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El barranco

Nivaria Tejera


Mirko Barreiro


A la edad de seis, y apenas cuatro años después de haberse mudado a España junto a su familia, proveniente de su Cuba natal, la Guerra Civil española encontró a Nivaria Tejera en Tenerife. Como consecuencia de ese conflicto, su padre fue hecho prisionero. Esto último constituye la problemática-núcleo a la que se ciñe el relato de El barranco, novela publicada originariamente en 1959.

Tal como sucede en algunos relatos fundados en la propia biografía, en El barranco no ocurre mucho. El padre es apresado al comienzo de la historia y luego se narran hechos cotidianos que giran alrededor de esta circunstancia: desventuras, reflexiones, visitas a la prisión, interacciones familiares, detalles de cómo la guerra modificó la estabilidad de una familia (hacia al final, la niña dirá: “Todo esto suelta un sabor a la familia que éramos antes”). No hay una o varias promesas que se planteen y que el lector se sienta “tentado” a continuar con la lectura. Quizás sí la de saber si el padre está muerto o si finalmente será liberado. Pese a ello, a la falta de una trama “atrapante”, lo valioso, lo interesante del texto –y aquí sí se notan los comienzos literarios de esta escritora– es la poesía. No se trata de una abundancia lírica inflamada que empacha, pero sí de una constante aparición bien distribuida de figuras retóricas –sobre todo metáforas, comparaciones e hipérbaton. Junto a esto, ciertas estructuras especiales en la formulación de las frases, una manera singular en el orden de las palabras, aportan valor literario al conjunto (“Ya no arrulla nuestro reposo el zumbido de insectos que levanta el sol desde los surcos, al quemarlos”). En algunos casos, las comparaciones y las metáforas se producen entre vocablos bien distantes (“Si te recuestas en mí, ¿no es igual a que saliera un barco?”; “El aire es aburrido; la arena es un misterio”); y, por momentos, algunos pasajes cuasi frenéticos hacen pensar en cierto automatismo surrealista aplicado al texto (“Cuidado con las sombras, cuidado, y cuidado también con el pedazo de pan duro. Nadie cuida tus patatas ya (...) Papá. ¿Quién es papá? ¿Es un helecho, es un alfiler?”).

Por otro lado, y en cuanto a la construcción de la voz se trata, la comparación tal vez sea válida: un cantante profesional con un ataque de pudor sobre el escenario se asimila a un escritor que es descubierto detrás de su narrador. Ambas situaciones tal vez puedan ser síntomas de un oficio imperfecto –o no completo. Y cuando un lector reflexivo se encuentra con un narrador niño, al menos dos cosas pueden obstruirle el placer del texto: o la voz está tan mal construida desde el comienzo que el artilugio resulta ficticio –y el pacto con el autor vira en decepción–, o bien lo transita a la espera de que se vea la hilacha, esto es, justamente, la aparición involuntaria, y por tanto defectuosa, del escritor detrás del narrador.

Sin embargo, en esta obra de Tejera, el salvoconducto –la coartada– es el desahogo. El barranco es una obra de tristezas; un lamento por el padre preso, por la pobreza sobreviniente, por las burlas de las compañeras de colegio. En definitiva, un trauma. Y, entonces, más que pensar en una niña inteligente, ese mismo lector, antes de decepcionarse, puede imaginar la voz de una persona adulta, y, por lo tanto, leer como si se escuchara una sesión larga de hipnosis o de diván en la que se recuerda la historia de una criatura afectada por ese conflicto bélico del siglo XX. A través de esta voz –en la que se entremezclan palabras de diferentes registros con metáforas elaboradas y observaciones naïve de la vida– encontramos las memorias de un adulto, narradas con intención de niñez. Por ello, a pesar de tener poesía, palabras de registro alto y reflexiones de una profundidad impropia de una infanta, de esta manera –imaginando el desahogo maduro, dicho o escrito–, el pacto funciona hasta al final.

Si por caso resulta que las dos primeras partes de la novela son lo suficientemente atractivas para que nuestro hipotético lector continúe adelante, la tercera y última no le será despreciable. Esta comienza con un exordio en segunda, dirigida a un gato callejero, el que, en un giro que recuerda a la crueldad de los Cantos de Maldoror, termina siendo asesinado por la niña (“La calle podría ser tu garra o mi frente, mi frente podría ser tu ronroneo, y el recuerdo de papá ser el color oscuro de tu rabo (...) Araña, fuego, fuego, polvillo (...) Por eso, para vengarme, te estrangulo”).

A lo largo de la historia, a la niña la circundan madre, abuelo, hermano, primas. Sin embargo, no es una novela que se caracterice por un desarrollo elaborado de los personajes. Se trata más bien de una lectura que encuentra su fundamento en la empatía que puede generar el relato de una niña con semejante trauma de vida, y, sobre todo, el placer de seguir el recorrido de la poeta que hay detrás. Esto nos hará avanzar hasta encontrar la frase preciosa que, con seguridad, subrayará nuestro lector reflexivo.

9 de julio, 2025

El barranco. Mar de fondo.jpg

El barranco
Nivaria Tejera
Mar de fondo, 2025
148 págs.


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