El largo invierno azota a una remota aldea escandinava. Las gélidas temperaturas han cristalizado hasta la superficie del lago; grandes cúmulos de nieve se amontonan en calles y zaguanes, y largos penachos de humo asoman por las chimeneas en un vano intento por templar el interior de los hogares. Todo hace silencio. Por más inclemente que sea el tiempo, nada raro hay en ello. Apenas otro invierno más. En estas condiciones atmosféricas, la finlandesa Tove Jansson (1914-2001) asienta La verdad increíble, una novela de 1982 escrita en sueco y traducida ahora por el políglota Christian Kupchik, quien ya había hecho lo propio con El libro del verano, la primera novela de la autora, que desanda un tiempo más ameno. Aquí, como decíamos, lo que prima es el frío. Aunque eso no es obstáculo para la protagonista, Katri Kling.
Franca hasta al ultraje, la muchacha dista de ser una compañía agradable, pero como es buena con los números y además ecuánime con el interés ajeno, las personas acuden a ella para resolver sus asuntos contables. Su mirada tiende a ocultar el peculiar amarillo de los ojos, un color que sólo comparte ─en un pueblo en el que todos los ojos son azules─ con los de su fiel perro sin nombre. Un perro, por cierto, que parece lobo. Katri tiene veinticinco años y está a cargo de un hermano diez años menor que ella, cuya fascinación por los botes y el deseo de tener uno propio son su único desvelo. Katri de renunciar a su trabajo, pero tiene un plan.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
Acá es cuando hace su aparición Anna Aemelin, una ilustradora de libros infantiles que vive en una casa aislada cerca del bosque. Su talento es tal que puede reproducir un paisaje hasta el detalle más sutil, que luego remata con la inclusión del dibujo de unos conejos coronados de flores en vista al público al cual van dirigidos. Anna es una mujer ermitaña, cándida y amable; el reverso exacto de Katri. Aunque la susodicha también es solitaria, sus motivos son un pelín diferentes, ya que procura librarse de la amabilidad, de la adulación, de "toda esa maquinaria que la gente utiliza todo el tiempo y en todas partes con la mayor impunidad para conseguir lo que quieren, para sacar una ventaja o ni siquiera eso, solo porque les ayuda a sentirse más cómoda". La diatriba es el exabrupto de una primera persona que se infiltra raramente en una prosa, cuanto menos, sobria y reposada. La cuestión, para no irnos por las ramas, es que Katri utiliza sus habilidades de fría estratega y su enmascarada honestidad con el fin de introducirse ─como lobo en madriguera─ en la casa de Anna y asegurar así el porvenir de su hermano. Investida con una adocenada reticencia, Anna no se deja amedrentar. El engaño del que sería víctima es la coartada, a su vez, que utiliza para doblegarlo. De esta manera, ambas mujeres entablan una partida en la que cada cual juega con sus propias reglas y en la que, finalmente, ambas ceden una parte de sus fantasmas, y ganan otra. Son como dos fuerzas en pugna que aguardan el deshielo, el aletargado despertar de la primavera luego de un invierno inclemente. Para ello, deberán atravesar la turbia claridad de un cristal empañado.
Vaya a saberse cómo es el texto en la lengua de partida, sin duda la diáfana versión de Kupchik contribuye a olvidarlo. Incluso consigue extraer nuevas resonancias del título. Su estilo ─esbelto, tenso, minimalista; escribió Ursula K. Le Guin respecto de la versión inglesa─ convoca la claridad cuando más opacas son sus intenciones, y se detiene un paso antes de almibarar con escenas pintorescas junto al fuego. Sutil, engañosamente sencilla, La verdad increíble es una fábula sobre los borrosos límites que separan la verdad, la mentira, el engaño y el cinismo cotidianos.
23 de diciembre, 2020
La verdad increíble
Tove Jansson
Traducción de Christian Kupchik
Cía. Naviera Ilimitada, 2020
192 págs.