¿Qué es un pasado en común? ¿Un espacio? ¿Un fantasma? ¿Un sueño? ¿Una idea? Arriesgar una respuesta sería reducir la figura que asume Postales eslovenas, no solo por limitar las posibilidades de su presencia, sino, sobre todo, por quitarle su carácter de verbo, de ejercicio, de pertetuum mobile que los versos le otorgan al cuaderno en el que han sido escritos. Recordar es acción, movimiento de la mente y el corazón, gracias al que lo vivido retoma las cuerdas para resonar en el cuerpo. Y Silvio Mattoni se entrega a ese ardor, aun cuando el precio sea el de ya no poder salir de su círculo de fuego.
Dos amigos, unos años, una ciudad, la misma búsqueda. Distintos modos (narración/poema). Un bloque vital que, por más que los límites en el tiempo de las existencias sean difusos, se desprende y cobra independencia. Golpea en el pecho de uno, encuentra una voz. Empieza a hablar. Canta. Alguien anota. Con los versos llegan los hechos, las interpretaciones, las comparaciones, los balances. Lo vivido desborda y se percibe como un mundo paralelo, algo ya remoto, del que no se posee registro cuándo se abandonó. “No elegimos/ sino que fuimos la imagen designada / por las palabras que íbamos siguiendo”, se escucha.
El pasado (lo pasado) se descubre común. El otro, en espejo, en reflejo, retroalimentando, surge, y con él, quien se anima a cantar ese tiempo comprende que la caducidad nada tiene que ver con el correr de los días. Una suerte de limbo creado a partir del cruce (cuyas ventanas han quedado cerradas tras la separación) aún cobija a aquellos dos, incluso si solo uno de ellos es capaz de mover los labios y el otro apenas deviene un fantasma silente que no sabe si puede oír. El pasado se encastra en el presente con ritmo propio, se adosa e intercambia sus pulsaciones otras, sus energías de presión continua hacia la persecución del deseo, cosa muy distinta al de un ahora en el que la escritura no consiste en un proyecto sino en un hábito que, fiel a su naturaleza, ha clausurado tantas compuertas como las que necesitó abrir oportunamente.
En tanto común, el pasado rompe la linealidad y regresa en toda su integridad al poema “como si toda moneda gastada/ representase el oro”. Lo que fue (lo que fueron) retorna al hoy y se instala con una impenetrabilidad ejemplar. Ya nadie puede alterarlo, su sola evocación somete al yo al juzgamiento, pero eso no quita que no sirva de guía, reoriente la nave hacia la tierra que mutua y secretamente se habían prometido arribar. Tal vez esa reconducción no sea más que un mirarse las palmas manchadas de tinta al cerrar un cuaderno, y de esa manera comprender que el deseo es un río subterráneo que conduce al punto anhelado, pero ciegamente.
“Dejemos hablar al viento”, escribió Onetti, el viento de la historia (con minúscula), la personal, aquella que es capaz de seccionar la experiencia y construir con ella sus cuadros, sus composiciones, sus dramas. El trayecto recorrido por dos aspirantes, luego de la bifurcación se transforma en una imago rousseliana, conformada por aquello que no pudo cargar ninguno en el morral mientras siguió su ruta. “¿Qué queremos salvar en la escritura/ si no a nosotros mismos”», se pregunta el que se ha animado a tramar esta imagen que, de ahora en más, será recurrente, indomeñable. Pero su insistencia no apuntará a sostener una mala conciencia. No. Como un diapasón alzará ante los ojos de ambos, los que fueron, los que son e irán a ser: la nota que los afina y los aúna.
9 de julio, 2025
Postales eslovenas
Silvio Mattoni
Borde perdido, 2025
78 págs.