Nada más difícil que reconocer el propio presente, y nada más fácil que decir que una obra lo haya logrado, pero ese es el caso del nuevo libro de Nicolás Ricci. Ruido afuera es poesía contemporánea: nos habla de nuestra contemporaneidad, desde la contemporaneidad misma. Refiriéndose a una de las responsabilidades de un poeta, Agamben dice que “contemporáneo es aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir, no sus luces, sino su oscuridad. Todos los tiempos son, para quien experimenta su contemporaneidad, oscuros”. Resulta entonces coherente que no sea un libro alegre, ni gracioso o colorido, y asimismo coincide con otra observación agambiana según la cual la contemporaneidad sería “una relación con el tiempo que adhiere a este a través de un desfase y un anacronismo”. Pero vayamos por partes.
Se podría decir que Ruido afuera es un libro en partes, pero no porque estuviese seccionado. Todo lo contrario: es un libro para ser leído desde el principio hasta el final, aunque no en un sentido narrativo. Es un libro de poesía que no se compone tanto de poemas autónomos como de fragmentos de un espacio urbano, histórico, cotidiano, político, contemporáneo. Fragmentos, o más bien añicos, como el frasco de monedas que en el primer texto “cae y se rompe y nunca/ vuelve a unir sus// partes miles de partes a continuación no pueden conformar una unidad pero su función ya no es tener ya su función no es contener sino cortar”. Como la “pantalla del teléfono astillada”. Son escenas de un ahora, pero es un ahora que tiene entretejido un anacronismo pronunciado –no porque fueran poemas anacrónicos, sino porque dan cuenta de lugares quedados en el tiempo, dañados por el pasado (que puede ser reciente), golpeados por un presente que no solamente no les permite actualizarse pero que resulta destructivo, y hasta bélico. Es un presente que no puede realizarse a sí mismo más allá de la devastación permanente. Todo parece estar desfasado, fuera de lugar y de tiempo: las monedas, codiciadas y escasas hasta hace diez años por su insólita indispensabilidad en el sistema de transporte público, hoy ya ni tienen valor económico, comidas por la inflación y los nuevos medios de pago electrónico, y a éstos los usamos desde teléfonos rotos, mientras “durante el día pasás horas/ haciendo fundas para celulares que nadie/ fabrica hace diez años”. En términos temporales y geográficos sabemos dónde estamos: en una Argentina conurbana, enferma, contaminada, rota, disfuncional y bajo microamenazas constantes que corroen la estructura de aquello que cotidianamente habitamos, el Área Metropolitana de Buenos Aires, años veinte de este siglo. Sin embargo, nada está claro. Hay motivos que se repiten a lo largo del libro, pero no podemos hablar de hilos rojos, porque no terminan tejiendo un textil intacto con alegorías, símbolos y metáforas ilesas; son fibras de un tapiz deshilachado.
Lo que sí resulta evidente es que estamos frente a un estado de emergencia, pero la reacción poética no consiste en meditaciones, ni gritos, ni lamentos o panfletismo partidario. Hasta la desesperación es articulada de manera tan sobria que lo que duele es la ausencia de dolor en la expresión: “todo está roto qué no harías/ por un rato de felicidad”. El tono es austero como los programas socioeconómicos impuestos desde 2015, y la ausencia de signos de puntuación también es una expresión de ello, tanto como la alternación entre versos centrados y líneas de texto corrido en apariencia, pero gramaticalmente fragmentado. Esa estructura, que la contratapa presenta como “ladrillo sobre ladrillo” textual, construye un espacio visualmente uniforme, aun en su fragmentación desolada. En ese panorama también resulta irónico el título, ya que el ruido por un lado es omnipresente, y por otro nunca sabemos del todo qué es adentro y qué es afuera, y los espacios además resultan ser tanto barriales y edilicios como mentales y discursivos.
Se respiran la contaminación y lo tóxico en lo que es por un lado un escenario político con listas, planillas, jefes, punteros, burocracia y violencia que afirman que “acá la guerra es lo obvio”, cuando “Suelta entre afiches de campaña la voz de autoridad indica el protocolo para entrar al territorio” en medio de “una revuelta militar que nadie toma en serio”, y lo que por otro lado representa un escenario clínico, quizás hospitalario, con “enfermeros que tiran con Manaos en ayunas” (la gaseosa siendo una de las muy pocas palabras con mayúscula en el libro), “pelúcas ontológicas”, “dermatólogos que erraron la señal de los mercados”, pero donde lo enfermo toca toda la infraestructura Vital: “Papelerío ligamentos/ rotos un síntoma nuevo/ tendinitis global que toda su familia se medica”, mientras que “un médico municipal ausculta una pared para pescar problemas” entre “paredes que amenazan ruina”.
La contemporaneidad de Ruido afuera también consiste en el hecho de no contentarse ni con ser una radiografía, ni un diagnóstico; va más allá. Ricci plantea la necesidad de considerar la corporalidad que conecta lenguaje, individuo, sociedad y medioambiente –el cuerpo del poema, el cuerpo físico, el cuerpo político y social, el cuerpo urbano y material: “ya no son imágenes del deterioro y no son horas de covacha paja y manija no es hora de babear en el diagnóstico hay que operar se hace sentir”.
5 de noviembre, 2025

Ruido afuera
Nicolás Ricci
Medio res, 2025
50 págs.