¿Se puede huir del propio pasado? ¿Es posible vivir –y permanecer– al margen de lo que llamamos mundo, aislándose en un camping alejado, a orillas de un río que recuerda al de la Plata, y estar lo que se dice a salvo? La pregunta recorre y agita las aguas de La madre de la noche, la nueva novela de Inés Arteta, publicada por Notanpuán.
La pregunta, además, atraviesa las historias de cada uno de quienes han confluido en el camping, no en vano llamado El Refugio, ocho seres que pasean por la orilla de ese río, que también es personaje y presencia, así como el paisaje agreste, sus ruidos, el ulular de las lechuzas y una neblina persistente que deja entrever –o no– la otra orilla. Ese río barroso se convierte así en una metáfora de la divisoria de aguas que las criaturas de la novela intentan instalar entre dos tiempos, entre quienes fueron y quienes son. Habitantes de pequeñas casas alrededor del camping, se reúnen en el quincho común, comparten cenas, amistad, confidencias, sexo, caminatas.
Guzmán, el encargado del camping, reflexiona sobre esta posibilidad de retiro, de una vita nova, otra, después de la que, por distintas circunstancias, ha expulsado a los demás de su vida anterior: “Nos permitíamos ser felices, cada uno a su manera y dejábamos el mundo afuera para valorar la calma y el respeto. Subsistíamos tranquilos, día tras día, sumergidos en la simpleza de la vida que no cree en el futuro, no toma recaudos, ni ahorra, ni guarda, ni nada. [...]Los pocos que venían de afuera de tanto en tanto –además de los turistas– coincidían en que acá estábamos alejados del mundo, a salvo de que supieran de nosotros, como si nos hubiésemos muerto”.
Pero el ilusorio refugio sí tiene un afuera y obviamente un pasado. Y hay otras mujeres y hombres alrededor, desde el comisario corrupto del pueblo, vinculado al tráfico de drogas y su pasional asistente, hasta una bruja llamada Heke; en ese mismo paisaje fluvial circula una leyenda siniestra sobre una pirata famosa, la Malparida, encarnada en una escultura de madera; irrumpe la codicia de una empresa pastera indiferente a los efectos de la contaminación sobre ese río que es también el alma del lugar donde estos seres conviven; se ejerce la explotación pesquera ilegal y corren las murmuraciones del pueblo vecino.
¿Se puede evitar ser alcanzados por la corrupción, la voracidad de la codicia, el crimen, en este mundo que nos toca habitar?
Novela coral, narrada desde las voces de tres protagonistas La madre de la noche abre ésta y otras preguntas. Escrita en un lenguaje llano, en un tono monocorde, sin embargo, logra sostener el interés en las historias afluentes de la trama. Indaga sobre las vicisitudes del amor, las implicancias y ambigüedades de la maternidad, el poder de los celos, la serenidad necesaria al ejercicio de la vocación, la vida espiritual, las secuelas de un abandono, de una violación, las enfermedades mentales; explora, en síntesis, las formas de los refugios y los infiernos que cada quien va encontrando en el camino. Inés Arteta logra transmitir con eficacia la atmósfera de un presente asfixiante, la fragilidad de los anclajes en que solemos apoyarnos, la desesperación por el amor y la evidencia feroz de que, cuando la confianza se quiebra, algo termina para siempre.
Quizá, como en La madre de la noche, habrá que aceptar que, si bien no es posible huir de la propia historia, ciertas formas comunitarias y de encuentro pueden constituirse en cobijo y remanso. Al menos, transitoriamente. Pero no hay, no habrá salida si seguimos de espaldas a los ríos, si no nos hacemos cargo, si no admitimos –de una vez por todas y con acciones concretas– que somos apenas parte, arena, y jamás los dueños, ni de la neblina, ni de los peces, ni del paisaje.
23 de octubre, 2024
La madre de la noche
Inés Arteta
Notanpuán, 2024
284 págs.