Encuentros, desencuentros, despedidas. Escenas literarias centelleantes –que a veces encandilan al lector, como los faroles a las liebres en el medio de las rutas al anochecer, y que otras lo dejan en un estado de fiebre enteca, como las luces malas que se encuentran los que andan como perdidos por la Tierra Adentro. Escenas que, por su luz excesiva o por su opacidad, alteran físicamente el cuerpo que lee: tales son los materiales que configuran la particularísima constelación literaria de Luis Gusmán. Con estos cuadros escritos confecciona el escritor esos tableaux con los que se compone Flechazo.
El nuevo libro del autor de El frasquito es también una espacialidad enrarecida, de entradas, salidas y subterfugios. Los encuentros son despedidas solapadas; las despedidas anuncian un cruce en algún inexacto porvenir: lo que no entra por la puerta lo hace por la ventana. De algún modo, Gusmán siempre se las arregla para dar en el blanco.
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Tu libro termina con una entrada titulada “Todo lo cercano se aleja”. Flechazo tiene esa impronta: la del enamorado que se resiste a partir, que quiere dar una vuelta más por ciertas escenas que lo atraen de la literatura. ¿Te consideras un flanêur flechado?
La frase de Vallejo es, además de bella, perfecta porque parece condensar todo el libro, una especie de fuerzas que se encuentran y desencuentran. Como si todo encuentro llevara a un desencuentro. En todo caso, respecto al flechazo, más de una vez la vida me atravesó con distinta suerte. No sé si amar es equivalente a estar enamorado. Un tiempo no cronológico, quiero decir, puede durar un instante o toda la vida. Aunque creo que es, siguiendo con la metáfora, una flecha suspendida, un estado, algo que no mata; si evocamos a Santa Teresa podríamos decir: una herida donde conviven alternativamente lo dulce y lo amargo. El flechazo suele ser tener un nombre inolvidable.
Los Encuentros, Desencuentros, Despedidas son tres apeos de los que uno puede entrar, salir y recular por cualquier lado. Más allá de estar atravesadas por el flechazo –que, como señalás, se trata de una “coincidencia que dispone de manera arbitraria del tiempo y del espacio”–, y empapadas cada cual por su irreductible singularidad, ¿hay alguna diferencia de grado entre estas experiencias?
Si, la diferencia de grado está quizás en ese pasaje a veces vertiginoso entre la risa y el llanto. Recuerdo una película con Meryl Streep y Robert de Niro: Enamorados. La escena es un encuentro en la estación central de tren en Nueva York. El cine americano tiene al menos dos miradas excluyentes: A la hora señalada, el western donde ocurre el duelo entre Gary Cooper y Kirk Douglas, y el cruce miradas en Enamorados. La cámara se detiene en la mirada. En la primera es iluminada y se funde en una solo; en la segunda, es tensa, y desafiante.
Luis Gusmán por Juan Carlos Comperatore
Las diversas entradas de escenas literarias traman una poética compositiva casi de tableaux. ¿Hay alguna lógica que ordene la disposición estos pequeños cuadros o, por qué no, figuritas del álbum que conforma tu particular visión de la literatura?
Quizás una influencia, más que una lógica, de otro libro en cierne que venimos preparando hace tres y sale a fin de año. Se trata de Imborrables. Personajes y temas de la literatura del Río de la Plata. Se trata de un álbum con el dibujo de un personaje: Ema Zunz, Erdosain, dibujado por las pintoras María Pinto, Noemi Spadaro, Marcella Motta, y una silueta de un escritor, Luis Chitarroni, o escritora Betina González; Maxi Crespi, Silvana López, Eduardo Grüner, y editores como Marcelo Gargiulo y Fernando Fagnani. Entonces ese tableaux exigía una escritura que no fuera una explicación, sino un cruce, un encuentro. Lo más parecido a un álbum de figuritas, en uno de los prólogos lo llamamos así. Te imaginas un Cortázar saltando la Rayuela de Felipe Noé, un dibujo de cuaderno escolar de Liliana Porter, queremos agregar un Erdosain de Gorriarena. Una fiesta de color y escritura. Pero ese “registro” entre el retrato y la silueta, ese encuentro entre la imagen y la palabra, tiene algo de flechazo.
Más allá del ordenamiento de las escenas, ¿cómo es la selección de estos cuadros? ¿Depende de lo que estés leyendo en el momento? ¿Responden a una lógica interna específica? (Bien puede ser la lógica, soberana e inapelable, del gusto o del capricho).
Una vez que se impuso la idea vienen cosas al cruce en lo que estoy leyendo. A veces la memoria de lo que he leído, otras veces busco, pero las últimas dos palabras que citas en tu pregunta son las que decisivas en la cuestión: el gusto y el capricho. Sobre todo, y a diferencia de Imborrables, no estás tan tomado por la lógica del diccionario, de lo queda afuera, de lo excluido o lo incluido, o para usar una palabra hoy tan manoseada, pero no quiero privarme de ella, puedo decir una epifanía.
