Tanto en sus traducciones como en sus textos narrativos y ensayísticos, Lydia Davis despliega, con generosidad y humor, su inteligencia y su sensibilidad de forma contundente. Ensayos II es el segundo volumen de ensayos –recientemente editado por Eterna Cadencia– que atañe a una de las prácticas fundamentales de Davis: sus traducciones y su “interés por las diversas formas de aprender idiomas”. Los textos exponen sus preocupaciones y ocupaciones al momento de traducir –a Blanchot, a Proust, a Flaubert– o de acercarse con entusiasmo y curiosidad a otras lenguas –como ocurre con el español–.La pasión por las palabras y su ritmo –en un sentido amplio que aloja la historicidad de los términos, las metáforas, las repeticiones, las aliteraciones, las asonancias, el sistema acentual, la puntuación, etc.– atraviesa los distintos escritos reunidos a lo largo de casi cuatrocientas páginas y, con ellos, a los lectores.
Dice Davis de su idioma: “mi primer amor”. Así, en un juego de traducciones, como un pasaje de voz en voz –la traducción que Eleonora González Capria hace de Davis quien traduce, a su vez, fragmentos de otros escritores– es posible leer las reflexiones y ocurrencias expuestas por Davis con singular generosidad. Digo generosidad porque no solo comparte sus saberes junto con su caja de herramientas –sus métodos, sus listas confeccionadas a lo largo de muchos años y horas de trabajo– sino porque nos muestra sus zonas vulnerables, aquellos pasajes de los que no se siente satisfecha, sus posibles errores, sus dudas y sus conversaciones íntimas con amigos. Al imaginar el título de las memorias de su vida, en efecto, propone: “Aunque, quizás, mejor no”, lo que muestra su humor, su exposición a las contradicciones, la posibilidad de la duda, la incesante búsqueda de la prueba y el error.
En el primer ensayo titulado “Veintiún placeres de traducir (y un rayito de luz)”, comenzás narrando brevemente una escena en la que fuiste con amigos a una cata de vinos en Francia y allí se activaron tus “antenas de traductora” cuando alguien les dijo que debían mâchez le vin. Las antenas se encendieron, sin permiso, reaccionando al estímulo de la palabra y su sonoridad que, como cada ensayo lo manifiesta, atañe a infinitas asociaciones que desbordan, por supuesto, cualquier definición enciclopédica. Mâcher era un problema que te acompañaba, junto con tus amigos, a la cata de vinos. La pregunta que me gustaría hacerte es, por un lado, si esas antenas pueden bloquearse en determinados momentos en los que se necesita estar presente en otro escrito; por otro, si las intromisiones de problemas pasados obstaculizan, para decirlo con vos, tu “propia escritura”. Porque en un momento hablás de “recesos” de tu tarea de traductora para poder escribir tus cuentos. ¿Acaso no es posible que estas dos prácticas de escritura sucedan en un mismo período?
No estoy segura de recordar lo que dije sobre las antenas de la traducción. Pero creo que un escritor tiene las antenas abiertas la mayor parte del tiempo al mundo que lo rodea, lo que significa que está atento a lo que podría interesarle o conmoverle. Las antenas que imagino para el traductor están atentas al lenguaje, al lenguaje que lo rodea, a las posibles soluciones a los problemas de traducción. Al traducir y escribir, mi atención se centra en lo que estoy haciendo en ese momento. Así que, en la mayoría de los casos, no puedo pensar en términos de mi propia escritura cuando traduzco, y viceversa. Muy de vez en cuando, mientras traduzco, me cautiva una idea para una historia y la anoto “para más tarde”.
Los ensayos abundan en tu curiosidad constante por los idiomas, incluso referís un método con el que te acercás por primera vez a una lengua desconocida: rodearte del idioma, entrar en ese paisaje sonoro, practicarlo y, recién después, estudiar sus reglas gramaticales. En relación con el placer de sostener pacientemente aquello que no se sabe, quisiera preguntarte si considerás que la exposición a la incertidumbre y la espera podrían pensarse como una estrategia o fuerza clave del ejercicio de traducir ¿Cómo convivís con lo que no se comprende? ¿Funciona del mismo modo en tus textos literarios?
