Los breves relatos que componen El árbol de botellas de whisky, el libro de la alemana Katharina Bendixen (Leipzig, 1981), parecen brotar, económicos y filosos, de aquel verso fatalista con el que Fabián Casas supo cerrar uno de sus hermosos y prosaicos poemas: "todo lo que se pudre forma una familia".
Madres, padres, hijos, hermanos, abuelas, carecen en estos cuentos de nombre propio y personal, como ramificaciones generales de una genealogía humana y universal. La de Bendixen es una humanidad austera, seca, cruel, que bordea, por momentos, el absurdo, y cuyas raíces, más o menos podridas, se enraízan en la incomunicación.
Así, la muerte que abre el conjunto en "La gramínea" ─un padre atropella con su tractor a uno de sus hijos─ se produce por una mezcla de silencios, desencuentros y, tal vez, de deseos reprimidos. La madre ¿demenciada? de "El perro come carne fría", incapaz de hablar, solo atina a gritar, al igual que el bebé de "El asunto con la alfombra". Por su parte, "Historia de ciudad, historia de pueblo", reproduce el miedo de una madre ante la desvinculación total con sus hijos, estudiantes de grado en otras ciudades. Temerosa de que por teléfono le pidan que deje de enviarles encomiendas, opta por no hablar con ellos. Mientras tanto, germina el desencuentro con su marido, a quien no consigue escuchar, ahogada como está en su propia neurosis. En "África postal", otra madre recibe de su hija postales con mensajes vacíos, superfluos; hija que aparece finalmente cuando el padre, no sin una estela de sospecha, abandona la escena.
Ilustración de Julia Inclán
Maridos que prefieren salir a pasear con su perro antes que con sus esposas; padres deseosos de que sus hijitos se desvanezcan; niños con tendencias homicidas; bebes que nacen y, multiplicados, toman su hogar como se toma un campo enemigo; mujeres estancadas, extenuadas, en los roles del hogar y la maternidad. El tronco que vertebra El árbol de botellas de whisky se apoya en vínculos humanos que priorizan la acción: todos estos personajes, de una u otra forma, actúan, llevan a cabo sus tareas de un modo que simula ser, antes que automático, llano. Como si el florecimiento de la culpa o la mirada del otro fuera en ellos imposible. En los cuentos más desconcertantes esto pude, en efecto, concebirse así; no obstante, suele haber un mínimo signo, un mínimo gesto, que desnuda un costado herido, un dolor camuflado.
Durante la escritura del libro, y debido a sus estudios de filología hispánica, Bendixen leyó clásicos argentinos: Borges, Cortázar, Sábato, Aira. De todas formas, por cierta crueldad, por ciertos recortes en la psicología, por su brevedad, en muchos de los relatos resuena la poética de Silvina Ocampo, y en alguna atmósfera onírica, brumosa (por ejemplo la de "Afuera solo jarritas") algo de los Malos pensamientos de Sonia Catela.
Los escenarios que enmarcan las tramas son, esencialmente, rurales; un correlato geográfico, podría pensarse, acorde a lo primitivo de los vínculos propuestos por Bendixen. El mundo objetivo que se representa, de todos modos, se muestra restringido o focalizado en los protagonistas, que al estar inmersos en la cotidianidad de su hogar, de su familia, de sus afectos y desafecciones, proponen, antes que un mundo exterior, un (perturbador) mundo íntimo.
Mientras que la excelente traducción al castellano rioplatense a cargo de Carolina Previderé acerca los textos al lector, la frialdad de los relatos produce, paradójicamente, un inevitable distanciamiento emocional. Un cortocircuito caro a la propia Bendixen, que logra comunicar, desde la incomunicación, la extrañeza y la podredumbre inherente a la genealogía humana y familiar.
7 de abril, 2021
El árbol de botellas de whisky
Katharina Bendixen
Traducción de Carolina Previderé
Serapis, 2021
130 págs.