es una novela que difícilmente pueda ser leída sin dificultades por un lector que no haya crecido en nuestro país. Buena parte de las referencias a la cultura popular e industrial son argentinas (Ringo Bonavena, Lía Salgado) y buena parte de sus giros idiomáticos empapados de lo que se supone es la lengua juvenil de nuestro presente: “party”, “after”, “ñeri”. Giros que dotan a la novela de contemporaneidad pero que le hacen correr el riesgo de que, como suele ocurrir con las obras obnubiladas por el presente que les tocó en suerte, envejezca de manera prematura.
17 de noviembre, 2025

Chicos de la calle
Derian Passaglia
Blatt & Ríos, 2025
132 págs.