La incertidumbre y la espera son productivas en la propia escritura, pero difíciles y frustrantes en la traducción. En la propia escritura, la incertidumbre puede resolverse con el tiempo o abrir una revelación nueva e inesperada, y esperar siempre es una opción. Pero en la traducción, suele haber una fecha límite, no se puede esperar eternamente, y la incertidumbre no necesariamente se resolverá. Normalmente he tenido que esforzarme mucho para aclarar un misterio: preguntando a otros, consultando numerosas obras de referencia, etc. Cuando no encuentro una respuesta, cuando simplemente no entiendo –como fue el caso más marcado en los ensayos de Maurice Blanchot y la poesía de Anne-Marie Albiach–, tendía a optar por una traducción más o menos literal, palabra por palabra, con la esperanza de que alguien más pudiera comprender el significado.
En el prefacio del libro decís que las distintas incursiones en diversas lenguas alentaron un propósito que sería: “traducir como mínimo una obra breve de cada uno de los idiomas a los que se han traducido mis cuentos, para hacer un gesto, al menos, en pos de un intercambio cultural”. ¿Qué obra de lengua española te interesaría traducir y por qué?
Ya he traducido algunas obras del español al inglés. Si tuviera que traducir más, seguiría una práctica que adopté hace algunos años: traducir cuentos muy cortos y poemas en prosa. Para el español, recurriría a una antología como la que tengo en mi estantería: VIII Microconcurso. Contiene relatos de menos de una página, a menudo de un solo párrafo, de España y países latinoamericanos. Me encantaría centrarme en algo tan limitado para poder dedicarle más tiempo a cada parte.
Al referirte a los placeres y preocupaciones que se presentan al momento de traducir, proponés la imagen de “rayito de luz” para aludir a los efectos que las contantes luchas y negociaciones tienen sobre tu propia escritura. ¿De qué modos considerás que se despliega esta fuerza en tu prosa? ¿Recordás algún ejemplo en donde pueda observarse este rayito de luz?
Simplemente quise decir que una energía reprimida se acumula a medida que continúo traduciendo, y esa energía encuentra liberación en un texto propio: escribir es más dinámico porque he tenido que esperar antes de iniciarlo.
Y, en sentido opuesto, ¿hay momentos en los que la traducción apaga tu escritura? Me refiero a si esa otra lengua con sus ritmos e imágenes se entromete en tu estilo haciéndolo, por así decirlo, chirriar.
No, fue solo en la práctica cuando traduje el extenso Por el camino de Swan de Proust, lo que significaba que simplemente no tenía tiempo para escribir, o mejor dicho, nada más largo que los relatos más cortos que jamás había intentado, de solo una o dos frases.
Al final del libro, una nota editorial reza: “Lydia Davis decidió que Ensayos II esté disponible únicamente en librerías y bibliotecas. Le preocupa el dominio de Amazon en la venta de libros y quiere que las personas que aman la lectura vuelvan a ese lugar donde otras personas que aman la lectura llevan siglos vendiendo libros con dedicación y esmero: la librería de la esquina”. Además del amor por los libros, ¿qué cuestiones crees que se ven amenazadas por el sistema Amazon? ¿Cuáles son las razones de esta decisión?
Me había negado a comprar a través de Amazon durante muchos años y luego me di cuenta de que no debería estar dispuesta a que mis propios libros se vendieran a través de Amazon. El trato que Amazon da a sus trabajadores es muy deficiente; sus estándares de seguridad para los conductores son deficientes; sus almacenes dominan el paisaje y sus camiones contaminan los barrios; vende a precios inferiores a los de otros fabricantes y, además, ha robado ideas de los comerciantes a los que vende. La lista es interminable. Intento comprar en mi zona y a pequeñas empresas.
¿Cuál es la biblioteca o la librería a la que volverías una y otra vez?
Tengo una librería favorita a media hora de casa (vivo en el campo). Es una librería de segunda mano. Compro todos mis libros a través de ellos: les digo lo que busco y ellos investigan y encargan el libro por mí.
¿Recordás el primer libro que te hizo amar la literatura y las librerías de las esquinas?
Los primeros libros habrían sido infantiles: los libros de Narnia de C.S. Lewis, por ejemplo. De niña era una ávida lectora. ¡Pero no entré a las librerías hasta mucho más tarde!
