Prisionera tempestad se nos presenta como un arte poético en su totalidad, una exploración de las emociones y los mecanismos que se ponen en juego al momento de crear. El escritor como El Mago, arcano mayor del Tarot, posee los elementos y las artes necesarios para producir la alquimia que permita traer desde la oscuridad a la luz lo que puede ser nombrado.
Es el silencio quien pide la palabra cobrando con ello presencia y corporalidad. “El silencio desea la palabra” y desde ese lugar se asimila al poeta. No poder nombrar, no poder decir, estar en el intersticio exacto entre el silencio y la voz, genera la tempestad: “Sin palabras no habrá calma”.
¿Con qué elementos cuenta este creador? Una mesa, la hoja, la noche y la palabra. Instalado en el espacio íntimo y personal de la casa como “trinchera”, se permite llegar a otra intimidad más profunda: su propio ser interior.
En el afuera, está el mundo, está la noche. Sin embargo afuera y adentro se desdibujan porque lo que hay en uno puede traspasar a lo otro: “comienza a unirse la oscuridad de adentro, con la de afuera” y ya “la casa está invadida de noche y esa noche está en mí”. El umbral que permite el traspaso es una puerta. Es puerta de la casa y del ser. El poeta camina hacia ella, duda, la abre, da un paso hacia el otro lado. “Hacia afuera el límite es esa puerta abierta/ que devora cualquier aparición./ Hacia adentro, es este cuarto vencido/ empapelado de palabras apresuradas”. Entonces, la puerta como “garganta iluminada”, será también la encargada de dejar pasar las palabras, de ir del silencio opresor a la luz del poema.
Las palabras van a pasar de su ausencia total a ser un deletreo “ser, hu, ca, pre, [...] grageas de lo incierto” y finalmente a cobrar cuerpo. Personalizadas, “ellas temen, sudan/ tiemblan, sangran. Dicen si, no, dicen aquello, esto, lo otro”. Las palabras vienen a calmar la intemperie que provoca la imposibilidad de nombrar este mundo. “Conciben la energía y la forma”, son “semillas para alumbrar”.
Pero para que esto ocurra el poeta debe tener su ojo afilado: “Hasta que mis ojos no caen filosos, la hoja duerme/ su blanca tensión”. El poeta debe ser sigiloso y mirar lo cegado, lo que se esfuma y no se puede ver. Ir en busca del signo para poder revelar en el poema lo que estaba velado. Porque “Escribir es hacer visible/ lo que ni digo ni veo/ Crear es ver”.
“¿Quién sabrá escuchar aquello que no se ve” dice el yo creador y ejecuta el ritual del mago: “De la mano, del miedo y el talismán,/ me adentro en este lienzo espeso”. Entonces las palabras son ojos, son la luz que derriba la intemperie amenazante.
Cuando el poeta afirma: “Una palabra me alumbra”, es cuando abre el juego y se sumerge en la luz. “Crear es verse creado,/ afuera es adentro”. Por prisionera que esté de la oscuridad, toda tempestad se desvanece ante lo luminoso. Así será hasta que el silencio vuelva a pedir la palabra.
6 de noviembre, 2024
Prisionera tempestad
Claudio LoMenzo
Ediciones Del Dock, 2024
44 págs.