Los ocho cuentos que reúne Cuerpos cardinales, segundo libro de Marie Miy, se desarrollan en una misma locación: una ciudad sin nombre, que remite, por momentos, a la Salta natal de la autora, y a Córdoba, la ciudad que eligió para vivir. De Salta aparece algo de la modestia, una ciudad pequeña, estoica y sin grandilocuencia, bella y al mismo tiempo taciturna; de Córdoba el cemento, la basura, las cloacas reventadas, el ruido de amaneceres donde las máquinas se encienden para llevar a los trabajadores a sus tareas cotidianas.
Más que una locación, la ciudad sin nombre se presenta como una gran escenografía de los relatos, con una característica particular: las autopistas que la cruzan: la Norte-Sur y Este-Oeste: “Esa ciudad tiene cuatro autopistas que nacen y mueren en los extremos”, se lee en uno de los cuentos. Pistas de asfalto que los personajes transitan y padecen, no porque las autopistas hagan algo en particular, como si tomaran decisiones –no dejan de ser, después de todo, objetos inanimados creados por lo humano, aunque en una ocasión el narrador las llame “mastodontes”, evocando así a un animal y dándoles un carácter orgánico, monstruoso, y también fosilizado–, sino porque cubren de sombras lo diario, y en vez de facilitar la llegada feliz a algún destino, parecen más bien conductoras de rutinas que sería conveniente abandonar.
Sin embargo, el carácter orgánico de las autopistas resuena en el título del libro: “Cuerpos cardinales”. Los puntos cardinales son también, entonces, los cuerpos de los personajes, que deben trasladarse de un punto a otro y deben que convivir, inevitablemente, con esas moles. En este aspecto, el conjunto de cuentos parece conformar una suerte de diorama en la que los cuerpos-personajes aparecen unidos a los cuerpos-autopistas y son capturados por una construcción que los sobrepasa: la inercia de la ciudad, destino final de sus vidas.
Pero también podríamos decir, no sin cierto cuidado, que en los relatos, y también en los personajes, emergen pequeños brotes de resistencia. A veces puede ser una fuga hacia una práctica subversiva, o incluso terrorista, como es el caso del cuento “Sur”, donde una de las partes amorosas de una pareja de mujeres emprende actividades violentas contra la figura de un Gobernador. La existencia de un “atentado” y un “gobernador” refuerza la hipótesis de una ciudad del llamado “interior”, pero también puede aludir a los nombrados con desprecio “copitos”, el grupo de jóvenes pobres que atentó contra Cristina Kirchner en 2022, un tiempo que hoy, pasadas tantas cosas en la Argentina vertiginosa que habitamos, parece lejano. Este punto, “jóvenes pobres”, no se presenta como algo casual, porque los personajes de Cuerpos cardinales son, en su mayoría, trabajadores de esa entidad mutante llamada clase media baja.
Pero regresemos a esa pequeña resistencia: otra de las fugas se presenta en el quiebre de lo cotidiano, característica fundamental del género fantástico, que en más de una ocasión se hace presente en los relatos de Marie Miy, como en el caso del cuento “Cabal”, que cuenta la vida de un hombre gris que, como ya se ha dicho, marcha a su trabajo de oficina de lunes a viernes en su automóvil por los agobiantes “mastodontes”, “donde teclea en una máquina durante horas, hasta que la tarde cae sobre su espalda”. En esa vida gris que parece nunca enfrentarse con su destino, la “resistencia” aparece en la forma de un recuerdo fracturado que entrelaza realidad con locura, rutina con invención fantástica. Porque llegado el clímax del relato, la inercia cotidiana se ve interrumpida por un accidente del que surge el cadáver de un caballo, o el de una mujer, no sabemos, y esto se presenta como punto cabal de la psiquis del personaje. Así, podría decirse que en los cuentos de Los ocho cuentos que reúne Cuerpos cardinales, segundo libro de Marie Miy, se desarrollan en una misma locación: una ciudad sin nombre, que remite, por momentos, a la Salta natal de la autora, y a Córdoba, la ciudad que eligió para vivir. De Salta aparece algo de la modestia, una ciudad pequeña, estoica y sin grandilocuencia, bella y al mismo tiempo taciturna; de Córdoba el cemento, la basura, las cloacas reventadas, el ruido de amaneceres donde las máquinas se encienden para llevar a los trabajadores a sus tareas cotidianas.
