Con sus más y sus menos, la prosa de Marguerite Duras siempre tendió a la entropía. Su estilo avanza por nudos, imponiéndose entuertos que no resuelve porque lo que busca es diferir, torcer, encontrar un ángulo que revele ya no una perspectiva diferente, sino todo un espacio nuevo de palabras y acontecimientos. Lo que importa es contar hasta el fondo, sin concesiones, sólo que a partir de reglas sumidas en una descomposición en cámara lenta. La forma en que Duras arquea la sintaxis tarde o temprano desordena el nivel cero de la anécdota, y entonces el libro mismo –el que sea, cualquiera de las decenas que produjo a lo largo de cincuenta años de escritura ininterrumpida, pero en especial uno como El arrebato de Lol V. Stein– acaba tematizando eso que en otro novelista olería a finta caprichosa, a maniobra de falso iconoclasta, y que de pronto sólo puede ser entendido a través del prisma esmerilado que su autora eligió para él.
Lol V. Stein es una bruma que avanza. Sus detalles biográficos son mínimos: fue joven, hubo un baile, su novio la abandonó por otra, Lol gritó y lloró, tuvo que ser ingresada en un asilo y se alejó de todas sus amistades. Diez años después, cuando vuelve a la ciudad, es una mujer cimentada, esperable en todas sus aristas, con marido, hijos y una casa para remodelar a su antojo. Aunque todavía resuenan versiones sobre el colapso de la década anterior, los únicos que de verdad desconfían de su buena salud son su otrora mejor amiga y el amante de esta última, quien narra casi por descarte o por decantación, porque lo único que hará durante la novela será suponer y fabular sin disculparse por hacerlo: “Dado que hay que inventar los eslabones que me faltan en la historia de Lol V. Stein, considero más apropiado allanar el terreno, desfondarlo, abrir las tumbas donde Lol se hace la muerta, que levantar montañas, forjar obstáculos, accidentes”.
El intento no es sostenible. El amante, Jacques Hold, fracasa en aquello que indica su nombre: persigue, pero no retiene. No se puede retener la bruma, que también tiene un plan. Al momento de iniciar el riguroso triángulo, Lol tarda apenas unos párrafos en explicarse. Dice “Quiero” y enseguida después “No quiero”, y eso basta para que los otros dos vértices se plieguen a un proyecto de reanimación que nunca será verbalizado fuera de ambos polos. Quiero. No quiero. Suficiente.
Resulta tentador alinear la crítica con las reivindicaciones del presente. Al fin y al cabo, hay una fatiga indiscutible en la protagonista respecto del lugar que ocupa y de la escenografía asignada para ello –que la acosa con las mismas armas que sufrieron Bovary y Karenina: el baile, el vestido, la asfixia de las costumbres, el rol subsidiario frente al hombre que la “enloquece”–, así como tampoco puede pasarse por alto que quien cuenta, y por lo tanto pretende recortar y ceñir, es otro hombre. Pero Duras, como Lispector, como Gallardo, en esta novela y en otras, logró mucho más que consolidar una denuncia. A ciertos artistas la defensa de buenas causas les aporta solidez. A otros jamás debería contenerlos.
Aunque profundamente femenina –que no delicada, ni bella en un sentido vaporoso o exánime–, la literatura de Duras dragó un canal aleatorio para evocar el vacío sin quitarle un gramo de vitalidad. Sofocado de incerteza, Hold dice: “Uno se ahoga porque hay demasiado aire”. El arrebato de Lol V. Stein está hecha de frases como aire, uno azaroso y omnisciente, imposible de atrapar.
13 de septiembre, 2023
El arrebato de Lol V. Stein
Marguerite Duras
Traducción de Ana María Moix
Tusquets, 2023
160 págs.