Lo sepamos o no, lo neguemos o no, escribimos, amamos, hacemos planes, proyectos en el marco de la aceleración de la crisis climática donde el futuro se torna opaco. Es nuestro paisaje de incendios, deslaves, inundaciones, pobreza, aumento de temperatura global por la insistencia del progreso que se volvió negativo en manos del poder económico. El estado del clima es el rostro de la política. Pero no tenemos solamente un problema de producción extractivista, tenemos un problema de producción de imaginarios políticos. Últimamente se escucha con más frecuencia decir que “estamos en una distopía”. Si nos referimos al prefijo 'dys': algo malo, penoso, difícil, y se trata de la perturbación del “topos”, del lugar, de nuestro lugar, podemos entonces afirmar que habitamos una distopía: la Tierra no es un mal lugar, la volvimos un mal lugar.
En esta novela, Los acontecimientos, de Ramiro Sanchiz –un eslabón más en su proyecto literario Stahl–, se habla del petróleo, de esa materia orgánica finita que estuvo atrapada en el fondo del mar durante millones de años, antes de que apareciera cualquier forma de vida humana y se volvió nuestra fantasía eléctrica. Aunque el mundo actual no parece ser ese paraíso que prometía. Posiblemente las torres enclavadas en el océano que aparecen en este libro han sido de exploración offshore: dispararon ondas sísmicas a través del agua, sonidos que perturban a las ballenas, impactando el fondo del mar para encontrar petróleo. Como sucede ahora mismo en Uruguay –el país donde Ramiro Sanchiz nació– donde avanzan proyectos de perforaciones en el mar. “La plataforma como un gran colmillo clavado en el fondo del mar, un vampiro que drena el líquido preciado y lo lleva a hacer circular por otros tantos aparatos digestivos y maquinarias que lo prenden fuego y mueven nuestros motores. Una garrapata, un parásito prendido de Panthalassa” (el primer océano del continente único Pangea). En la novela Los acontecimientos nos encontramos en “un después” de este bombardeo subacuático: “son estaciones de investigación biológica e intervención ecológica olvidadas por sus financiadores, de esas que abundaron en la primera oleada de reacción al cambio climático, allá por los 2020, cuando todavía parecía posible resistir al fenómeno y revertir la tendencia”. Estas plataformas se han transformado en unas grabadoras que registran todo: los satélites caídos (tal vez cohetitos de Musk que estallan o equivocan la órbita, generando colisiones y chatarra celeste) como también el plástico, el petróleo y la basura tóxica de tantos derrames. El protagonista va a vivir por algunos meses en una de esas torres, sin una encomienda clara. Y sólo se comunica de manera errática con Ana, quien habita otra torre gemela. De a poco la tristeza lo va tomando, más bien la solastalgia que es la angustia que sentimos cuando un lugar que habitamos y amamos se degrada.
Esta novela, en clave New Weird o, para mi acopio: ciencia ficción climática (Clifi); como toda literatura para la crisis, se vuelve verosímil como un signo de época. Si la ciencia ficción produce versiones de futuro, a veces enlazando el pasado, Los acontecimientos exhibe el loop petrolero: la insistencia en este mito ruinoso que nos encadenó a una distopía. Esta versión experimental del mundo que imagina el autor, tiene algo para decir cuando va tendiendo sus propias referencias del cambio climático: “No sé cuándo reparé en que jamás se me hubiese ocurrido que a esa latitud, Rusia, cambio climático y calentamiento global incluidos, pudiese hacer ese calor: opresivo, húmedo, rugoso”. ¿Cómo narramos este mundo trastornado, distópico? Como lo hace Sanchiz. Esta novela tiene capas ensambladas de lectura y conmueve de la manera que lo hacen esas vibraciones sonoras casi inaudibles , que el autor llama “el zumbido”. ¿Es esta una distopía sonora? En esta novela entendemos que hay un “acontecimiento” que supone un proceso de creación que se replica a sí mismo. Cito: “Todo esto estaba registrado en el zumbido, los cantos de ballenas extinguidas, de antiguos reptiles marinos, de las primeras guerras entre los trilobites, aquellos cambios en el campo magnético y la salinidad de las aguas más allá de nosotros”. Todo lo prehumano y lo posthumano se unen a través del sonido, disolviendo la expectativa de imaginar un mundo nuevo sin pasado.
