• Cartografías
  • Sobrescritos
  • Pretextos
  • Secciones
  • Volver a inicio

James

Percival Everett


John Bell


Algunos libros son más difíciles de traducir que otros. A Javier Calvo –traductor al castellano de James, la novela ganadora del Pulitzer de Percival Everett– le tocó un desafío particularmente intrincado. El libro de Everett se suma a la tendencia de las últimas décadas de volver a contar obras clásicas desde nuevas perspectivas: una tradición integrada por novelas como March de Geraldine Brooks –también galardonada con el Pulitzer–, que tiene como narrador el padre ausente de Mujercitas, o en Argentina Las aventuras de la China Iron de Gabriela Cabezón Cámara. James es narrada por Jim, el esclavo prófugo que acompaña a Huckleberry Finn en su odisea por el Misisipí en la novela de Mark Twain. El reto que supone James para cualquier traductor tiene que ver con el modo de Everett de acercarse al personaje de Twain y convertirlo en protagonista: por el habla. Jim se ve obligado a traducirse continuamente: disimula su inteligencia y adopta un registro falso al hablar para cumplir con las expectativas racistas de sus amos blancos. “¿Qué le harían a un esclavo que supiera lo que era una hipotenusa, lo que significaba ironía o cómo se escribía retribución?” se pregunta. La traducción al castellano tiene que buscar la forma de reproducir en otro idioma esas sutilezas lingüísticas.

A Twain también le preocupaba el habla; prestaba mucha atención al modo de expresarse de sus personajes para darles vida y evocar la música del Sur de Estados Unidos. En un prefacio a Las aventuras de Huckleberry Finn, enumera los siete dialectos que emplea a lo largo del libro –el de “los negros de Missouri” incluido– e insiste: “Los matices no se han incluido de forma aleatoria, ni a ojo de buen cubero; sino con esmero, y basado en el conocimiento directo de aquellas diversas formas de hablar”. La edición de De Conatus de James empieza con una serie de letras del folclore negro en dialecto: primero la versión en inglés, reproducida en una tipografía que parece escrita a mano, y después la traducción al castellano, en la tipografía que se usa en el resto del libro. El cambio de tipografía evoca el paso desde la oralidad a un registro más formal; de igual forma, las traducciones de Calvo no intentan aproximarse al dialecto en inglés sino lo convierten en un castellano estándar. No da igual en inglés decir udder en lugar de other: esas modificaciones evocan el mundo surense de dónde salieron esas canciones. La versión de Calvo dice llanamente otra. La inclusión de las letras pone el enfoque desde el principio en el problema de la traducción: sugiere además que algo se pierde con el afán del protagonista de Everett de expresarse tan correctamente como los blancos, ser James en lugar de Jim.

No es difícil entender su impaciencia con las percepciones de los blancos. La representación de Jim en Huckleberry Finn es fuertemente paternalista. Por momentos casi se olvida que es padre de familia; tal es su ingenuidad, que parece tener la misma edad que el niño protagonista. Twain encuentra humor e incluso sentido común en la aparente sencillez de Jim –es un personaje entrañable– pero la mirada del autor no deja de ser condescendiente. La inteligencia de Jim en la novela de Twain es la del niño que dice cosas ocurrentes. En James, Everett se empeña en desmentir la ingenuidad de su protagonista: no es su carácter verdadero sino una estrategia de supervivencia. En una de las escenas más llamativas del libro Jim se convierte en profesor dando cátedra a los hijos de los esclavos de formas de despistar a los blancos. “La gente blanca espera que hablemos de una manera determinada y siempre va bien no decepcionarlos”, aconseja a los niños –entre ellos su hija Lizzie–, “Los únicos que sufren cuando les hacemos sentirse inferiores somos nosotros”. Como ejercicio les da una serie de “traducciones de situaciones”; ellos aprenden a tartamudear, a fingir ser tontos. Se traducen al dialecto que los blancos esperan oír.

La lectura ofrece uno de los pocos espacios de libertad disponibles para Jim. Lee a escondidas en la biblioteca del Juez Thatcher; ya comenzado su viaje con Huck por el Misisipí, se emociona con los libros que ellos arrebatan de una pandilla de ladrones. “Mientras tuviera delante las palabras, nadie podría controlarlas ni controlar lo que yo obtuviera de ellas”, reflexiona. “Era una relación completamente privada y libre y, por tanto, completamente subversiva”. Sin embargo, no es una libertad perfecta: los autores de los libros que llegan a manos de Jim son casi todos blancos, y como lector negro Jim debe hacerle frente a la condescendencia de filósofos que lo consideran inferior aunque argumenten la igualdad de todos los seres humanos. Mientras duerme Jim debate en sus sueños con Voltaire y John Locke; señalar las flaquezas de su pensamiento es un modo de insistir en un trato entre pares.

Son en parte las limitaciones de esos autores que motivan a Jim a dar un paso más: otro esclavo le consigue un lápiz y el lector empieza a escribir. Se identifica como “un hombre que no quiere que su historia sea narrada por él mismo, sino escrita por él mismo”. Con la conversión de su protagonista en escritor, Everett da otra capa de complejidad a su libro: la novela James es narrada por Jim, y ahora en su prosa –que se reproduce en el cuerpo del texto– busca otro registro para dar cuenta de su experiencia. Se traduce a sí mismo. Sin embargo, en vez de disimular su inteligencia, ahora lo hace para encontrar la forma más adecuada de expresarse. Leer la traducción de James al castellano añade un idioma más al intrincado juego de lenguajes que Everett emprende en su novela. Las formas de expresarse de sus personajes no son naturales ni inocentes, sino una serie de estrategias que exigen mil decisiones conscientes.

17 de diciembre, 2025

James. Everett.jpg

James
Percival Everett
Traducción Javier Calvo
De Conatus / Seix Barral, 2025
344 págs.


Compartílo:


Para que sigamos siendo una revista semanal, gratuita y de calidad

Apoyanos

Donar

Trabajos relacionados:

La rabia

Pier Paolo Pasolini
CineNicolás Ricci

En pocas palabras, “La rabbia” (1963), tercera película de Pier Paolo Pasolini, puede describirse como un ensayo fílmico político-poético, rea...

Leer

Kokoro

Natsume Sōseki
NovelaFelipe Ojalvo

Es un hecho: no hay texto sin contexto. A veces está escrito en los mismos renglones que el autor elaboró mediante el acto......

Leer

Chicos de la calle

Derian Passaglia
NovelaFernando Núñez

No es del todo cierto el dictum de David Viñas que afirma que la literatura argentina comenzó con una violación....

Leer

Poesía y errancia

Alicia Genovese
EnsayoMario Nosotti

¿Cómo explicar la superviviencia de la lírica en un mundo enloquecido, saturado de imágenes e información, donde la crisis de sentido opera direc...

Leer

Suscribite para recibir novedades


2018. El diletante, Reseñas, ensayos literarios y entrevistas

  • ¡Seguinos!

Para que sigamos siendo una revista semanal, gratuita y de calidad

Apoyanos


$1000 $2000
$3000 $5000