Publicado por primera vez hace poco más de diez años, La pequeña voz del mundo, el libro de ensayos de Diana Bellessi, una de las voces poéticas vivas más importantes del país, reaparece de la mano de la editorial Caballo Negro. Un volumen exquisito en el que la autora reflexiona y elabora preguntas, capaz de articular en él las facetas de la obra poética: su juventud indómita de viajera latinoamericana con la celebración de lo pequeño, propio de su madurez. Así, La pequeña voz del mundo indaga en la frase –en el verso– capaz de iluminar una apertura que no es caos ni abismo, sino la inconmensurable posibilidad de un universo por descubrir. .
Pasaron varios años desde la primera edición, casi trece. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
Este libro, escrito en diferentes momentos, se fue armando por partes. Fue un placer escribirlo. Fue el mismo placer que escribir un poema. Quizás no el mismo, pero muy parecido. Cuando se escribe un poema se está tanteando en el misterio y en este libro sucede lo mismo.
Hablás de la tensión en el poema, de cierto ordenamiento de la frase, de romper la cristalización del lenguaje.
Me llama la atención que no me haya perdido, que me haya mantenido atada al ensayo del pensamiento, aunque este ensayo sea profundamente emocional, claro está. Siempre es algo del vivir y del poema en este caso. Eso sentí al releerlo, pero la sintaxis es la sintaxis del poema más que del ensayo, está escrito en ese filo. Lo más interesante es que siga encontrando sus lectores. Me asombra que no pierda actualidad. Muchos siguen viendo como novedad lo que escribí hace veinte años. Me parece que esa fue la época más importante de mi escritura.
Cuando hablás de la escritura y la lectura, hablás de un gesto preciso.
La escritura y la lectura van siempre unidas. Por eso cuando uno deja de leer, deja de escribir. Encontrarse con una escritura atractiva es fundamental. Te tiene que entusiasmar la lectura para poder pasar a la escritura. Por lo menos en mi caso.
También hablás de la escritura y la lectura como un acto de fe. Un yo emotivo.
Sí, lo es. Es la afirmación de un yo.
Diana Bellessi por Juan Carlos Comperatore
Cuando hablás de la ruptura del ordenamiento de la frase pienso en esta idea de religar.
Es eso, volver a tejer. Es eso religare. Es lo que los humanos tenemos que hacer con la naturaleza y con el mundo.
Y dentro del mundo incluís lo social que siempre está presente en tu obra.
Siempre está presente en mi obra porque está presente en mí.
Como el lirismo.
El lirismo como lo más antiguo y lo más contemporáneo de cada escritor. Es la voz impúdica, la voz que dice sin vergüenza. No sé qué enuncia, pero lo hace sin vergüenza. Como por ejemplo “la escritura es un acto de fe”. Es en ese sentido que uso lírico. Que la debilidad se haga presente en la poesía, que el miedo o la dicha estén presentes.
Pienso en ese pasaje en el que hacés referencia a la diferencia de actitud entre la mirada filosófica y la de la poesía. Frente a un ciruelo, la poesía dice: “¡Ah! Las hojas del ciruelo”, mientras que la filosofía se detiene y pregunta: “¿Qué hay detrás?”. ¿Lo entendés como dos maneras de leer el mundo?
Sí, la voz impúdica dice: “¡Ah!, las hojas del ciruelo!”. En la poesía aparece una voz afectiva que no refiere a una “verdad” como en la filosofía, sino que abre un lugar de vacilación, de ruptura y de reunión incesante.
También citas a Mistral, “dejar al verso bárbaro”.
Eso he intentado, porque de eso estoy hecha. De la chacrita en la que trabajaban mis padres y de los libros que me compraban. De eso está hecha mi persona. Cabalgo siempre entre la letrada y la hablada, una mezcla de caballo árabe y caballo criollo, para que el lenguaje que se cierra se abra y vuelva a decir algo. ¿Cuándo el lenguaje se ha cerrado qué se hace? Buscar un ordenamiento diferente.
Y en ese nuevo ordenamiento, ¿qué sucede?
Aparece otra cosa. Es la historia que se imanta de emoción. La poesía siempre es eso, para que viva en el corazón, para que funcione. Nunca sabés por dónde viene. Viene por ríos misteriosos, muy por debajo y de pronto se recorta el poema y en ese recorte está el otro y el yo. Se hablan. Como el chelo y la voz humana nacidas de la tierra y lanzadas al infinito. Pero nunca sabés de dónde viene... no sé... primero está el otro y después está el yo. Probablemente sea por eso que el libro siga hablando. Porque está el otro.
A propósito de eso, contás una anécdota en la que la artista plástica María Juana Heras Velasco lleva una obra a su casa y un albañil le pregunta: “¿qué significa?” y ella, en lugar de responder, le pregunta: “¿qué significa para usted?”, y el hombre dice: “Un silbo en el aire”.
Y eso, ¿no es precioso?
