Al igual que Baudelaire, Luis Sagasti piensa que el universo es una escritura cifrada en un idioma en claves; a diferencia de aquel, sin embargo, no cree posible siquiera rozar ese sentido último de las cosas. Pero haberse curado del candor y la inocencia, parece decirnos, no es razón suficiente para no abrazar el misterio del caos e intentar darle un orden a aquello que de por sí no lo tiene. Como un impenitente rabdomante, Sagasti busca lo oculto en lo visible y sabe que la menor distancia entre dos puntos es siempre un relato. De ahí los insólitos vínculos entre elementos dispares que hacen al centro de su obra y cuyo tratamiento el propio Sagasti asocia a una composición pictórica o musical. Porque el autor del reciente Lenguas vivas saca a pasear la literatura fuera de sí y palpa otros campos donde la información y la poesía liman sus asperezas, los corsés dejan de ser tan ceñidos y el asombro inicial vuelve a renovarse.
Hay algo que insiste en buena parte de tus libros –pienso sobre todo en Bellas artes, Maelstrom o Una ofrenda musical– y que vuelve a aparecer en Lenguas vivas. Me refiero al tipo de imaginación que Benjamin encuentra en Baudelaire, la de captar las relaciones íntimas y secretas que hay entre las cosas...
En verdad tengo una predisposición casi natural tanto para recordar nimiedades como a vincularlas con otras de igual calibre. Pero eso no necesariamente constituye el puntapié inicial de mis libros. Antes siempre hay una historia, un detalle, la observación de alguien que por alguna razón encuentro muy atractiva. Quiero decir que veo una historia ahí, o el inicio de algo que puede convertirse en un relato. Lo que sucede después es que ciertos detalles, ciertas circunstancias me remiten a otras y estas a otras. Pero no se trata de construir una deriva infinita, rectilínea, si es que cabe el término, sino una suerte de mosaico, donde cada parte se encuentre en vibración con otra. Muchas veces he desechado cosas muy interesantes (en verdad las termino guardando, ya servirán en otra ocasión) porque no resuenan con la totalidad que intento construir. La meticulosidad y el rigor con que intento generar constelaciones de sentido no necesariamente va de la mano con el resultado final, claro.
¿Cómo trabajas el montaje de las distintas piezas de ese mosaico? ¿Se trata de un criterio que impone el propio material o algo más ligado a un concepto?
Creo que se trata más bien de un criterio que, con mucho pudor, me atrevería a definir como poético. Intento crear una suerte de constelación de sentidos a partir de microhistorias o de datos puros y duros. Lo más importante es precisamente la relación no causal que los vincula. Siempre se ha dicho que lo que hace al collar no son las perlas sino el hilo que las une. Si bien no son perlas lo que suelo presentar, sí me interesa el campo gravitatorio que ellas conforman y que permite convocar ideas o vivencias. Por otra parte también encuentro que el mosaico o lo disruptivo es una forma de concatenar hechos mucho más ágil y dinámica que lo que podríamos denominar narración clásica o al menos con un sentido lineal muy claro. Hoy no vivenciamos así las cosas ni nadie cree que la Historia tenga el menor sentido. Por qué deberíamos contar las cosas como si aun creyéramos en la teleología de la Historia, en la resolución definitiva de los conflictos.
Teniendo en cuenta que el final no está en el horizonte de sucesos, ¿cómo surge el corte?
¿Cuándo sentís que se termina una pareja, una relación? Yo creo que la progresión de situaciones o de ideas que puede llegar a existir en mis libros no es casi nunca de carácter lineal sino antes bien radial. Llega un momento en que la onda expansiva de la piedra que arrojaste a la laguna ha llegado a la orilla. Uno no lo ve sino que lo siente. Quiero decir, llega un momento en que sabés que si agregás algo más el guiso comienza a perder sabor o, mejor, los ingredientes terminan neutralizándose unos a otros. A veces me ocurre de querer agregar una historia más, un detalle o una relación nueva y siento que ya se está forzando el asunto. Llegado a ese punto siento que el asunto ya está concluido (lo que no quiere decir que de veras lo esté, claro).
