Situada en una Buenos Aires alternativa y ubicada temporalmente en un futuro próximo –tan próximo que por momentos parece un presente–, Sesiones en el desierto, la segunda novela de Nicolás Mavrakis (Buenos Aires, 1982), propone un viaje al interior de las redes que orbita entre la distopía y la sátira.
Luego de haber sido secuestrado por sus propios padres y haber estado cautivo durante nueve semanas en un sótano sin conexión a Internet, Squet Coll, un joven influencer con 329 millones de seguidores, sufre una crisis traumática que lo lleva a introducir, temerariamente, su pene en un módem, en lo que a todas luces parece ser un intento de autocastración. Así empieza Sesiones en el desierto. Y a partir de ahí comienza a desplegarse una trama que da cuenta de la debacle de la figura pública (de Squet Coll, ese joven que “nadaba en una insignificancia abismal” y “pronto se convirtió en la fuerza trascendental de su generación”) y va desde la mutilación parcial de sus genitales hasta su internación, la cirugía reconstructiva y un tratamiento de rehabilitación psicológica a cargo de un enigmático personaje llamado Falex Rid.
Dividida en cuatro partes, la novela puede pensarse a partir de dos zonas: la del tratamiento de Squet Coll a cargo de Falex Rid, por un lado, y la de Glione, por otro. Dos zonas que, a medida que avanza la novela y de la mano de dos mujeres (Lavinia Carve y Zex), se van aproximando cada vez más, al punto de fundirse.
Famoso por las mixtapes que ejecuta en cabinas de sonido protegidas por burbujas de acrílico en las multitudinarias fiestas SIM (“SIM. Una sigla que no significa nada”), Squet Coll, este joven que forma parte de la primera generación de nativos digitales y se percibe como un sobreviviente de su propia revolución, es tratado por Falex Rid, una especie de consejero con aires de psiquiatra (un hombre de “la industria de la mente”, un “artista de la memoria”), con el objetivo de restituirlo al mundo de los conectados. Una misión que es financiada y vigilada por los accionistas de una clínica médica y los sponsors del influencer, a la vez que es supervisada por las autoridades judiciales que, luego del secuestro, quedaron a cargo de su resguardo.
Del otro lado de la novela, Glione, un acumulador compulsivo que no hace mucho más que ver las gráficas del rendimiento de sus inversiones y poner su cuerpo (su piel) a disposición para “el desarrollo del primer tatuaje cinético diseñado en Sudamérica”, se obsesiona con la figura de Falex Rid y, con ayuda de un grupo de sacerdotes (“programadores, ingenieros y técnicos parcialmente sublevados que, igual que el resto de los seres humanos, ofrecían sus prestaciones a cambio de créditos que solían recibir de una amplia fauna de arrepentidos y nostálgicos que necesitaban escarbar información en la basura”), comienza a investigarlo.
Con la amenaza de fondo de que, en cualquier momento, un algoritmo erradique por completo el contacto humano, y bajo el halo del resplandor del iceberg (“una afección todavía inespecífica y de carácter neurodegenerativo que, al parecer, afectaba al lóbulo temporal del cerebro”, que comienza a manifestarse en diferentes puntos del planeta y empieza a tomar forma primero como síndrome y después como pandemia), en Sesiones en el desierto se proyecta un juego de intrigas y vanidades atravesado por la historia de la conexión y sus consecuencias en las diferentes generaciones. Una historia que va desde los leves trastornos de ansiedad de la generación BBS, pasando por los TOC de la generación gamer, hasta los síntomas y las patologías todavía difíciles de dimensionar de la generación adicta a las redes sociales.
Si el narcicismo en las pantallas y el estado narcótico y compulsivo que provoca la conexión permanente son, en primera instancia, los asuntos de esta novela, en segundo plano, de un modo sutil pero marcado, aparece otro tema: el trabajo.
El sentido, la naturaleza, el pasado, el presente y, sobre todo, el futuro del trabajo son asuntos centrales en Sesiones en el desierto. Desde Glione, un inversionista nacido en cuna de oro que no tiene necesidad ni intenciones de trabajar, hasta Falex Rid, este “mentor itinerante” que se proyecta como un “potencial innovador en el campo de investigación de la psiquis” pero parece ser más bien un mero oportunista, pasando por Squet Coll, este ícono mezcla de artista y líder de opinión, y Zex, “una trabajadora artesanal de las sensaciones mentales y físicas”, los trabajos que ejecutan los personajes de esta novela, que recrea un mundo donde se respira un aire poslaboral, no sólo son difíciles de definir sino que son realmente inciertos.
Multipropósito y esquivos al rótulo, los trabajos y, en general, el destino de los esfuerzos humanos es brumoso. De una u otra manera, aun sin saberlo, en Sesiones en el desierto todos parecen estar trabajando, directa o indirectamente, de modo remunerado o no, para un puñado de grandes corporaciones. Corporaciones tan grandes, tan enormes, que, paradójicamente, por eso mismo, porque son tan grandes que da la sensación de que fuera de ellas no hay nada, se tornan lisa y llanamente invisibles.
Squet Coll y todos aquellos que forman parte de su ecosistema (desde el analista y sus asistentes hasta las groupies y los que, en la difusa cadena de valor, hacia arriba o hacia abajo, están, de una u otra manera, vinculados con él) se mueven entre la intuición y el interés. Aún sin tener del todo claro para qué y para quienes hacen lo que hacen, estos personajes hacen. Eso es un hecho. No dejan de hacer, de buscar. Avanzan en sus búsquedas, siempre, o intentan hacerlo, por más que en el camino afloren una serie de miserias y angustias que parecen evidenciar que, en el fondo, lo que anida en ellos es un sentimiento de inadecuación; un estado de insatisfacción crónica que parece dar cuenta de un profundo desequilibrio entre trabajo y vida (entre tiempo y retribución, entre persona y mundo). Una cuestión que, sátira mediante, hace que, en lo mejor de la ficción, esta novela de pronto se vuelva una suerte de espejo; un espejo que, como lectores, nos enfrenta de lleno a la siniestra mueca de un rostro familiar.
1 de noviembre, 2023
Sesiones en el desierto
Nicolás Mavrakis
Bucarest, 2023
245 págs.
Crédito de fotografía: Diego Paruelo.