El filósofo Agamben, en el artículo “Lo nuevo y lo viejo”, se pregunta: “¿Por qué somos capaces de describir y analizar lo viejo que se desvanece, pero no logramos imaginar lo nuevo? Creemos que lo nuevo llega después del fin de lo viejo, pero la incapacidad de pensar lo nuevo se revela así: en el uso imprudente del prefijo «post»: lo nuevo es lo post-moderno, lo post-humano, en todo caso, algo que viene después“. Pero el filósofo postula que la verdad es precisamente lo contrario: “la única manera que tenemos de pensar lo nuevo es descifrar sus rasgos ocultos en las formas de lo viejo que se disuelve. La percepción de lo nuevo es inseparable del recuerdo de lo viejo que se hunde y cuya figura, de hecho, debemos asumir amorosamente de algún modo”. Alrededor de “lo que se deshace” se hace espacio a la posibilidad.
En Los acontecimientos, Sanchiz expresa que “el futuro está cansado de nosotros, ha decidido evitarnos”. Sin embargo, la narración nos lleva irremediablemente a una materialidad sonora que está “abajo”, un zumbido que el protagonista trata de identificar en el fondo del mar donde ha comenzado la vida, y que lo lleva a afirmar que “el futuro es abajo”. Allí donde anida la materia prima de la posibilidad. Entonces, junto con lectura, bajamos por escaleras ancladas en la oscuridad abisal del océano.
Ballard, en su novela El mundo sumergido, también propone una experiencia inmersiva cuando su protagonista –con el agua al cuello–, comienza a ser, no ya quien se queda mientras todos migran, sino aquél que profundiza en su memoria antigua, en esa materia prima del mundo. Son “acontecimientos” porque encierran una conmoción y proponen un estado de posibilidad. Algo imprevisible, sin nombre aun, pero que puede revolucionar el destino de catástrofe. Esta narración, tan bien escrita y documentada, crea un suelo cienciaficcional marino socavado por la extracción petrolera. Y nos induce a percibir un mundo sin nosotros que se une con uno después de nosotros. “El futuro es ancestral” dijo el activista indígena Aiton Krenak, lo cual aquí se expresa en un futuro que consiste en bajar a un mundo de vibraciones pre lenguaje.
En esta distopía sonora, somos los traductores, acaso canales –porque no sabemos leer lo que anotamos– de la inteligencia de la Tierra, de Pangea, el supercontinente y su océano Panthalasa. ¿Es un murmullo de la vida frotándose con la vida? Son afectaciones reverberantes de un antes antes, en el que “el futuro es bajar”. Es aquí donde Ballard y Sanchiz crean eventos narrativos donde lo esperado se modifica. En El mundo sumergido, la ciudad de Londres apenas emerge de una sopa tibia, primigenia. El protagonista, en el momento de la inundación terminal, cree haber dado con la explicación para lo que siente: “A medida que retrocedemos en el tiempo geofísico nos internamos más profundamente en el corredor amniótico, retrocediendo también en el tiempo espinal y arqueopsíquico, resucitando inconscientemente en nuestra mente los paisajes de las distintas épocas, cada uno con su propio terreno geológico...”. Esos sueños, narra Ballard, son en realidad recuerdos remotos: “Ese no era un verdadero sueño, sino un antiguo recuerdo orgánico de millones de años”. Es así, como los dos autores, unen el círculo entre la génesis anfibia de la humanidad y su posibilidad. Ballard escribe: “el problema es que hemos estado aquí solo algunos miles de años y nuestras perspectivas están equivocadas”. “Pronto hará demasiado calor...” Es el calor insuflado por esta civilización petrodependiente.
En la novela de Sanchiz, el zumbido que alcanza a su protagonista, en forma de mensajes y meditaciones, tal vez del mar, ni siquiera parecen dirigirse a nosotros, a los vivientes humanos que ya hemos sido desplazados del centro neural de la Tierra. En Los acontecimientos también queda “el principio” que no va desaparecer porque está inscrito desde siempre en el proceso del mundo.
La ciencia ficción climática narra mundos distópicos y pre-/post-apocalípticos del pasado, presente o futuro golpeados por la policrisis del cambio climático, y tiene también a la utopía como un modo de reponer lo roto, ya no volviendo a un mundo nostálgico sin conflictos (que nunca existió) y sin técnica (que siempre existió), sino, en cambio, proponiendo la utopía como método, aunque no sea como final. Representada en Los acontecimientos por “un principio” después del final.
Si la literatura es un reservorio efectivo y afectivo que viene perdurando por siglos, es también un poderoso recordatorio de que el futuro está abierto.
30 de julio, 2025
Los acontecimientos
Ramiro Sanchiz
Fondo de cultura económica, 2025
216 págs.
Crédito de fotografía: Víctor Raggio.