Lee Child tiene la habilidad de traducir cualquier circunstancia en un relato atractivo e inspirador. Un claro ejemplo es el cuento de su irrupción tardía en la literatura, que cuela en un artículo en el que revela los secretos de su protagonista excluyente, el indómito Jack Reacher. De manera estratégica (Child es un estratega nato), introdujo este artículo en forma de prólogo en la edición de su primera novela, Zona peligrosa, y la edición local de El héroe lo rescata ahora como complemento al ensayo en cuestión. Haciendo memoria, nos cuenta que estaba a punto de cumplir cuarenta años cuando, luego de trabajar más de diez como continuista en un canal de la televisión inglesa, es repentinamente despedido, víctima de una consabida política de recorte empresarial. Se trataba, claro, de un pésimo momento para quedar quebrado y sin trabajo, y lo más probable era que aflorara el desánimo y la desesperación. Pero no fue así. Contra todo pronóstico, en esa circunstancia tomó la determinación de convertirse en escritor de thrillers policiales. “Compré tres blocs oficio, un lápiz, un sacapuntas y una goma de borrar. La cuenta sumó un centavo por debajo de las cuatro libras, que en ese momento eran alrededor de seis dólares. Entonces me senté con mis compras y dejé que tomaran formar años de pensamientos desarrollados a medias”. El valor exacto de lo invertido en el proyecto señala que no se trata de un mero entretenimiento o de una necesidad de expresión personal, sino que el objetivo era poder pagar las cuentas. Años de lectura del género le han permitido asimilar sus mecanismos de funcionamiento, a los que reformula estratégicamente según sus necesidades, revelando una inteligencia analítica que por momentos pareciera infalible. Por el modo en el que presenta y administra los acontecimientos, el relato subraya la claridad con la que define su objetivo, la seguridad con la que configura una estrategia y la determinación e idoneidad con la que la materializa, lo que se ve refrendado de manera implícita por el resultado. Tal como sabemos, Lee Child se convirtió una celebridad del género, con miles de adeptos a su serie de novelas, que ya son más de veinte.
En su relato, Child se presenta como una figura inspiradora, un sobreviviente cuyos atributos (seguridad, determinación e idoneidad) acabaron convirtiéndolo en un ganador. De la misma manera y con características equivalentes, configura al héroe excluyente de su saga, el indócil Jack Reacher, un ex militar que, descolocado en la civilidad, vagabundea por las rutas de su país cual si fuera un caballero andante. Eventualmente oficia de justiciero, porque “nobleza obliga” y sobre todo porque lo enerva la soberbia abusiva de los que, en la escala que sea, detentan alguna forma de poder. Puede hacerlo porque es una mole de músculos infalible (“nadie en sus cabales se metería con él”), detenta una afilada inteligencia deductiva y tiene una despreocupada confianza en sí mismo. Es un “héroe a la antigua”, un sobreviviente y ganador que hace lo que sabe hacer espectacularmente bien.
Child relata cómo y por qué eligió los atributos de Reacher sustentándose en sus preferencias como lector (“Me gustan los ganadores”, dice), y como siempre en su caso, el enfoque narrativo cumple una función determinante. Encarna al lector y argumenta a partir del gusto para colocar en primer plano una pregunta que pareciera superflua pero que es fundamental: ¿por qué nos gustan los héroes a la antigua y las extraordinarias historias que protagonizan? La respuesta nos remite al origen de la ficción y a una cuestión que para Child es esencial: saber cuál es la función primaria que cumple la narración para nuestra especie.
Sobre esta cuestión versa El héroe, extenso ensayo en el que Child traza una singular genealogía del héroe a lo Reacher, remontándose a la prehistoria para rastrear su vinculación con la supervivencia. Resuelve el viaje en el tiempo mediante un gracioso dispositivo que torna presente y cercano lo que a priori pareciera superado. Tomando como referencia su ascendencia materna, configura los 7.000 millones de años de nuestra evolución en una final de 400.000 mujeres que concluye en su madre, y luego va remitiéndose a puntos específicos del pasado señalando la posición correspondiente en la fila. “10.000 mujeres atrás”, nos dice, aparece el lenguaje sintáctico y con él la increíble capacidad de “armar estrategias, coordinar, discutir, predecir y desarrollar un plan B con anticipación” (atribuciones que, dicho sea de paso, son las mismas que puso en práctica Child cuando se quedó sin trabajo). La palabra es un elemento fundamental, claro, pero no es el único. Las batallas por la supervivencia, nos cuenta Child, alcanzan su punto crítico en ese cuello de botella en el que nuestra especie se redujo a solo 2.000 parejas y estuvo a punto de extinguirse, en el contexto del cual la mujer que estaba 4998 lugares por detrás su abuela comienza a “contar cosas que no habían sucedido protagonizadas por gente que no existió”. Como derivación oblicua de la palabra, surge ese prodigioso mecanismo que es una parte esencial de lo que somos: la ficción. Como siempre, Child se pregunta por qué y para qué, y concluye que la misma no surge como una forma de entretenimiento (la coyuntura no da lugar a frivolidades), sino como una herramienta fundamental para la supervivencia. Las historias “motivaban, empoderaban, infundían valor y de alguna manera hacían que fuera más probable que la persona que las escuchaba siguiera viva a la mañana siguiente”.
En ese contexto, porque las historias necesitan personajes, se fragua el origen de la figura del héroe, que para Child cumple un rol fundamental en la superviviencia humana. Sus características generales, entre las que sobresale su fortaleza, su valentía, su determinación y su idoneidad, están definidas por la función que cumple, que no es otra que la de inspirar. Los héroes, nos dice Child, son “ejemplos idealizados de comportamientos deseados”, ejecutan acciones asombrosas que animan a hacer, ponen en acto lo que en la mayoría está en potencia.
Como pocos, Child tiene presente que el motor, aunque esté oculto por los múltiples pliegues que ha generado el extenso recorrido civilizatorio, sigue siendo la supervivencia de la especie, y que ahí radica la razón primaria de casi todo y por lo tanto la clave para que algo funcione. De hecho, él logró hacer funcionar su proyecto de escritura, entre otras razones, porque tuvo la inteligencia de operar con elementos y mecanismo que conectan con ese motor primario. Sus historias y sobre todo su héroe (el “primitivo” Jack Reacher) conectan con ese núcleo que nos atraviesa y de algún modo nos determina.
A través de El héroe, Child expone las claves subterráneas de su éxito (considerado en términos de supervivencia), y lo hace porque sabe que esas claves son patrimonio de la humanidad. Él las extrajo de esa extensa fila de mujeres que concluye en su madre y la devuelve ahora, a través de este libro, para que sirvan de inspiración a quien lo requiera. En sintonía con este propósito, su escritura es directa y concisa: se limita a decir lo que hay que decir de la manera más atractiva posible. Su gracia y liviandad, asentadas en un andamiaje argumentativo perfectamente calibrado, redundan en una experiencia de lectura sumamente placentera. Sin renunciar al ensayo, El héroe propone un relato adictivo, que se lee como un thriller de Lee Child.
3 de noviembre, 2021
El héroe
Lee Child
Traducción de Aldo Giacometti
Blatt & Ríos, 2020
116 págs.