Como si de un trauma feliz se tratara, pareciera que algo hay que hacer con Aira. No alcanza con leerlo o con producir textos que sencillamente den cuenta de lo leído, sino que algo hay que hacer, no solo en relación al libro en cuestión (con el que, dicho sea de paso, mucho no se hace, como si el fenómeno en torno al cual surge de algún modo lo eclipsara) sino también y sobre todo con ese fenómeno, el “fenómeno Aira”, que surge, se desarrolla y opera en el campo literario, pero excediendo sus parámetros y subvirtiendo de un modo u otro sus lugares comunes más arraigados. La disrupción opera al interior de los textos, introduciendo formas y procedimientos que antes no estaban en el radar, pero también en su periferia, proponiendo una nueva figura de autor y un modo inédito de entender la literatura. Malentendidos mediante, todo eso al interior del campo se ha ido asimilando e incluso normativizando, pero en la instancia de lectura es de suponer que el efecto persista. La pregunta que subyace entonces, y generalmente se soslaya, es qué ocurre en la instancia de lectura de los libros de Aira. Qué generan en sus lectores esos textos que, más allá de sus particularidades, indefectiblemente vienen adheridos al “fenómeno Aira”.
Podríamos postular que lo que le ocurre al lector es en principio otra cosa, algo realmente singular que lo pone en relación con una experiencia que lo modifica como tal. Porque algo pasa en esa instancia de lectura, un diferencial ligado a la anomalía que ha dado lugar a una subcategoría de lector que es el lector de Aira. Entre esos lectores hay una cantidad considerable que están ligados a la escritura, varios de los cuales han generados textos en los cuales Aira es protagonista excluyente. Textos por cierto de toda índole (ensayos críticos, autobiográficos, un catálogo, un diccionario, etc.), incluida una serie de ficciones que curiosamente ha generado un subgénero en expansión. Así como existe el subgénero de las novelitas de Aira, también se ha ido configurando el de las novelitas en derredor de Aira, entre las que figura La última de César Aira de Ariel Idez, Yo era César Aira de Enrique Quinteros y La muerte de César Aira de Francisco Bitar.
A esta nómina cabe agregar ahora El mal de Aira, experimento narrativo con el que el joven realizador audiovisual, guionista, narrador y poeta colombiano Andrés Restrepo Gómez transfigura en una ficción graciosamente alocada su experiencia en tanto lector de Aira. Escrita en primera persona y simulando ser un relato autobiográfico, la novela refiere los modos impensados en los que un lector puede ser afectado por un autor (Aira en este caso). Lo que se cuenta entonces son las desquiciadas peripecias de este Quijote colombiano que, trastornado por un fenómeno que lo obsesiona y lo ha dejado en bancarrota (la proliferación incesante de novelitas y la dispersión editorial lo han hecho presa de un coleccionismo ciertamente oneroso), emprende una cruzada en parte para vengarse y en parte para entender las claves de ese fenómeno que con sus singularidades ha venido a desbaratar en principio sus parámetros de lector. Comienza por escribirle un mail que Aira inesperadamente responde, llega a escribir y editar un Aira apócrifo (La lengua de Maldoror), y con el propósito de llamarle la atención, encarna a través de una serie de acciones artísticas a un Duchamp accidentado. En este raid de despropósitos, no se priva, claro, de acecharlo, recorriendo los bares y confiterías de Flores donde supuestamente Aira suele circular. En el trayecto, a través de sus elucubraciones, va haciendo un repaso (que implica una solapada lectura crítica) por varios de los componentes del “fenómeno Aira”, a la vez que revela diferentes facetas de su propia vida, tanto cotidiana como pasada, incluido su vínculo conflictivo con su ciudad natal: Medellín. Haciendo equilibrio entre realidad y ficción, logra no sólo despegarse de la autoficción sino además articular una crítica a su versión perezosa.
Pero, cómo hacer que la historia de un lector, y uno tan específico como lo es un lector de Aira, resulte medianamente entretenida. La respuesta Restrepo Gómez pareciera haberla encontrado en Cervantes. Porque lo quijotesco, además de en la épica del lector desquiciado, se hace presente en la ductilidad para presentar acciones mínimas y elucubraciones mentales como verdaderas aventuras, lo que hace que la narración resulte particularmente atractiva. Todo, conseguir la dirección del mail de Aira, intentar regalarle las cinco primeras temporadas de Bob Esponja, determinar un porcentaje aceptable de lectura de sus más de cien novelitas o procurar que Aira se interese y eventualmente lea su libro de poemas, es expuesto con una tonalidad ligada a la épica a la vez que al humor. Colabora en el proceso una escritura a la vez precisa y graciosamente desenfadada (ingeniosa, verborrágica, irónica), que se asienta en el flujo de la conciencia pero siempre atendiendo a una presentación ajustada de los hechos. El resultado muestra que es posible narrar a través de argumentaciones y que la potencia creativa de un lector realmente afectado es proporcional a la cualidad disruptiva de aquello que lee.
Si es cierto entonces que la consigna implícita en relación al “fenómeno Aira” es “algo hay que hacer con Aira”, Andrés Restrepo Gómez digamos que la tributa con creces. Su novela, combinando inteligencia con divertimento, consigue articular un relato que, si acaso llega a sus manos, muy probablemente logre su acometido encubierto: llamar la atención del mismísimo Aira.
19 de noviembre, 2025

El mal de Aira
Andrés Retrepo Gómez
Barrett, 2025
128 págs.