Más que una locación, la ciudad sin nombre se presenta como una gran escenografía de los relatos, con una característica particular: las autopistas que la cruzan: la Norte-Sur y Este-Oeste: “Esa ciudad tiene cuatro autopistas que nacen y mueren en los extremos”, se lee en uno de los cuentos. Pistas de asfalto que los personajes transitan y padecen, no porque las autopistas hagan algo en particular, como si tomaran decisiones –no dejan de ser, después de todo, objetos inanimados creados por lo humano, aunque en una ocasión el narrador las llame “mastodontes”, evocando así a un animal y dándoles un carácter orgánico, monstruoso, y también fosilizado–, sino porque cubren de sombras lo diario, y en vez de facilitar la llegada feliz a algún destino, parecen más bien conductoras de rutinas que sería conveniente abandonar.
Sin embargo, el carácter orgánico de las autopistas resuena en el título del libro: “Cuerpos cardinales”. Los puntos cardinales son también, entonces, los cuerpos de los personajes, que deben trasladarse de un punto a otro y deben que convivir, inevitablemente, con esas moles. En este aspecto, el conjunto de cuentos parece conformar una suerte de diorama en la que los cuerpos-personajes aparecen unidos a los cuerpos-autopistas y son capturados por una construcción que los sobrepasa: la inercia de la ciudad, destino final de sus vidas.
Pero también podríamos decir, no sin cierto cuidado, que en los relatos, y también en los personajes, emergen pequeños brotes de resistencia. A veces puede ser una fuga hacia una práctica subversiva, o incluso terrorista, como es el caso del cuento “Sur”, donde una de las partes amorosas de una pareja de mujeres emprende actividades violentas contra la figura de un Gobernador. La existencia de un “atentado” y un “gobernador” refuerza la hipótesis de una ciudad del llamado “interior”, pero también puede aludir a los nombrados con desprecio “copitos”, el grupo de jóvenes pobres que atentó contra Cristina Kirchner en 2022, un tiempo que hoy, pasadas tantas cosas en la Argentina vertiginosa que habitamos, parece lejano. Este punto, “jóvenes pobres”, no se presenta como algo casual, porque los personajes de Cuerpos cardinales son, en su mayoría, trabajadores de esa entidad mutante llamada clase media baja.
Pero regresemos a esa pequeña resistencia: otra de las fugas se presenta en el quiebre de lo cotidiano, característica fundamental del género fantástico, que en más de una ocasión se hace presente en los relatos de Marie Miy, como en el caso del cuento “Cabal”, que cuenta la vida de un hombre gris que, como ya se ha dicho, marcha a su trabajo de oficina de lunes a viernes en su automóvil por los agobiantes “mastodontes”, “donde teclea en una máquina durante horas, hasta que la tarde cae sobre su espalda”. En esa vida gris que parece nunca enfrentarse con su destino, la “resistencia” aparece en la forma de un recuerdo fracturado que entrelaza realidad con locura, rutina con invención fantástica. Porque llegado el clímax del relato, la inercia cotidiana se ve interrumpida por un accidente del que surge el cadáver de un caballo, o el de una mujer, no sabemos, y esto se presenta como punto cabal de la psiquis del personaje. Así, podría decirse que en los cuentos de Cuerpos cardinales esa tímida (aunque violenta) resistencia al orden dado parece inevitable, sea por decisiones conscientes de los personajes, o por un inconsciente ominoso que delata y hace estallar lo que se acepta con resignación.
Por último, puede decirse que la escritura de Marie Miy insiste, desde hace tiempo, en características que la alejan de algunas tendencias actuales que se preocupan demasiado por comunicar o seguir de cerca la agenda mediático-política. En el caso de Cuerpos cardinales los relatos se cocinan a fuego lento, sin apuro, aun en su brevedad; y su autora elige comenzar muchos de sus textos con una imagen fragmentada que al lector, en primera instancia, puede presentársele como abstracta o difusa, como en el párrafo inicial del relato “Sur”:
“La pierna doblada se asoma por debajo del mantel. La tela naranja cae en triángulo deforme, con esa blandura de objeto mal ubicado. La cabeza apoyada de lado, sobre el dorso de una mano blanca que tiembla. Los labios se separan para aspirar el humo de un cigarrillo barato mientras la mirada se concentra en los azulejos con líneas de aceite fijas, en la pared de enfrente. Detrás de esa pared, el mundo”.
¿De quién es y dónde está esa “pierna doblada”? Para llegar a saberlo quien lea tendrá que adentrarse en el relato, porque la autora, como decíamos, parte de una imagen que puede ser un “plano general” o un “plano detalle”, pero siempre con un juego poético que busca la forma desde el lenguaje, o pensando al lenguaje como un virus, no como una herramienta transparente, de comunicación.
24 de septiembre, 2025
Cuerpos cardinales
Marie Miy
Nudista, 2025
78 págs.