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Diez papeles

Fabi Al Mundi


Facundo Gerez


“Era la época de la hiperinflación, y los australes, si uno no los gastaba, se fagocitaban en el bolsillo”, apunta Gus, el narrador ─protagonista y héroe─ de Diez papeles, la primera novela de Fabi Al Mundi (Buenos Aires, 1965). Ese es el contexto: estamos en 1987, en Argentina, en la recta final del gobierno de Alfonsín; no hay DVD ni mucho menos streaming (hay VHS), no hay GPS (hay guía Filcar) y la Ruta 2 es, efectivamente, una ruta doble mano en la cual pasar un camión a bordo de un auto viejo entraña un riesgo concreto.

Después de veinte años de matrimonio, los padres de Gus organizan una segunda luna de miel. Gus, que se queda solo en la casa, no hace mucho más que tomar clases de judo, nadar y mirar películas condicionadas en la habitación de los padres “con el aire a full”, hasta que recibe el llamado de Paula, una compañera de la facultad, que lo invita a una fiesta y le pregunta si puede “conseguirles algo” (“algo” que enseguida se convierte en los “diez papeles” que dan título a la novela y pie a un viaje intenso y delirante, lleno de peripecias).

RayBan, Gillette, Pumper, Absolut, Perrier, Valium, Baron B, Zippo, Chivas: las marcas son claves en esta novela. Las marcas fechan, nos transportan a cierta época, y también segmentan, definen clases sociales, modos de consumo y estilos de vida. Hay algo fogwilliano en todo esto. Y en la novela, en general. No solo en las marcas, sino también en los autos (en el fetiche: “me moría de ganas de apretar el acelerador en ese auto, que según Chantal, había sido fabricado en Alemania en el año cincuenta y ocho”), en el rol central de la cocaína en la trama, en la música (que va desde The Clash hasta New Order, pasando por Gene Loves Jezebel y Barry White, que le da a la novela otra dimensión: una dimensión sonora) y hasta en las observaciones sociológicas con relación a los usos, costumbres y códigos de las tribus urbanas del momento (punkies, rugbiers, rockeros y más).

Gus es un universitario de clase media, media-media, algo tímido, algo apático ─un personaje narrativamente muy interesante: casi neutro, que no opone mayor resistencia a lo que le toca en suerte─, que se ve, de pronto, envuelto en una serie de malos (o buenos) entendidos, en una serie de aventuras que por momentos disfruta y por momentos padece, y que parece no tener fin. Durante tres días, se duerme y se despierta a deshoras, en diferentes lugares. Así pasa el tiempo. Sueño, vigilia, hambre, frío, sed, ganas de fumar, ganas de mear, una erección al despertar. Lo fisiológico y los ciclos del cuerpo del héroe ─que además de la juventud parece estar potenciado por cierto brío y ansias de libertad posdictadura─, el cuerpo, casi siempre al límite, en contraste con los ciclos del día ─un párrafo aparte para las salidas y las puestas del sol─ marcan, de un modo vívido, el ritmo en esta novela.

Son tres días en los cuales Gus se vincula con tres mujeres, que, si bien tienen sus singularidades, sus brillos, responden a tres clases sociales claramente identificables. Son ellas las que conducen a Gus por tres mundos que se construyen, sobre todo, a partir de referencias culturales. Las marcas ─volviendo a las marcas─ son decisivas en la construcción de estos mundos y funcionan en dos sentidos: se sienten cuando están, pero también (y quizá todavía más) cuando no están. Si en cierto contexto, en cierta clase social, las marcas son todo (cuando un vodka no es un vodka, sino un Absolut; un agua, una Perrier; un encendedor, un Zippo), en otra, las marcas brillan por su ausencia (un mate es un mate; una banana, una banana; y una noche de frío y hambre en el medio de la nada puede hacer que, imaginación y deseo mediante, un pedazo de pan con salsa de tomate sea considerado una pizza). Es ese contraste entre lo exclusivo y lo genérico lo que da relieve y aporta una fuerte dimensión social a estos mundos.

En los tres días (y tres noches) que se narran en esta novela el riesgo es permanente. Son, tal como apunta Gus, “tres noches seguidas casi al borde de la muerte” en las que se atraviesan tres mundos que parecen ser tres vidas posibles. Tres estratos. Tres realidades. Tres argentinas. Si la novela, además de ser entretenida y atrapante, funciona y provoca una identificación en la lectura, una conexión con el héroe y su viaje, con el pasaje del héroe de un mundo a otro, es porque además de plantear un desplazamiento concreto (el de Gus, al que seguimos desde la primera hasta la última página), también plantea otro, más sutil, que puede ser leído como un descenso a la base (al averno) de la pirámide social; un descenso que si nos convoca tal vez sea porque es el descenso al que, de modo más o menos consciente y sentido (lenta y silenciosamente, en algunos casos; abrupta y dolorosamente, en otros), fuimos sometidos todos como ciudadanos en nuestro país en, al menos, los últimos cuarenta años.

24 de noviembre, 2021

Diez papeles. Palabras amarillas.jpg Diez papeles
Fabi Al Mundi
Palabras amarillas, 2021
76 págs.


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