Como sostenía un añoso escritor de policiales, los casos –al menos los de cierta densidad simbólica o emocional– pueden, a lo sumo, explicarse: resolverlos es un asunto muy, muy diferente. Algo semejante podría decirse de los espinosos problemas familiares, enquistados como suelen estar en la viscosidad traicionera de la culpa y el resentimiento. Bien lo sabe la norteamericana Joan Didion, que se analizó durante más de diez años para hablar, en principio, del alcoholismo de Quintana, la hija adoptiva que crio junto al –como ella– narrador y periodista John Gregory Dunn. A este último van dirigidos los Apuntes para John, el libro póstumo que acaba de publicar Random House sobre las sesiones semanales que la escritora mantuvo con su analista a finales de los noventas y comienzos del dos mil. Claro que nunca se trata, y en especial en análisis, de lo que se dice respecto de otros, sino de lo que las palabras desnudan sobre aquel que las profiere. “Lo que está en su cabeza,” –afirma el psiquiatra– “lo que usted da por hecho o anticipa sobre ella [Quintana], está completamente relacionado con cómo se tratan la una a la otra. Por eso usted y yo nos sentamos aquí cada semana. Para que pueda averiguar qué hay en su cabeza”.
Los Apuntes para John reclaman para sí un tipo peculiar de lectura; podría decirse, de cuidado de lectura: el de saber que su hechura procede de la dolorosa elaboración de un proceso psíquico y espiritual; aunque también –como no podía ser de otra manera, tratándose de Didion– de un proceso refinado, sobre todo, de escritura. Una boutade más o menos feliz declama que ésta –la escritura– contribuye al pensamiento (cuando no se da el caso de que representa su mismísima condición de posibilidad). En Didion, este aspecto cobra un valor considerable en la medida en que estos apuntes no son, sin más, una mera transcripción de los encuentros con el psiquiatra; por el contrario, implican un trabajo –de escritura– gracias al cual Didion elabora su proceso terapéutico. Y, a su vez, entrenada como está en las formas narrativas, la autora tiene algunas ideas para fomentar el apetito lector y, simultáneamente, pensarse y hablarse a sí misma. “Espero que podamos continuar con esto la semana que viene” –afirma el analista al final de una de las sesiones o, lo que sería equivalente, en el próximo capítulo–. “En cuanto comience a comprender cómo se sentían sus propios padres, cómo se sentía usted al respecto, habrá avanzado muchísimo para entender dónde está usted con su propia descendencia”.
En una considerable cantidad de encuentros, Didion cede la palabra final a este psiquiatra de escucha freudiana; así, el corte de la sesión/capítulo, que propicia un núcleo de sentido vital para la (auto)indagación, se inviste de la oralidad del médico aunque atravesado por la mediación, escrita, de la autora. En relación con el resentimiento de Didion hacia Quintana y la manipulación inconsciente de esta, el analista culmina uno de los encuentros de la siguiente manera: “No hay respuesta corta. Tenemos que hablarlo en profundidad. Pero creo que nos estamos acercando al lugar donde poder hablarlo”. Apuntes para John se configura como la escenificación de ese espacio, justamente: el lugar donde poder hablar –en consecuencia pensar y, por lo tanto, escribir– sobre aquello para lo que se creía que no existían palabras.
El estado de Didion oscila constantemente entre un extremo “eufórico” y su contrapartida. No es casual que estos altibajos obedezcan, al menos en parte, a las recaídas de Quintana y sus coqueteos con el suicidio. Queda al descubierto, de este modo, la trama –por lo general confusa, enmarañada– en la que se inscribe toda identidad. No habría que olvidar, a este respecto, ese otro fantasmal que nunca se despega de la autora, y que sobrevuela, con la omnipresencia de un dios, la totalidad del libro. Hablamos del padre de Quintana y marido de Didion, John Gregory Dunne. Como dijimos, a él –y no a sí misma, no a su hija, no al analista– van dirigidas los apuntes; Dunne asoma en la mayoría de las intervenciones de su mujer, infiltrado en el lenguaje, robusteciendo la conjugación verbal: indistintamente la autora habla en primera persona del singular como del plural. De hecho, ese frente indisoluble se erige como otro obstáculo a sortear –otro más– para la hija: ustedes conforman una familia de dos –dice, según Didion, Quintana–, a la que es imposible integrarse.
Lo que envuelve al libro en un atmósfera triste y dramática son los hechos subsiguientes a estas sesiones, que parten de noviembre de 1999 y finalizan a principios del 2002. En diciembre de 2003, Quintana es hospitalizada en un par de ocasiones para terminar con un shock séptico. Días más tarde, el 30 de diciembre, Dunne muere repentinamente a causa de un paro cardíaco. Y en agosto de 2005, producto de una peritonitis, fallece Quintana. Didion les dedicará dos libros de duelo, a esta altura, ya célebres: El año del pensamiento mágico, a su marido, y Noches azules, a Quintana. Notas a John se lee así con el pesar propio de una tragedia; una de la que nosotros ya tenemos noticia, que la protagonista desconoce y a la que quisiéramos susurrarle al oído, entre sesión y sesión: no te tortures, todo esto acabara de todas formas dentro de muy poco tiempo.
A lo largo de las sesiones, Didion consigue paulatinamente abrirse, o, para usar la expresión del médico, dar algo. En parte, darse a sí misma la oportunidad de repensar su papel en el vínculo con Quintana; de reconocer que un miedo anterior a la preocupación por el alcoholismo de la hija la ha llevado hasta el diván: ser ella, ahora, y como lo fuera su hija por la familia de sangre, abandonada. La aparición, por ese entonces, de la hermana biológica de Quintana abre las puertas de la depresión: sin su hija, la dependiente, Didion pierde la contraparte que la mantiene como la figura fuerte de la relación. Frente a la angustia de semejante pérdida, Didion ha jugado inconscientemente sus cartas. Ella también ha colaborado en la toxicidad de un vínculo que, pese a los dolores de cabeza que traía aparejado, le garantizaba un estado de cosas inalterable. Faltaría saber si, en los pocos años que a Quintana le quedaban por vivir, su madre alcanzó a dar ese paso, tan vital como doloroso: confiar en lo que uno ha hecho por y con sus hijos, soltar amarras, y, llegado el caso, permitir que cometan los errores que necesitan cometer.
22 de octubre, 2025

Apuntes para John
Joan Didion
Traducción de Gabriela Ellena Castellotti
Random House, 2025
256 págs.
Crédito de fotografía: Fred R. Conrad.