“Primavera Cero” es el título de una canción de Soda Stereo, que forma parte del álbum Dynamo, de 1992, y la música que suena de fondo en un pasaje de novela homónima de Christian Broemmel, publicada este año por la editorial Larria. La unión de estas dos palabras en el mismo sintagma, además, arrastra ecos de otras expresiones similares, como la “zona cero”, que remite al epicentro de una catástrofe; al “tiempo cero” o al famoso “grado cero de la escritura” de Roland Barthes. Aquí, alcanzará con atravesar la aventura que nos proponen estas páginas para captar el significado que el título anticipa.
En busca de trazar su genealogía, es evidente que Primavera cero se inscribe en una tradición, más cinematográfica que literaria, de narraciones que exploran las posibilidades de un tema que, con La noche de los muertos vivientes (George Romero, 1968), World War Z (Marc Foster, 2013) y series como The walking dead y The last of us, más las infinitas variantes, derivaciones y parodias que se han filmado, podría ya haber agotado las posibilidades de formular un planteo original o de sorprender al espectador apasionado de este subgénero.
Pero así como Leandro Ávalos Blacha en su novela Los Quilmers (Caballo Negro, 2021) le daba una vuelta de tuerca al recargado tópico de las invasiones extraterrestres apelando a la ironía y a la mimetización de los alienígenas con los mecanismos de poder y opresión terrenales contemporáneos, Christian Broemmel ensaya su versión de la temática zombi, ambientándola en la ciudad de Buenos Aires, y gran parte en un canal de televisión, en el presente: en esta época de destrucción, individualismo extremo y absoluta desesperanza.
Al comienzo se plantea un conflicto familiar, del ámbito doméstico: una mujer, Raquel, va cayendo en las sombras del Alzheimer y su segundo marido, Ignacio, se apresta a salir en la búsqueda de la hija de Raquel, Carolina, quien desde hace años fue expulsada de la casa y trabaja como maquilladora en la televisión, en un programa del estilo de “Bailando por un sueño” o de alguno de esos lamentables entretenimientos mediáticos. Sin embargo, sin desaparecer, este núcleo narrativo va quedando relegado a un segundo plano cuando se impone la urgencia del drama colectivo: el apocalipsis, que proviene de lo público, de la comunidad, impidiendo a los personajes desentenderse de él o sencillamente fingir que esa horda de “cabezas reventadas” y de “mordidos” que los amenazan y los persiguen pueden esperar hasta que los problemas personales se resuelvan o se superen. Es posible interpretar, entonces, una señal, un guiño que nos advierte que toda situación de crisis social pone en suspenso y posterga las preocupaciones individuales. Pero es igualmente probable, depende de cómo se lo lea, que los zombis de Broemmel sean nada más que representaciones de la alienación y de la deshumanización contemporáneas y que el heterogéneo grupo formado, entre otros, por dos maquilladoras homosexuales, un taxista que abusó de su hijastra, un mozo intrépido y una vedette tan en decadencia que se encuentra desempeñándose como jurado de un programa de baile sean solo una muestra del vacío y la idiotez de la sociedad. Al menos de la sociedad porteña.
Broemmel no oculta sus fuentes: el comic y las películas de terror, que recrea apelando a una narración vertiginosa, con elaborados detalles visuales, descripciones que abundan en regueros de sangre y líquido verdoso; sesos, miembros y cuerpos calcinados esparcidos por los corredores del estudio de televisión; y luego, en las calles de la ciudad envuelta en el caos, cuando los miembros de ese burdo equipo la recorren, superando peligros, a bordo de un taxi. El planteo moral se entrevé tenuemente sugerido en algunos pasajes, casi invisibilizado por el frenesí que implica la necesidad de los personajes de correr, golpear, matar y destripar a sus atacantes para huir de la muerte o, de lo que es peor, del peligro de convertirse en otro de ellos, en un soldado más de ese ejército de muertos-vivos. Algo similar sucede con aquellas “escenas” que permean una crítica social o que ironizan sobre diversas situaciones típicamente actuales y la hipocresía humana, como por ejemplo, cuando este equipo se cruza con una marcha feminista: “De cerca pudieron ver que eran casi todas mujeres mordidas, muy jóvenes, que llevaban pañuelos lila atados en los cuellos y muñecas, y banderas del mismo color con textos que decían `ni una menos´... Al ver a algunas con el torso pintarrajeado y descubierto, Marla (la vedette) dijo: todo bien con la causa, pero no sé por qué siempre tienen que andar mostrando las tetas. Carolina la miró con indignación y le dijo que ella criticaba ahora y sin embargo se había pasado la vida mostrándolas, sólo con el objeto de ganar dinero y divertir a los hombres”.
Entre lo grotesco y lo absurdo, en un aparente desborde hacia lo descabellado a la manera de algunas piezas de César Aira, Broemmel no rehúye de esbozar una ingeniosa hipótesis científica para explicar la transformación de los humanos en los hostiles “cabezas reventadas” que, a medida que se acerca el final, van cambiando y complejizándose en la búsqueda de darle una sentido a la novela, a la crisis social y a la privada que afecta a esa descompuesta familia ensamblada.
Por otro lado, posiblemente, Primavera cero, novela escrita en estos tiempos aciagos, también pueda leerse a la luz de aquella sentencia de Italo Calvino que señala: “la aventura es la forma en que la racionalidad humana triunfa sobre las cosas que le son adversas”. Así narrar, el ejercicio de la ficción, se convierte en una manera de redimirnos o de escapar, de salvarnos, a través de la razón, de esta aterradora realidad contemporánea.
19 de noviembre, 2025

Primavera cero
Christian Broemmel
Larría, 2025
170 págs.