La entrada “Un sueño ajeno” refiere al entre-dos entre Rainer María Rilke y Marina Tsvetáieva. Destacás, con tu subrayado lúcido, esta frase que ella le escribe: “Lo primero que en su carta me lanzó...”. Y decís que “Lanzó evoca la flecha lanzada y la repercusión del flechazo”. En las Elegías a Duino, es Rilke el que escribe: “¿No es tiempo / ya de que nos libremos, nosotros que amamos, / del objeto amado? / De que lo resistamos temblando, / tal como la cuerda resiste la flecha, / para, así, en el salto, reunida la fuerza, / ser más que ella misma?”. ¿Cómo te parece que es, para Rilke, la experiencia del flechazo?
Realmente soy de la idea, no de la infatuación, de que Flechazo inaugura un registro que cualquiera puede seguir o quizás retomar, porque ya estaba antes, y mi libro solo es una continuación. Quiero decir, qué pena y qué alegría no haber tenido antes esa cita del verso de Elegías de Duino, porque efectivamente habla de la cuerda que tensa. No de la flecha. Y a veces de eso que se tensa nos queremos deshacer. Borges creo que lo hace en Los conjurados, en esa dedicatoria a María Kodama, no sé si es literal, pero la recuerdo así: “No se puede dar lo que ya es del otro”. Digo, se ha sacado la flecha de encima. Él sabía de lo que hablaba: “Cuchillo volador/flecha que se deja empuñar/ larga repercusión, tienen las palabras”. El encuentro entre la Marina y Rilke sucedió más veces entre las cartas que intercambiaban que en los encuentros reales. Pero es evidente que no por eso fue menos intenso.
Para seguir con Tsvetáieva, en la entrada “Mi Pushkin”, cuando la niña “apoya sobre el pedestal del monumento una figura de su muñequita blanca de porcelana” es su primer encuentro con la problemática de que la escritura es un asunto de medidas. ¿Crees que es la literatura un asunto de desmesura o de medidas?
No creo que la literatura sea una cuestión de medidas. Hay escritores como Rabelais que nos pueden deslumbrar por la exuberancia y otros por su economía, como los cuentos de Kafka. Es muy interesante la comparación en ese encuentro entre la miniatura, la muñeca, y el monumento, que es lo contrario. Es cierto que las teorías, modas, escuelas literarias, le encuentran a esa distancia un nombre: distanciamiento brechtiano, objetivismo de la nouvelle roman. Me gusta el verso de Vallejo: “Nunca tan cerca arremetió lo lejos”. Eso es la literatura.
La entrada “No se puede vivir sin amor” aborda a uno de los autores más dados al desborde, un autor cercado por la esquiva materialidad de lo líquido, Malcolm Lowry. Ahí se persigue el destino de unas cartas y la ceremonia de esa narración. ¿Crees que queda hoy, en pleno siglo XXI, algún lugar para la literatura todavía concebida como una ceremonia de encuentro alrededor del fuego de las historias?
Sí, la carta del cónsul Firmin a Ivonne debe ser quizás la mejor carta de amor de la literatura, y ejemplar en cuanto a esos encuentros y desencuentros que ocurren en Bajo el volcán. Sí, la metáfora arrastrada por la lava se convierte en fuego, en líquido. Apuesto por una escritura en erupción.
Como despedida pero para seguirla, ¿qué autores estás leyendo ahora para seguir tramando este escándalo de la materia que llamaste “escritura en erupción”?
Mirá, acabo de publicar Avellaneda profana por Ampersand donde no me he privado de usar la palabra como verbo y adjetivo. Y de alguna manera, la sesión El lector cruzado habla de aquellos lectores de mis libros con los que me he cruzado en mi vida. De repente te cruzas por la calle y te dicen “leí El frasquito o Villa”. Uno, a veces, pensando en las despedidas, los encuentros, los rencuentros se cruza con novelas, poemas, cuentos. Me gusta la palabra erupción porque me evoca Bajo el volcán, la novela de Malcolm Lowry. El volcán de Popocatépetl que está en fantasmática erupción dominando el paisaje, la vida y la muerte de los personajes, sus amores, sus encuentros y despedidas como sucede entre Yvonne y el cónsul Firmin. Fijate este encuentro en Avellaneda profana en el que hablo del primer amor, la compañera de banco de la secundaria, La pecosa. Ella lee una nota y reaparece en mi vida, que hasta entonces solo estaba en mis sueños. Sale un anticipo en Pagina 12 hablando de Ochipinti el bibliotecario de Racing en cuya biblioteca gracias a él me forme en literatura. A los 18 ya leía Borges, Felisberto Hernández, Bioy, su hijo lee la nota y me quiere conocer. Es lo mejor que te puede pasar. ese sí es un encuentro. La lectura es un flechazo. Me gusta la literatura que irrumpe como un flechazo y te atraviesa.
29 de junio, 2022
Flechazo
Luis Gusmán
Emecé, 2021
240 págs.