Una mujer joven se traslada junto a su pareja y su hijo a un lejano rincón del oeste de Jutlandia, en Dinamarca. Él consigue trabajo como profesor de Literatura en una hojskole y ella, junto a su hijo, debe adaptarse a una comunidad con códigos de comunicación tan particulares como enigmáticos. Así arranca Metros por segundo, la segunda novela de Stine Pilgaard (Aarhus, 1984).
Creadas en el siglo XIX por el filósofo y pastor danés Nikolai Frederik Severin Grundtvig, las hojskoler son escuelas que fueron concebidas con el fin de facilitar el acceso a la educación a campesinos y mujeres en Dinamarca. Convencido de que para que la democracia funcionara era imprescindible que los ciudadanos no solo tuvieran conocimientos sobre el mundo y la sociedad en la que vivían sino que también fueran capaces de convivir y respetar otras ideas, Grundtvig crea estas “escuelas para la vida”, tal como él mismo las definió: escuelas con un trasfondo humanista, que al día de hoy siguen vigentes, donde el desarrollo personal tiene más peso que el conocimiento estrictamente académico.
En este contexto, en una hojskole del oeste danés donde profesores, alumnos y familias comparten mucho más que las horas de clase, el novio de la protagonista de la novela comienza a impartir clases de Literatura, mientras ella enfrenta el doble desafío de integrarse a la comunidad y terminar de asumir su flamante rol de madre.
Adaptarse no le resulta fácil –espontánea y locuaz, sin filtro, choca una y otra vez con la gente del lugar, que a todas luces parece ser mucho más discreta y reservada que ella– y la maternidad por momentos la desborda (“en el año que llevamos viviendo en Velling no he hecho otra cosa que vomitar, parir y amamantar y mi hijo me sonríe como si ninguna de las tres actividades tuviera que ver con él”, dice ella, en una línea memorable).
Así, entre la fascinación y el desconcierto, con una sensación de extrañeza hacia su propio cuerpo y una nostalgia punzante por su vida antes de ser madre, se reparte entre interminables clases de manejo y su trabajo como consejera en el diario local, un trabajo algo absurdo que le inventan por ser la pareja del nuevo profesor de la comunidad, en el que, sin embargo, logra destacarse.
Las consultas que llegan al diario plantean problemas menores, dudas existenciales un tanto banales que, con una mezcla de ironía y ternura, ella respeta y toma en serio. Lúcida y empática responde ofreciendo consejos que pueden tener mucho de autorreferencial pero revelan una mirada sagaz y profundamente humana.
Hay personas que son mejores dando consejos que tomando las riendas de su propia vida, ese parece ser el caso de la protagonista de esta novela. Una mujer en tensión con una comunidad en la que no termina de encajar para la cual este trabajo se convierte en algo más que una simple ocupación. Refugio y trinchera. Canal de expresión, válvula de escape. Forma de libertad y Consuelo. Sostén indispensable en medio de un viaje que, más que un simple desplazamiento geográfico a un lejano rincón del oeste de Dinamarca, parece ser interno: hacia el misterioso y desafiante territorio de la maternidad.
Ese territorio que exige una entrega absoluta, donde el tiempo se vuelve puro presente y, en cuestión de segundos, no solo se puede avanzar unos cuantos metros, sino también pasar de la risa al llanto, del orgullo al miedo, del amor al desprecio.
7 de mayo, 2025
Metros por segundo
Stine Pilgaard
Traducción de Daniel Sancosmed Masiá
Nórdica, 2024
280 págs.