La propia portada del libro anticipa que Te amo pero elegí la oscuridad es –como si hiciera falta resaltarlo– una novela. Y es un dato no menor, el genérico. En inglés, I love you but I've chosen darkness. “He elegido”, quizás. Lejano en su variación, y quizá por eso la elección de los traductores fue “elegí”, además de darle contundencia al título, ¿se siente, se deja sentir una leve dislocación temporal entre ambas formas verbales? Esto es: cuándo se eligió la oscuridad, antes o mucho antes del amor, del decir el amor. Y a diferencia de esa gema que trae la oscuridad en el título, “I See A Darkness”, de Bonnie “Prince” Billy, cantada también por el último y gran Johnny Cash, aquí no se busca salvarse de la oscuridad, todo lo contrario, se va hacia ella. “No estoy eligiendo la oscuridad pero la oscuridad me está eligiendo a mí”, escribirá.
La novela de Claire Vaye Watkins –traducida por Esteban Prado & Sofía Bras Harriott– se abre con una cita de la madre de la autora y/o protagonista, porque las fronteras entre la ficción y la realidad son porosas y porque las escrituras del yo son una convención que es mejor leer sin inocencia. La historia empieza apenas antes del escape de la protagonista y el abandono de Theo, su esposo, y su hija de un año o menos. Pero, ¿escape? ¿De qué o qué? ¿La maternidad, la fortuna? ¿Abandono o fuga? ¿O ambas? Elegir una u otra, esta o aquella, implica posicionarse y posicionarse implica juzgar. Juzgar a esta madre que, lentamente, se va. ¡Madre abandónica! ¡Mala madre! Etc. De todos modos, siempre, resulta incómodo el camino elegido por la protagonista o, cuanto menos, inesperado o imposible de anticipar. ¿Hasta dónde llegará? Eligiendo las opciones de la Escala de Edimburgo sobre la depresión posparto, con más o menos culpa, con más o menos cinismo, se va, se comienza a ir, se va. ¿Cuántos meses se necesitan para llamar a la depresión posparto, lisa y llanamente, depresión? Más adelante esbozará un racconto de su vida reciente para una joven admiradora de su escritura: “La maternidad me había partido en dos. Mi yo madre y mi yo no-madre eran dos personas diferentes, distintas. La mujer a la que admiraban, que había escrito los libros que les gustaban o al menos habían oído hablar, aunque solo fuera hoy, estaba del otro lado del cañón. Alguien más los había escrito, como en el cuento de los duendes y el zapatero. Una cortina caía sobre mí cada noche, después de que la bebé se quedaba dormida, cuando se suponía que debía descansar y se suponía que debía ser feliz”. De allí, de esa demolición, sale una nueva persona, “hecha a nuevo”, “un misterio y una laguna”, una nueva mujer que, poco a poco, y casi sin quererlo o entenderlo, comienza a vivir la vida de la anterior. Hasta que algo se quebró o, quizás, se recompuso. Y hacia eso viaja y de eso estuvo huyendo: de la familia, de la Familia. Su padre, Paul Watkins, fue miembro de la Familia de Charles Manson y a la postre su Judas, quien entregó primero jóvenes mujeres al clan y, después, información a la justicia para el gran juicio que lo condenaría al creyente en el Helter Skelter final a perpetua. Uno de los primeros capítulos, antes del viaje de la protagonista, cuenta esa historia, la historia del padre en Death Valley, con documentos y fuentes, como si se anticipase o justificase, quizás, el derrotero inmediato de esa mujer que se va, se está yendo, se fue. El otro nudo central de la historia es la otra parte de la familia, la madre, con cuya voz se abre la novela, de quien –según sus palabras– heredó su nombre, su cerebro y sus penas, y de quien dirá: “Mi madre vivía bajo su propio código, algo así como: no vas a ver todo si no cruzás un poco los límites”. De ella, también se recupera su memoria, se intercalan una serie de cartas, seleccionadas de un periodo de años que, hacia el final del relato, sabemos parte de una correspondencia recuperada. De allí conoce el deseo antes de la vida de madre, de ella conoció el no amor constante del ser madre, de ella empieza a recordar escenas que llega a comprender y a asimilar, como siempre, tarde. Después de esas derivas o justificaciones previas, el avión que la llevaba a dar una conferencia aterrizó, cerca de sus tierras de la infancia. Y ahí, la novela empieza de nuevo o, quizás, sigue su derrotero secreto, ese camino en espiral, entre la culpa y la libertad, entre “la promiscuidad, la ambivalencia materna, la ira conyugal”, entre seguir su propia voz y verse atormentada por la voz y presencia / ausencia de los demás, los otros, desde la hija, el marido, los amantes o el ex novio punk muerto joven, eterno en su tatuaje en las clavículas: Te amo, pero elegí la oscuridad. “Con un punto, como si fuera el final de la discusión”, aclara, aunque la recuperación en el título de la novela prescinda de él, dejándola en abierto, no ya la discusión, sino su vida, su novela.
En su complejidad de registros y voces, en su viaje en el tiempo y en el espacio, la novela tiene algo de Geología: capas y capas con sus sintaxis particulares, con sus dispositivos y materiales, con sus objetos de consumo y sus drogas, con sus particulares utopías o disuasiones. Y hacia el final, como la serpiente que se muerde la cola, El Ouróboros, la escritora, ex profesora, se asienta cerca de su última casa familiar, en el desierto, y hacia allí atrae a su familia, revolviendo el tiempo y sus muertos, el amor y la soledad. Mariana Enríquez la describió como “una novela intencionalmente caótica”, “la forma dislocada y en ocasiones torrencial del texto es agobiante”, también dirá. Y destacó algo fundamental: “Con frecuencia, la novela rechaza las epifanías y pone en el mismo nivel de importancia diferentes cuestiones, como en una meseta, como en la vastedad sin tiempo del desierto”. De los trajines y peripecias de la protagonista no se deduce, como si de premisas se tratase, una moraleja; no hay epifanías en esas vidas. No se fuga uno para atrás, se fuga para adelante. Y esa fuga, esta fuga, no busca sentidos, el sentido, busca el deseo, que es la propia búsqueda, busca seguir andando por el desierto de su prehistoria. Los debates no los quiere dar, tampoco los esquiva: los pasa por arriba. Están ahí, para quien quiera armarse con ellos. Entre vidas atravesadas por la minería y las pruebas nucleares, Claire, la protagonista, deja percutir la propia y se apropia de ese lugar, el desierto, de ese tiempo, el suyo, consecuencia del otro, el de su mamá y papá, esas voces cuyos ecos el desierto guarda.
7 de mayo, 2025
Te amo pero elegí la oscuridad
Traducción de Sol Bras Harriott y Esteban Prado
Claire Vaye Watkins
El gran pez, 2024
320 págs.