La escritura de la irlandesa Claire Keegan (County Wicklow, Irlanda, 1968), afecta al poder de las imágenes, a la demora descriptiva, a una sintaxis más o menos pulida, produce –con singular talento– el particular efecto de la transparencia. La claridad de su prosa no deja de ser, en algún sentido, engañosa. Bien lo sabía, entre tantos otros, la recientemente fallecida Joan Didion: la sencillez es la ilusión que se alcanza luego de un vasto y complejo proceso escritural.
En Cosas pequeñas como esas, Keegan se instala en un tiempo y espacio específicos: la víspera de Navidad de 1985, en New Ross, un pueblito católico irlandés. Y se ancla, en términos de perspectiva narrativa, en Bill Furlong, un vendedor de carbón y madera que, en una época de malaria económica generalizada, prospera. Nuestro pequeño héroe, se entiende, no acusa títulos ni linaje. Proviene de la nada, afirma el narrador. “De menos que la nada, diría alguno”. Siendo empleada doméstica en la casa de la viuda Wilson, su madre queda embarazada a los dieciséis años y el padre, en su cobardía, desaparece. Ante el escándalo, la familia materna se despega de la joven mientras que la Sra. Wilson la recibe y cría al niño Bill con responsable afecto.
La vida rutinaria de nuestro protagonista se sacude cuando entrega un pedido en una de las “Lavanderías de la Magdalena” ─un asilo católico destinado a mujeres “caídas en desgracia”, regentado por monjas y financiado por la Iglesia y el estado irlandés─ y es testigo de una escena que lo colocará en una disyuntiva ética. Intervenir o no. Seguir su camino o involucrarse en la defensa de los más (de las más) débiles. En uno de estos asilos, claro está, pudo haber terminado su madre de no ser por la generosidad (protestante, no católica, dicho sea de paso) de la viuda Wilson.
Bill, ser de alma bonachona, comienza a replantearse aspectos de su vida, de su pasado, de su identidad. Se enfrenta a sí mismo y, al mismo tiempo, recorre con mayor inquietud las calles y los comercios de un pueblo cuya atmósfera ─magistralmente lograda─ se ciñe al frío rajante, y a las nevadas, a la resignación causada por el desempleo y a los ritos repetidos del catolicismo que anudan, con auténtica fe y, simultáneamente, con hipocresía, los lazos comunitarios.
Jorge Fondebrider vuelve a traducir un texto de Keegan, luego de los libros de relatos Antártida (1999), Recorre los campos azules (2008), y la nouvelle Tres luces (2010). A diferencia de la enunciación “transparente” que concibe la autora, con sus pertinentes notas al pie, sus elecciones lexicales y su negativa al voseo (tan recurrente en estos últimos tiempos), Fondebrider nos hace ver que su armonioso pulso está allí, a cargo de la traducción.
A pesar de que en una nota final Keegan se expide sobre las lavanderías de la Magdalena, instituciones que durante parte del siglo XX explotaron y abusaron de niñas y mujeres, no tiene necesidad de imponer en la nouvelle denuncias de ningún tipo, ni religiosas, ni políticas ni socioeconómicas. Entiende que la vida íntima de todo hombre y de toda mujer se articula con el tenso y conflictivo entramado de la comunidad. Entiende que lo personal es político, que las decisiones de uno afectan, para bien, para mal, a los otros. Y que la humanidad brota allí, en la pérdida y en lo soez, como en el amor que anida en el centro de toda persona. Por sencilla ─o pequeña─ que pueda parecer.
16 de marzo, 2022
Cosas pequeñas como esas
Claire Keegan
Traducción de Jorge Fondebrider
Eterna cadencia, 2021
96 págs.