En distintos momentos del libro, aparece una idea con insistencia: el ejercicio de traducción implica siempre una conversación. Por ejemplo, en tu traducción de Proust, además del propio autor, por supuesto, se oye como interlocutor principal a Scott Moncrieff, los distintos diccionarios consultados, etc. Siguiendo esta idea quería preguntarte ¿con quiénes escribís tus relatos? En el sentido de con quiénes conversás al momento de escribir narrativa, si bien, a diferencia de la traducción, seguramente tomes decisiones de forma más solitaria.
No hay conversación, que yo sepa, cuando escribo una historia. Estoy completamente inmersa en ella y me llega como si viniera de fuera; la recibo y la registro, a veces haciendo pequeñas correcciones sobre la marcha.
¿Al momento de escribir narrativa pensás en posibles traducciones? ¿Tomás distancia de tu texto e intentás mirarlo, si es que eso es posible, considerando decisiones que deberán tomar a futuro los traductores?
Pensamientos como ese interferirían con la escritura, así que no, no pienso en futuras traducciones de mi texto mientras escribo. Solo una o dos veces, más tarde, una vez terminada la historia, pensé que tal vez alguna palabra sería difícil para un traductor.
¿Cómo fue tu experiencia al leerte traducida en otras lenguas?
Suelo intentar leer una muestra de la traducción para asegurarme de que el traductor se ciña a mi original, y normalmente lo hace. Disfruto leyendo la traducción. Aunque, por supuesto, nunca suena del todo a mí.
La sonoridad resulta crucial en tus reflexiones sobre la traducción. Por eso destacás que aquello que un término –y no su sinónimo– deja escuchar no atañe solo al significado. Cada palabra aloja su propia historicidad, abre asociaciones y ecos singulares. Cito, para quienes no hayan leído el libro todavía, un pasaje elocuente sobre el paisaje sonoro:
cuando me detuve a pensar en los ritmos y sonidos de la prosa de Proust y luego en los entornos donde creció, empecé a relacionarlos y a reflexionar más específicamente sobre los sonidos que lo rodeaban y sobre los ritmos de esos sonidos. Comencé a preguntarme cuánto efecto tendrían esos ritmos en los ritmos de la prosa.
¿Considerás que el paisaje sonoro resulta fundamental al momento de traducir textos no literarios? Por ejemplo, en traducciones de teoría, como tu traducción de Blanchot ¿encontrás una diferencia, respecto de tu trabajo con el paisaje sonoro, en la traducción literaria de Proust o de Flaubert?
Creo que siempre estoy atenta los sonidos de las palabras y los ritmos de las frases, aunque quizá un poco menos en el caso de la teoría y mucho más en el caso de un escritor como Proust, que prestaba tanta atención al sonido.
La idea de escribirte a vos misma notas aparece más de una vez en los ensayos. De hecho, en uno de ellos, ordenás alfabéticamente problemas, descubrimientos, discusiones o términos que insisten en tu “diario de Proust” a lo largo de casi veinte años. Me pregunto qué ocurre con esos textos que quizás, no lo sé, en un primer momento no fueron pensados para ser publicados y que, generosamente, compartís con tus lectores en este libro. ¿Los reescribís? ¿Te reconocés en ese yo de una forma diferente respecto de tu escritura de ficción o no dejás de encontrar en la voz un juego ficcional?
El Diario de Proust fue, como dices, escrito para mí durante mi traducción de Proust para ayudarme a resolver ciertos problemas, y luego pensé que sería interesante compartir esas reflexiones con otros lectores de Proust. No veo la voz de ese diario como ficticia, sino que proviene más directamente de mi yo no ficticio.
Al hablar de la traducción comparecen palabras como “fascinación”, “asombro”, “entusiasmo”, “placer”. ¿Qué importancia tiene en la escritura –ya sea tuya o de otros escritores que admires– la disposición al juego y el sentido del humor?
El humor es muy importante para mí en mi propia escritura, aunque no está presente en todo lo que escribo. Sí lo aprecio en la escritura de algunos otros. Pero, por supuesto, no está necesariamente presente en toda la ficción, y eso está bien. Depende mucho de si el humor es un rasgo esencial de la personalidad y el carácter de un escritor.
8 de octubre, 2025
Ensayos II
Lydia Davis
Traducción de Elenora Gonzáles Capria
Eterna cadencia, 2025
384 págs.