Si, como profesaba Whitman, tocar un libro es tocar al hombre que lo ha escrito (al hombre, a la mujer, en fin, al autor), ¿a cuál de sus partes se aferra el lector que observa, interpreta y se demora en la portada? Conjeturas de esta naturaleza son las que Jhumpa Lahiri (Londres, 1967), traductora, editora y escritora indobritánica-estadounidense, aborda en el breve ensayo El atuendo de los libros, publicado por Gris tormenta y prologado por la poeta Carla Faesler.
Texto sumamente personal, Lahiri no duda en exponer un malestar –identitario– que la tuvo –y la tiene– a maltraer. De origen indio, sus padres se instalaron en Inglaterra para zarpar luego hacia Rhode Island, Estados Unidos, donde cursó una infancia y una adolescencia basculando entre idiomas y culturas, ideas y expectativas que no siempre convergían de buenas maneras. “Desde niña me ha angustiado expresarme a través de la ropa” –afirma Lahiri–. “Ya me sentía distinta a causa de mi nombre, de mi familia, de mi físico, así que buscaba parecerme a los otros en todo lo demás. Soñaba con la igualdad, incluso la invisibilidad”. Con los relatos de Intérprete del dolor, que le valieron los prestigiosos Pulitzer y PEN/Hemingway, surgieron las traducciones y las ediciones variopintas. Con ellas, también, los diversos “atuendos” con los que sus libros comenzaron a vestirse.
“Cuando a los treinta dos años comencé a publicar libros” –confiesa– “descubrí que otra parte de mí debía ser vestida y presentada al mundo. Pero eso que envuelve mis palabras –las cubiertas de mis libros– no es una decisión que me corresponda”. El asunto, comprensiblemente, aviva la insatisfacción de la autora. En principio, porque su voz y voto se descartan a la hora del diseño o elección de la portada; pero, simultáneamente, porque toda portada –sostiene– no deja de ser sino una cristalización, una domesticación de lo salvaje e inclasificable que puede habitar en un texto.
Claro que la cubierta postula –a veces, muy a su manera, otras, de un modo muy pegado a la anécdota del libro– una primera interpretación del texto. Así, al enfrentarse a un volumen, protesta Lahiri, toda persona lleva a cabo una primera lectura de sus palabras pero sin haberlas leído todavía, puesto que lo primero que –inevitablemente– se interpreta, es, a su vez, la interpretación que el diseñador de la portada hizo de las palabras autorales a las que el triste lector, aún, no ha podido acceder.
Como fuere, hay que saber adaptarse. La cubierta, si bien superficial e irrelevante respecto del libro, representa también una de sus partes vitales. Una contradicción, sí, pero al fin y al cabo, verdadera, afirma la autora. Del mismo modo en que una prenda, sea de alta costura o una de las incontables mercancías del centro comercial, expresa un sentido que va más allá de su mera utilidad, para Lahiri, el atuendo de un libro debería ser capaz de formular un signo que, en su propio código, diseñe el perfil de aquel –o aquella– que peregrina en su interior.
23 de julio, 2025
El atuendo de los libros
Jhumpa Lahiri
Traducción de Jacobo Zanella
Prólogo de Carla Faesler
Gris tormenta, 2025
100 págs.