Sí, y en ese sentido me parece que hablás del otro como aquel que puede aportar belleza. En este libro encuentro una profunda atención hacia el otro. Más adelante ese otro aparece en algunas citas que en principio pueden pensarse como autores relacionados con la teoría: Agamben, Zambrano, Kristeva...
Pero lo que me interesa ahí no es la teoría, sino la frase iluminada. Es eso lo que me interesa. Que me arranca un “¡Ah!”, como las hojas del ciruelo. La teoría nunca arranca nada.
Yo siempre las pensé como refugios. Frases como refugios.
Esos instantes dicen algo que no sé si te dan refugio, pero que te iluminan sin la menor duda. Porque no siempre lo que te ilumina te da refugio. A veces te deja en la intemperie absoluta, en la intemperie sin fin de Juan L.
Es cierto. Es una idea más compleja. En ocasiones te enfrenta al abismo.
Yo recuerdo lo que sentí cuando leí a Eckhart, cuando habla de Dios, del alma y del ser humano. Son esas pocas palabras o frases que abren no un abismo, sino un universo dentro de uno. Es como si lo miraras desde ahí, como si lo vieras a ese universo abrirse; y no importa cuando ha sido escrito. Es como el nacimiento del lenguaje. ¿Cómo debe haber sido el nacimiento del lenguaje? “¡Ah!”, debe haber sido. “¡Ah!”, viendo a los guanaquitos. “¡Ah! las hojitas”, mirando algo del maravilloso universo. Que si lo desligas se vuelve la terrible cultura de Occidente y si lo religás, porque occidente ha religado una y otra vez, ha hecho sus esfuerzos; si lo religás vuelve a aparecer la maravilla. La destrucción de la naturaleza es el desligamiento de lo viviente. Es lo mismo que con el lenguaje, no se abre más nada. Todo se cierra. Lo primero que se desliga es lo viviente y es lo que más tarda en volver a religarse. Tenés ganas de llorar ante la emoción que sentís ante esas frases iluminadas. Cuando el pensamiento se religa con la emoción.
Son recortes de sentido pleno.
Sí. Eso es lo misterioso de la escritura del poema. No sabés en qué momento; no tenés ni un por qué ni un para qué, pero lo hacés. Es cuando esa chispa se abre y aparece el poema.
Es como cuando hablás del accidente en el programa de escritura.
Claro, ni siquiera se tiene un programa de escritura, pero algo se empieza a idear y luego algo te cuestionás a vos misma mientras lo escribís. Ahora, en qué momento se hace, no se sabe. Uno vuelve a hacer esa tarea que ya hizo en la reescritura con cambios mínimos. Y cuando uno lo lee en público es la sola presencia de los otros la que genera ese cambio final. Puede ser una coma, una preposición o un espacio, cambios mínimos. El poema lo escribe un yo pero con el asalto de los otros.
Pero se lo puede pensar.
Claro, lo tocás con el pensamiento. A todo lo viviente lo tocás con el pensamiento. ¿Quién lo hace primero, la escritura o la lectura? ¿Quién avanza primero, quién retrocede primero? El poema siempre hace cosas misteriosas.
A ese misterio se dirige el libro.
Sí, pero al misterio del mundo. El poema es una de las múltiples facetas del misterio de la vida. Hacer que el pensamiento toque o, mejor, roce ese misterio.
¿Y te parece que en la lectura se da la convivencia del lector apasionado y el lector devocional?
La palabra devocional me molesta un poquito. La uso, pero me molesta un poco. Devoción es la desaparición de lo propio, es sólo lo ajeno que es tan terrible como sólo lo propio. Porque es en el diálogo donde se produce la magia.
Sí, de hecho, en el libro señalás que en la discusión “Naturaleza versus cultura”, por ejemplo, lo que se ve modificado por el arte es el “versus”, que se vuelve “con”, “conectado con otros”.
Porque si hay entrega total no se arma ningún poema. Dios es lo otro, pero el gran Dios monoteísta no ayuda a generar poesía. En cambio los numerosos dioses amerindios, sí. Porque no son el gran otro. Lo que le pasa al poeta con el público es lo que le pasa a los chamanes con los dioses de la naturaleza. El público mudo, como mudo están los dioses, es el que completa el poema.
Esas divinidades están amenazadas.
Porque están al borde de exterminar esas experiencias humanas.
Hablar de lo viviente es algo que vive en tu escritura. Como el animismo.
Sí, porque de ahí vengo, de haberme criado en el campo y de ese cruce de culturas. No importa cómo nombres esas experiencias, lo importante es que está esa miríada inconmensurable de ser, de ser en distintas instancias. Y en eso el budismo es muy sabio también. En realidad, la luz y lo oscuro son parte de lo viviente. La mano izquierda de la oscuridad es la luz. Como decía Eckhart, desde su punta más minúscula el alma comulga con el océano mayor y Dios que es uno y múltiple. El dios del fuego, la diosa del agua, las piedras, la tierra y sus múltiples criaturas, entre ellas nosotros, llegamos al poema.
13 de septiembre, 2023
La pequeña voz del mundo
Diana Bellessi
Caballo negro, 2023
150 págs.
Crédito de fotografía: Alejandra López.