Es difícil salir de las frases de Laddaga. Las frases de Laddaga son como túneles de una madriguera. Siempre son más largas de lo que uno espera, de lo que va previendo, porque siempre tienen una articulación más, llevando la frase a donde uno no esperaba.
Por ese ir siempre un poco más allá de lo previsto, casi de lo controlable, las frases de Laddaga funcionan también como sondas. Sondas lanzadas a la oscuridad, a las que irán adhiriéndoseles cosas. Las frases de Laddaga están magnetizadas. Son frases tecnológicas, pero también son frases del romanticismo más viejo, de significado opaco, oscuro. Atlas del eclipse es un poema romántico, como si el romanticismo no hubiese perdido su capacidad de observación crítica, su decisión de contar su tiempo.
Frases como versos, versos de un largo poema de imágenes, donde las imágenes se suceden pero también se yuxtaponen, son simultáneas. La escritura está sucediendo ahora. Prevemos determinadas intervenciones, retomar algunas cuestiones, lo decimos. Lo decimos como si fuese un trabajo académico que va adelantando lo que va a decir, que ya sabe lo que pensó y está exponiéndolo. Porque también parece haber un desarrollo exposicional en Laddaga, o el fantasma de un desarrollo exposicional, su marca textual, casi como una reliquia. Es el impulso, siempre renovado.
¿Qué pasa con el instante en que la escritura está produciéndose? Tal vez sirva leer el índice, otro poema en sí mismo, lleno de nombres, nombres propios y nombres de espacios recién definidos, de nombres que definen espacios recién observados, nombres compuestos de varias palabras, de varios sustantivos, para sospechar que Laddaga está proponiendo una morfología del instante. ¿Cuál? A Laddaga no le gusta responder, sus frases parecen ir siempre preguntándose. Mutan para no quedar detenidas en una respuesta, en un estilo. Vacilan delante de cada palabra, como si se estuviesen pensando todo el tiempo, como si en las palabras que usara, en la manera en que ordena las partes de una oración estuviésemos leyendo no otra cosa que una lengua mal traducida (como si la buena traducción fuese una superstición.)
¿Quién es ese extraño que habla? Laddaga va mirando y va contando, todo el tiempo al mismo tiempo. Estamos en la conciencia del topo, estamos en el momento en que la conciencia del topo va ligándose, expandiendo su red neuronal, vinculando nuevos elementos.
¿Qué son estos elementos? Alguien que vive en el mismo lote de la ciudad en que vivió Edgar Allan Poe con su mujer moribunda acaba de contagiarse un coronavirus fulminante y, todavía no recuperado, sale a caminar por una Nueva york arrasada por el virus, porque le pidieron una nota para un diario. Se detiene a observar hospitales, depósitos de cadáveres, camiones donde se acumulan los cuerpos a la espera de algún destino, fosas comunes, cementerios. Pululan depósitos de cadáveres donde antes había un hospital psiquiátrico o un parque de diversiones para inquilinos pobres o un basural o un pantano, o un inversionista inmobiliario decidido a hacer dinero con ese pantano. Es la historia de Nueva York. Es Robert Moses, son los Trump, es Hércules, el macho blanco y loco.
Es una ciudad de visiones, más que de miradas. De proyectos, de fantasías. De proyectos de fantasías. La ciudad como superposición de proyectos de fantasías, algunos erigidos, otros no, pero todos habiendo dejado algún rastro. Atlas del eclipse es también un libro sobre el tiempo, sobre las ciudades y el tiempo, sobre la geología temporal de las ciudades.
En Laddaga tenemos la impresión, quizás demasiado personal, de que todo tiende a convertirse en narración. De que Laddaga convierte todo lo que utiliza en narración, y de que esa narración es simultáneamente, y en la misma medida, ensayo. Ninguno termina de explicar al otro, la explicación es algo que se encuentra siempre diferido (la descripción también es una forma de narración).
¿Qué clase de ensayo sería uno que estuviese siendo borroneado siempre por la narración que al mismo tiempo va proponiendo? “Ya volveremos, ya veremos”, dice continuamente, más como un motor que como una promesa efectiva, más como un abandonar que como un continuar.
La descripción como narración.
Y cuánto tienen para decir las fotos que va sacando Laddaga mientras camina, solo porque tiene un teléfono nuevo, con una cámara mejor que la que tenía, tomadas como a través de la bruma del tiempo. El texto las cuenta, pero son siempre un poco más monstruosas de lo que uno se imagina, en su opacidad son más que visibles, no menos. Todas están habitadas por un fantasma. Aunque tal vez el fantasma es el que mira.
El que escribe (¿cronista?, ¿ensayista?, ¿narrador?) es una figura inquietante. Es un personaje. No es la desaparición del autor, sino todo lo contrario: es la construcción del autor, la recuperación de la figura del autor. Es una figura construida en su desconstrucción.
El texto (¿crónica?, ¿ensayo?, ¿narración?) es resultado de la construcción de ese personaje. ¿Quién es ese yo que Laddaga por momentos nos muestra en un instante de escritura en un punto de la ciudad? ¿De qué tipo es esa pasión por Poe que lo lleva a glosar largos párrafos de sus relatos, más como dejándose poseer por el texto que utilizándolo para ejemplificar? Hay algo de médium en el narrador de Atlas del eclipse: trae a nosotros la Nueva York de Poe, de Fitzgerald, de Debbi Harry, pero también de innumerable cantidad de artículos que el personaje busca en el momento y cita largamente, casi transcribiéndolos, de páginas web de diarios, de wikipedia. Desde lejos, Atlas del eclipse puede verse como un gran collage hipertextual. La voz es siempre una voz textual, que narra, y a la que Laddaga busca en base más material. Y la materia de la narración parece ese ir desplazándose, ese ir desplazando el lugar del narrador (en la narración lo que se mueve es el narrador, no los personajes.)
Decíamos: camina leyendo a Poe, pero también transcribe largamente artículos que encuentra en la web utilizando su teléfono celular. ¡Qué figura! El narrador como buscador y transcriptor de artículos que encuentra en la web a través de su teléfono mientras camina por una ciudad arrasada por la muerte, leyendo a Poe. Ahí comienza la literatura que hace Laddaga.
12 de octubre, 2022
Atlas del eclipse
Reinaldo Laddaga
Galaxia Gutemberg, 2022
272 págs.