Hay una sensación que sobresale de la lectura de Habitaciones, la novela de Emma Barrandéguy: la de una pena grande porque no pudo ser publicada en su momento, a mediados del siglo pasado. Hay varias razones para eso. La primera y más importante es que (como una exploración, y expresión, franca y honesta del deseo femenino estaba vedada para la gran mayoría de mujeres) su publicación habría resultado en algún grado de revuelo cultural y social y, probablemente, habría servido como inspiración para mucha gente que sufría, en estos años y en las décadas siguientes, de contextos represivos.
La segunda razón es que, de haber podido trabajar con un editor de mérito, o con sólo trabajar el texto un poco más con vista a su publicación, Barrandéguy hubiera mejorado la escritura considerablemente.
Se trata de una novela mayormente epistolar que entremezcla, de vez en cuando, monólogos de algunos de los personajes mencionados en las cartas, Habitaciones cuenta episodios ─autobiográficos, suponemos─ de la vida emocional y política de una mujer de clase media/media-alta de Entre Ríos: su niñez y vida familiar, su coqueteo/compromiso con movimientos socialistas/marxistas y, lo que ocupa el bulto del libro, sus relaciones afectivas con cinco personas: su marido, un motociclista en un circo itinerante, extranjero, borracho y de poca imaginación; Florencia, una joven sensual y impetuosa; Alfredo, el destinatario de la mayoría de las cartas, un abogado activo en los círculos de la alta cultura, contribuyente de Sur; Angélica, una mujer de una edad parecida a la de la narradora, sensata y amorosa, que probablemente sale la mejor parada de todos; y José, un joven primo a quien la narradora ha decidido que se beneficiaría con su instrucción en “el sendero del deseo, sendero que como todos ‘se hace andando’.”
He aquí un ejemplo de esa escritura un poco burda e ingenua, una escritura que, a pesar del conocimiento de la autora en editar durante muchos años la sección cultural de un diario provinciano, uno no puede evitar describir como propia de una periodista cultural provinciana. Aparte de una debilidad desafortunada para los adverbios (“hablamos incansablemente”, “muy sabiamente... muy furtivamente”, etc.), la búsqueda un tanto desesperada para demostrar erudición ─citas y alusiones incesantes y rebuscadas (“Te acordás del personaje de El cuidador de Pinter...”)─, y la separación explicita entre la vida intelectual y literaria y la de ¡el cuerpo! evocan a las señoras proustianas de la sociedad de la bella época en salones de segundo o tercer grado, siempre buscando dar el batacazo social con la frase perfecta. En su prologo, María Moreno posiciona a Barrandéguy como contrincante de Victoria Ocampo, lo que es un poco injusto con la última, y también la compara favorablemente con Simone de Beauvoir, lo que es un delirio.
A pesar de eso, hay muy buenas razones para leer Habitaciones. Cuando Barrandéguy no está buscando tan esforzadamente conjurar un tono literario, su franqueza, valor y honestidad confluyen para crear escenas cautivadoras: están los momentos sensuales (con la joven Florencia y varios personajes menores; el muy breve amorío con la misteriosa Hilde von Denken es particularmente memorable); momentos emocionales, como el suicidio de una amiga, o los pasajes introspectivos y autocríticos (“No exigía sino satisfacción física y que creyeran en mí.”); y también, descripciones vividas de los eventos y la sociedad de su momento, manifestaciones políticas, un trabajo como enfermera en un hospital, o las oficinas de Crónica en su momento de esplendor. De hecho, la faceta periodística de este libro podría ser la de mayor interés para muchos lectores, sin dudas es un documento de mucho valor sobre unos años críticos para la historia argentina, cuando la idea (o espejismo) de una escena política pluralista y democrática se iba desvaneciendo para dar lugar a las dos hinchadas amorfas que siguen dominando hasta el día de hoy.
Así que, en una de esas paradojas gratificantes tan comunes, tanto en la vida literaria como en la que llamamos “real”, los defectos de Habitaciones también son de alguna manera virtudes: la ingenuidad de las pretensiones sólo realza la autenticidad de las observaciones. Al fin, no hay duda de que la decisión de La Parte Maldita de publicar el libro fue acertada (aunque, dicho sea de paso, para ediciones futuras no vendría mal una pasada más de un corrector): hay mucho jugo para sacar, en particular, todos estos alicientes para pensar en lo que podría haber sido.
14 de octubre, 2020
Habitaciones
Emma Barrandéguy
La parte maldita, 2020
236 págs.