Siguiendo con esto último que decís sobre los finales... Tengo acá una cita de Una ofrenda musical: “¿Dónde poner el punto final a una historia? Siendo clásicos: ¿una vez que el nudo ha sido desatado? Si se lo piensa bien, cuando un nudo se desata es porque hay otro que se arma”. La fatalidad (o gracia) del escritor, entonces, consistiría en estar abocado a una tarea sin fin. ¿Existe para vos algo así como el reposo que no sea el que trae consigo la muerte?
No. El reposo, así lo siento, solo es la pausa que hacés para tomar un poco de aire, nada más y continuar casi inmediatamente en lo que estabas. ¿En qué estaba? Pues creo que hay una manera de aprehender el mundo, de construir la realidad o darle sentido y, en mi caso, expresarlo, que es continua. Y esto no significa que la vía literaria sea la única en mi caso, aunque otras formas de expresión sean personales, casi secretas, fallidas. Todo esto no significa que uno siempre se encuentre escribiendo el mismo libro, no, pero sí hay una manera de vincular hechos, historias, tonos, que se va desplegando entre las páginas de distintos volúmenes. Creo que sí, que uno trata de expresar precisamente esa respiración, ese ritmo interno que a veces conjuga con ritmos mayores que nos sobrepasan. De modo que, sí, con la muerte, el reposo es definitivo. Entonces, ¿cuándo termina un libro? ¿Cómo saber cuándo hay que poner el punto final? Bueno, ¿cuándo se termina una pareja? Eso se siente en los brazos.
Luis Sagasti por Juan Carlos Comperatore
Por lo general, en cada uno de tus libros hay una imagen que sirve de apoyatura formal: el ovillo de lana de Bellas artes, la espiral en Maelstrom, las variaciones en torno a un bajo continuo en Una ofrenda musical. Como si en tu obra la literatura saliera de paseo y buscara airearse en el diálogo con otras artes...
Coincido. Siempre he vinculado mis textos con la música o la plástica cuando los estoy componiendo. A veces me veo como si pintara un cuadro, acaso porque mis libros suelen acomodarse en modo mosaico, sin un principio o final claro. Y de una historia pasas a otra y volvés. Entonces a veces siento como si estuviera ante un cuadro acaso abstracto o de pinceladas apresuradas como en el impresionismo. Y con la música, más allá de mi preocupación por los ritmos internos, la cadencia y la musicalidad en sí de las palabras, cuando acomodo los capítulos por así llamarlos, los veo como si acomodara temas musicales en un disco casi conceptuales. Siempre tengo muy en claro cuál es el primer tema y el último. Después ensayo como si fuera un productor musical, porque, precisamente, la sonoridad es uno de los principios ordenadores, probablemente el principal. Y me dejás pensando sobre cuál sería la imagen de Lenguas vivas. Acaso un cristal de nieve, ¿no?
El cristal de nieve es un hexágono, tu libro tiene doce capítulos... Y cerca del comienzo escribís lo siguiente: “Cuando la naturaleza quiere ahorrar energía y ocupar todos los lugares posibles en un espacio limitado recurre al hexágono”. ¿La literatura, entonces, qué buscaría en esa forma?
Creo que cuando uno dice que una novela, una historia o acaso cualquier creación artística salió redondita, en verdad debería convocar la figura del hexágono, ¿no? Pero no sólo por eso de utilizar la menor cantidad de energía para ocupar todos los huecos que nuestras ideas dejan a su paso sino también porque esa geometría no es perfecta como la del círculo, donde todos los puntos equidistan del centro. Y esa imperfección es lo que precisamente hace a una obra de arte. Tiene que haber siempre (y eso ocurre de manera involuntaria) una zona de niebla, de incertidumbre, casi de incomprensión, para que la obra alcance su propio peso específico.
En el libro casi al pasar mencionás dos maneras de tratar con la totalidad, el hexágono, precisamente, y el segmento de recta. ¿Qué podés decir al respecto?
El segmento de recta es esa totalidad que abarca un principio y un final. Esa es la única que podemos contemplar. Se vuelve intolerable si se trata de nuestro hijo, claro. Bueno, el final de Lenguas vivas trata de eso. Ahora, visto desde afuera, sin estar involucrado emocionalmente, la figura es la del hexágono. Tiendo a creer que todo obedece a un orden casi perfecto que acaso lo expliquen Darwin, Newton, Marx, el I Ching, Max Planck o cualquier otro que ha intentado modelos explicativos universales. Desde fuera solo deberían verse hexágonos, ¿no? Pero de esos panales mejor disfrutar de su miel.
Ya que lo traes a colación... Hacia el final del libro hablás sobre la muerte de tu hermano. Ya no se trata de un dato frío o distante. ¿Implica eso un tratamiento diferente? ¿Opone mayor obstáculo para hacer vínculo con otro elemento?
En verdad había comenzado a escribir sobre mi hermano unos 37 años después de su muerte. No es que antes no quisiera o necesitaba. Sencillamente no había encontrado el espesor literario, una literatura de cierta metafísica acaso, para dar cuenta de un hecho extraordinariamente doloroso y, claro, conmocionante. No quiero decir con esto que pasado tanto tiempo uno encuentra la distancia necesaria y prudente para no rebajarse a cierta sensiblería. No pasa por ahí. Sino que uno puede detenerse en ciertos pliegues, ciertos detalles absolutamente objetivos y darse cuenta que en la relación que labra entre ellos se puede conformar una suerte de discurso que llegue a donde no alcanzan las palabras. La idea es, claro, conformar un hexágono. Entonces el dolor es un buen dolor y en los recuerdos hay piedad y hay ternura.
¿Considerás que hay un estilo Sagasti?
No podría decir eso, me daría muchísimo pudor. Aunque sí, puedo reconocer cierta particularidad en mi forma de escribir. Creo que comparto, y esto lo digo con mucha humildad, por supuesto, cierta tendencia a la deriva con los Viernes de Juan Forn, la concatenación de pequeñas historias con María Gainza, la convivencia de géneros (y de temas) con Benjamín Labatut. Algunos han visto que mi literatura se emparenta con la de Markson. Puede ser, acaso por lo fragmentario pero cuesta en Markson hacerse de una historia. A veces los curiosísimos datos que consigna son una delicada colección que a mí, no en todos sus libros, me cuesta encontrarle hondura.
En Cybertlön, escribiste que “La relación entre datos, información seca sin ningún artificio, puede abrir un campo que el lenguaje no”. ¿Podés ahondar?
La idea es que la información pura y dura puede formar campos de sentido cuando se la coloca una junta a otra o, de acuerdo haga a la inteligencia del texto, a cierta distancia providencial. Por ejemplo, que las dos caminatas más emblemáticas del siglo XX hayan sucedido con pocos días de diferencia –me refiero a la del hombre en la luna, el famoso pie de Armstrong y al cruce de calle beatle por Abbey Road– tiene para mí un espesor poético muy claro. Ese cruce de información junto a otros o a una microhistoria pueden generar un sentido que llegue a donde la simple prosa no. No es sencillo dar con esa información y mucho menos ubicarla en un texto. Con suerte dispar es lo que intenté hacer en mi novela Leyden Ltd.
¿Qué te atrae de la figura del último hablante de una lengua, tan importante en Lenguas vivas?
Lo que me atrae sea acaso la certeza de un final. Quiero decir que nunca estamos seguros de cuándo terminan las cosas (y a veces cuándo comienzan). En algún momento los días revelarán la cena del último cristiano sobre la tierra como sucedió con el último que hizo una ceremonia dedicada a Zeus. Nadie estuvo y estará allí para constatarlo y lo que es más inquietante: ni siquiera ellos supieron y sabrán que son los últimos. Con el último hablante no sucede. Entonces todos asistimos a la muerte de un mundo, de una manera de vincular de forma más o menos estable lo que por naturaleza es transmigración pura. Muere el último hablante y esa estrategia de solidificación mediante el lenguaje se pierde para siempre. Todos perdemos algo cuando ocurre eso aunque jamás supiéramos de su existencia. Nos quedamos con nuestros propios cristales de nieve. A los cristales formados por idiomas de pocos hablantes, el calentamiento global, impulsado por el inglés, los derrite con indolencia pragmática.
25 de octubre, 2023
Lenguas vivas
Luis Sagasti
Eterna Cadencia, 2023
160 págs.